José María Zavala le ha echado audacia y acaba de completar una atrevida y pionera aproximación testimonial al fenómeno de la posesión diabólica y al combate agotador que libran contra ella los exorcistas. Lo cuenta Carmelo López-Arias.
Si la fe es creer lo que no hemos visto... los exorcistas no la necesitan. No, al menos, para afirmar que el demonio existe.
Reciben sus salivazos, en ocasiones sus golpes, padecen sus intentos de manipulación. Le ven actuar. Le miran a los ojos. En ocasiones son como "dos braseros", es fuego lo que despiden. Lo atestigua el capuchino Matthieu Girard, exorcista de Besançon (Francia), que solía llevar a personas incrédulas a que le ayudasen a sujetar al poseído.
"Satanás, sal de ese cuerpo"
Jesús vino a liberarnos del poder de Satanás y darnos la gracia de ser hijos de Dios
Así lo hizo en el caso que recoge José María Zavala en Así se vence al demonio (LibrosLibres). La mirada incandescente era casi lo de menos. A los fibrosos acróbatas de una troupe circense a la que el padre Matthieu pidió auxilio les espantó bastante más que doce de esos atletas apenas pudiesen sujetar al suelo a un empresario cincuentón, padre de tres hijos, que años atrás había pactado con el diablo entregarle su alma a cambio del éxito en la vida.
El diablo -Roma no paga traidores- le retribuyó, pasado el tiempo, con un dolor de espalda brutal al que ni los mejores traumatólogos encontraban causa. Hasta que alguien le sugirió acudir a un exorcista. ¡El agua bendita halló la causa enseguida!
La carcajada de la bestia
Minutos después, el poseso se elevaba por los aires y arrastraba con él a seis hombres volando por la habitación casi como sobre una alfombra mágica. Ni uno solo dejó de pasar aquella noche por el confesionario.
Otras veces "la persona poseída cierra los ojos durante el exorcismo", aclara el padre Salvador Hernández, exorcista de la diócesis de Cartagena, al autor: "Pero al abrírselos, estando en trance, las pupilas aparecen dilatadas hasta el punto de abarcar todo el ojo. En otras ocasiones, los ojos están completamente en blanco".
Zavala ha entrevistado a varios exorcistas, que le han contado cómo es el día a día de un sacerdote consagrado a sacar del cuerpo de una persona el o los demonios (a veces decenas de ellos) que lo han invadido.
Uno de ellos es Gabriele Amorth, probablemente el más célebre del mundo, porque lo fue en la diócesis de Roma. Y cuenta dos casos muy interesantes porque el mismo Juan Pablo II llevó a cabo el rito: a una joven en 1982 y a otra en 2000.
Incluso el Karol Wojtyla de la plenitud de su edad, recién llegado al pontificado y aún físicamente poderoso, quedó "impresionado" con lo que vio hacer a Francesca cuando comenzó el exorcismo en su capilla privada del Vaticano.
Lo terrible es que en ninguno de los dos casos la intervención del mismísimo sucesor de Pedro resultó suficiente. Francesca necesitó cinco años más de exorcismos hasta quedar liberada. En cuanto a la segunda chica, de 19 años, poseída desde hacía siete, el papa alivió su situación, pero tuvo que escuchar cómo, la segunda vez, la bestia infernal se carcajeaba del escaso éxito inicial de las oraciones y bendiciones.
Esto es algo que los exorcistas se preocupan mucho de recalcar: no son infalibles. No administran un sacramento, que produce su efecto por su misma virtud, sino un sacramental: el éxito de la liberación depende de la experiencia del sacerdote, de la determinación del poseído de llevar una vida de oración y virtud y de la perfección y devoción con que se ejecute el ritual.
En el caso que cuenta Lorenzo Alcina, exorcista de la diócesis de Mallorca y el más veterano de España (desde 1976), ni siquiera el bautismo, que ciertamente confirió la gracia, logró la expulsión de todos los demonios que atormentaban a una mujer peruana de 30 años a quien su madre había iniciado de pequeña en un secta satánica.
Llamas a Belcebú y viene
Cuando, advertido por un sacerdote con menor experiencia, acudió a la casa de la joven, que estaba casada con un español, se la encontró levitando. Aun en pleno trance de esclavitud corporal, conservaba el dominio de su mente. Cuando don Lorenzo le ofreció recibir de inmediato el agua redentora -no estaba cristianada-, ella aceptó.
"Bautizarla y que dejase de gritar y levitar fueron una misma cosa", le explica a Zavala. Pero el problema no acabó. Ambos sacerdotes estuvieron practicándole exorcismos de una hora dos veces por semana durante ocho meses.
La mayor parte de los casos que recoge este libro tienen que ver con el juego insensato con los cultos satánicos, el espiritismo (la güija sobre todo) o la magia negra. Llaman a Belcebú, y Belcebú viene. Y, cuando viene, es complicado echarlo.
