MEDITACIÓN
Tal y como lo profetizó la Stma. Virgen María en sus apariciones en Fátima, esta era de desorientación demoníaca, asiste a una nueva fase de la contienda cósmica entre las fuerzas del Cielo y las del Infierno. En efecto, es necesario ver en la historia, junto a la mano de Dios, también la del Demonio, que siempre se opone a los planes divinos intentando llevar a cabo sus deformes proyectos. El Reino de Dios es el del orden, la paz y la armonía ; el del Demonio, el del caos, los conflictos y la revolución perenne. Dios permite, para mayor gloria suya, que ambos reinos –el primero siempre triunfante, el segundo eternamente derrotado– combatan hasta el final de los tiempos.
Hoy en día, los secuaces del Demonio son las élites de un "Nuevo Orden Mundial" a cuyos órdenes están los seudocientíficos que en sus laboratorios se empeñan en hacerse dueños de la vida y de la muerte de los hombres, y los ingenieros sociales que valiéndose de cantidades enormes de dinero a su disposición y de complejas técnicas manipulan el estado de ánimo de la opinión pública.
Tras el fracaso de las grandes ilusiones que inauguraron el siglo XX, las fuerzas de la Revolución fomentan una situación de profundo caos espiritual, social y mental. Transcurridos ya más de dos años de su inicio, las consecuencias más graves que han tenido hasta ahora las medidas draconianas, no han sido de orden sanitario ni económico, sino de índole espiritual y sicológico. Lo poco de una vida ascética que tenían las personas a caído estrepitosamente con claras evidencias en el quemeimportismo hacia los Sacramentos, en particular a la asistencia a la Santa Misa. En el aspecto psicológico, nadie sabe qué pensar, ni a quién creer y con frecuencia se suceden pensamientos y acciones contrarios, como en los casos de disonancia cognitiva. (En sicología esto hace referencia a la tensión o desarmonía interna del sistema de ideas y emociones (cogniciones) que percibe una persona que tiene al mismo tiempo dos pensamientos que están en conflicto con sus creencias). Esto está trayendo una serie de conflictos en la sociedad y en la vida espiritual de las personas.
El "virus" actual es mentiroso, mutable y tramposo que tiene prohibido atacar en zonas asignadas, (por ejemplo, en las áreas de patios de comidas, restaurantes, bares, etc.,). Es un engendro que aterroriza a algunos, inmovilizando sus fuerzas y eliminando el equilibrio de otros al hacerles creer que con una "inyección" o dos, o tres…. ya están "protegidos".
La gente no se ha enterado que, lo que se hizo, desde las élites mundialistas es, lanzar una falsa bandera para obligar a una inoculación masiva, que supuestamente traería la falsa solución mesiánica de la salvación… Es ahora cuando las personas que voluntariamente se han dejado colocar ese veneno serán quienes se contagien de otras muchas enfermedades y contagien a otros, con enfermedades hasta ahora desconocidas, convirtiéndose en laboratorios ambulantes de contagio.
Estamos ya al inicio del plan masónico de crear entre otras cosas una guerra a nivel mundial, entre los promotores de las inyecciones y los que no la desean. Ellos intentan dividir el mundo en "vacunados y no vacunados" negando el acceso a la sociedad a las personas que en libertad no desean inyectarse (mediante pasaportes de vacunación y otras iniciativas demoníacas).
Gracias a estas luchas y contradicciones, el reino de Babel avanza en medio de un ambiente de miedo en muchos casos, de un falso positivismo y de pesimismo. Es necesario abandonarse a la Divina Providencia para resistir, rogar la virtud del coraje, sin perder la virtud sobrenatural de la esperanza. Pero la esperanza bien entendida, no en un paraíso terrenal sino en la vida eterna junto a Dios, siguiendo el ejemplo de Aquella que aplastará la cabeza de la serpiente. Quien vive sumido en el terror a contagiarse se somete a cualquier imposición de la autoridad civil o eclesiástica y está desprovisto de coraje y esperanza. Y también lo está quien atribuye cuanto sucede a un proyecto destructivo contra el que no se puede hacer nada.
Como nos revela la Stma. Virgen María en su oración del Magníficat las "grandes cosas" que Dios había hecho en ella ; consideradas en el marco de su vida, expresaban el movimiento continuo de su corazón, que, en la plena conciencia de su nada, se dirigía siempre a Dios con la más absoluta esperanza y confianza en su ayuda. Nadie tenía un conocimiento más concreto y práctico de su nada que María ; comprendía bien que todo su ser, tanto natural como sobrenatural, se aniquilaría si Dios no la sostenía en todo momento.
Sabía que todo lo que era y tenía no le pertenecía, sino que venía de Dios y era puro don de su liberalidad. Su gran misión y los maravillosos privilegios que había recibido del Altísimo no le impedían de ver y sentir su "bajeza". Pero, lejos de desconcertarla o desanimarla de algún modo -como a menudo nos hace la constatación de nuestra nada y nuestra miseria-, su humildad le sirvió de punto de partida desde el que se lanzó a Dios con una esperanza más fuerte. Cuanto mayor era el conocimiento de su nada y de su debilidad, más se elevaba su alma en la esperanza. Por eso, siendo realmente pobre de espíritu, no confió en sus propios recursos, en su capacidad o en sus méritos, sino que puso toda su confianza sólo en Dios.
Y Dios, que "llenó de bienes a los hambrientos, y a los ricos despidió vacíos" (cf. Lc 1,53), satisfizo su "hambre" y colmó sus esperanzas, no sólo derramando sus dones sobre ella, sino entregándose a sí mismo en toda su plenitud.
La esperanza de María era realmente absoluta.
Quien en estos tiempos vive con miedo, rabia y frustración pierde la batalla contra el maléfico "virus" y quienes lo manejan. Sólo gana quien mantiene en el fondo del alma la alegría que brinda el servicio al Señor. Esta alegría es un don de Dios. Para quien no pide esa ayuda todo está perdido. Por el contrario, quien confía en la ayuda de la gracia combate y gana, sobre todo si se confía a Aquella que es la dispensadora de todas las gracias, la Santísima Virgen María, cuya Natividad recuerda la Iglesia cada ocho de septiembre, así como Su Santísimo nombre el doce del mismo mes, (fiesta que fue extendida a toda la Iglesia por el Papa Inocencio XI para conmemorar la victoria del Polaco, Juan Sobieski sobre los turcos en Viena, en el año 1683). San Bernardino de Siena opuso a la revolución en las costumbres del siglo XV la devoción al nombre de Jesús. La devoción al nombre de María constituye una valiosa arma contra la revolución diabólica del siglo XXI. Después del nombre de Jesús no puede resonar nombre más grande que el de María, ante el cual se dobla toda rodilla en los Cielos, en la Tierra y en el Infierno (Filipenses 2,10). Confiemos y esperemos como María. Con este nombre en los labios y en el corazón, no tenemos miedo a nada.