La ira, una pasión detestable

Cabe recordar que los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana caída está principalmente inclinada. Es por eso muy importante para todo el que desee avanzar en la santidad aprender a detectar estas tendencias en su propio corazón y examinarse sobre estos pecados.

Vamos a adentrarnos en el pecado de la Ira de las manos de la Venerable Concepción (Conchita) Cabrera de Armida. 

La Ira es hija de Satanás, y lleva en su ser la soberbia más refinada. Es la Ira una pasión ciega que en sus desenfrenadas manifestaciones ofusca la razón y la turba.

Este horrible vicio de la Ira siempre es vehemente y aturdido: muy lejos de él, ciertamente, se encuentra la paz del Espíritu Santo y el Reposo, la Serenidad, Prudencia, Justicia, Dominio propio, Humildad y otra multitud de virtudes...

En el alma iracunda habita Satanás, y la Ira, procede directamente del foco de la soberbia y del orgullo y entraña el ardor vivo y emponzoñado de la venganza. La ira es una pasión de fuego que incendia el corazón, alborotando las potencias del alma y envenenando sus actos.

Es la ira el fruto de la sensualidad y del deleite; y toda alma que vive a sus anchas, la lleva consigo. La Penitencia y la Mortificación, es decir, el propio quebrantamiento, la domina y aun llega a extinguir en el alma esta pasión maldita que trae tantos y tan grandes males a la pobre criatura.

No es fácil imaginar los pecados terribles y los crímenes espantosos causados por el dominio de la Ira.

Un alma poseída por ella es capaz de perpetrar las más horribles acciones, cegada por la venda espesísima del furor que trae consigo.

La Ira altera los sentidos del hombre y los iguala con los brutos que carecen de razón. Nada es capaz de detener en su furia el corazón iracundo cuando ella lo ha desbordado: es entonces un torrente impetuoso que arrolla cuanto encuentra a su paso, y no se detiene hasta consumar su venganza...

La Ira es una pasión que destruye el Orden y pone al alma en el más completo y lamentable desnivel en todas sus operaciones.

El alma iracunda que no llega a dominarse totalmente, no entrará por los caminos del espíritu que son de paz, de quietud y de tranquilidad.

La ira existe en todos los rangos y condiciones sociales: en todos los estados y ocupaciones, pero es un fruto, que crece y se desarrolla en los corazones incultos que jamás se ocupan de arrancar sus abrojos, de dominarse a sí mismos y de adquirir virtudes.

Se encuentra también aún en los santos, cuando por su temperamento colérico están inclinados a la Ira; pero ellos, sin embargo, emplean para su bien ese modo de ser y luchan y se vencen a sí mismos, y alcanzan grandes conquistas, con cuyos merecimientos labran su eterna corona en el cielo.

La Ira, pues, es propiamente una pasión que el corazón culpable transforma en vicio, dejándola crecer, desarrollar y desbordarse.

Y ¿de dónde nace tanto mal? De la sensualidad, de la falta de penitencia, del abandono total de la Cruz.

La Ira siempre busca a quien herir, y si no puede por obra, entonces por la palabra, con la Murmuración, le ayuda grandemente, pues la Murmuración es el brazo derecho de la Ira.