Gaetan Kabasha, joven sacerdote centroafricano, relata que en su país es frecuente que algunos recurran al diablo para encontrar diamantes o para subir en la escala social, o que practiquen la brujería con animales para hacer daño a una persona.
Una señora a la que exorcizó había empezado a notar los asaltos diabólicos cuando su marido, un militar con quien había ido a Sudán a consagrarse a Satanás para ascender en el Ejército, dejó de cumplir los maléficos términos del pacto.
Y el padre Brendan, un neoyorquino de origen irlandés que lleva un cuarto de siglo expulsando demonios y es un experto en sectas satánicas, advierte de otro riesgo similar: las invocaciones a Lucifer, explícitas o implícitas, de algunas bandas de rock.
Ahora bien, si estremecedor resulta escuchar a los exorcistas, lo es más aún conocer el testimonio de los poseídos.
A través del padre Salvador, Zavala ha podido conocer una multitud de casos en los que las víctimas, con la intención de ayudar a quienes pueda estar en peligro, nos hacen partícipes de su desgracia pasada o presente y de cómo la superaron.
Manuel, empresario que tiene hoy 41 años, vivió doce asaltos terribles entre febrero y abril de 2009, peleas en las que reconoce que disfrutaba con la "pelea barriobajera" que libraba contra el crucifijo exhibido por el sacerdote.
Había llegado hasta ese punto a raíz de unas enfermizas relaciones con mujeres mayores que le condujeron a una obsesión destructiva. Rompió su matrimonio y se separó, y puso en peligro su negocio. Y de ser una persona religiosa, pasó a sentir una versión irracional y lancinante a todo cuanto tuviera que ver con Dios o con la Iglesia.
La convicción de haber sido víctima de un mal de ojo y una infestación diabólica le hicieron buscar una salida tras otra, hasta que, en compañía de unos amigos y de don Salvador, acudieron a Fátima a implorar remedio.
En una capilla de la Virgen del Carmen tuvieron lugar los últimos exorcismos, y ante un cuadro enorme de la Madre de Jesús gritó un "¡Renuncio!" desde sus entrañas que expulsó de su cuerpo al último diablo. "Pido a Dios que nadie más caiga en el gran error de pensar que el demonio no existe", concluye Manuel su testimonio.
Para sor María del Rosario, de 32 años, religiosa desde hace doce, el combate continúa, como prueba viviente de que el claustro no es una barrera absoluta. Recibió a Zavala en presencia de la hermana Inés, testigo de la veracidad de sus palabras.
Ha sufrido ataques diabólicos durante buena parte de su vida: golpes, bruscos cambios de temperatura, terroríficas visiones nocturnas... "Una vez me puso haciendo el pino con la cabeza en el suelo, hasta el punto de alcanzar una perfecta rigidez corporal".
La mano que meció la cuna
En su caso no hubo coqueteo con el maligno. Más bien es el maligno quien ha querido apartarla de la vida consagrada, atacándola solo en el convento y dejándola tranquila en casa de sus padres e incluso en la iglesia de su pueblo. Y ha intentado boicotear con violencias terribles su apego a los sacramentos y su amor a María.
El padre Salvador tuvo que atarla, mientras tres personas la sujetaban, durante todas las sesiones del exorcismo. Él rezaba "y ella se retorcía, duplicando sus fuerzas": "Todos los exorcismos eran distintos, pero igual de impresionantes", resume sor Inés. En uno de los últimos vomitó sangre durante el ritual, hasta que una visión de la Virgen fue precursora de la victoria final. Que es victoria, aunque aún requiere de vez en cuando repetir las bendiciones. Se siente libre, y los asaltos que aún padece los ve como un regalo del Señor: "¡Me hacen humilde y obediente!", exclama.
Es la predilección de Satán por las almas más inocentes, en su intento de corromperlas.
Ricardo tenía solo 20 meses cuando empezó a dormir mal, a padecer de los nervios y, en consecuencia, a adelgazar. Pero los médicos no encontraban nada raro. Sus padres decidieron entonces instalar una cámara en la habitación para monitorizarle.
Elena y su marido supieron lo que es el horror cuando vieron claramente un brazo junto a la cuna del niño, cuando le grabaron suspendido en el aire como si alguien le introdujese en la cama... o cuando entraban en el cuarto y lo encontraban como jugando con alguien. "Tá ahí", decía el pequeño cuando le preguntaban por su compañero de juegos. Y señalaba con el dedo un oscuro e inquietante rincón.
También el padre Salvador acudió en socorro de esta familia. El crío reaccionó como loco en cuanto le acercó la cruz y el agua bendita, y se le llenó el cuello de granos. Esta vez, Deo gratias, la lucha fue corta. El maleficio que -descubrieron luego- habían practicado contra ellos unos malos vecinos fue vencido con rapidez.
Lo decisivo fue el rosario que rezaron los padres de Ricardo en su habitación, con el niño delante. Para que no haya dudas de quién aplastará la serpiente y dónde reside la fuente de toda esperanza.