Para la Iglesia de Jesucristo, la Palabra de Dios ha constituido siempre el mayor tesoro de doctrina, la insustituible norma de vida, que llega a su plenitud en el Evangelio de Jesucristo, « camino, verdad y vida ». Y, como ayuda inestimable para profundizar en la Palabra, el Concilio Vaticano II recuerda lo que ha sido una constante en la vida de la Iglesia: el estudio de los Santos Padres. Leemos en la constitución « Dei Verbum »: « La Iglesia, esposa de la Palabra hecha carne, instruida por el Espíritu Santo, procura comprender cada vez más profundamente la Escritura para alimentar constantemente a sus hijos con la Palabra de Dios: por eso fomenta el estudio de los Padres de la Iglesia »(n.23).
Los escritos de los Padres de la Iglesia son el más fiel reflejo del sentir y de la vida de los cristianos de los primeros siglos. Por una parte, los Padres fueron como los « profetas » del nuevo Pueblo de Dios: con su palabra iluminaron las primeras etapas del camino del nuevo Israel, inmediatamente después de la era apostólica. Y, por otra parte, son testigos de primera mano de cómo asimilaron y vivieron sus coetáneos el Evangelio de Jesús. Por eso, el mismo Concilio afirma: « La Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo: es decir, crece la comprensión de las palabras e instituciones transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón, y cuando comprenden internamente los misterios que viven… Las palabras de los Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora » (Constitución « Dei Verbum », 8).