Catalina Rivas de Cochabamba, Bolivia, vive actualmente en Mérida, en el estado de Yucatán, México. Se dice que recibe mensajes de Jesús, María y los ángeles. El obispo de Cochabamba, René Fernández Apaza (1924-2013), dio su imprimátur a los mensajes recibidos. El siguiente texto es la reproducción (primera parte) del testimonio de Catalina sobre "La Santa Misa", en el que Nuestro Señor y la Santísima Virgen le explica, lo que realmente sucede durante la Santa Misa en el mundo espiritual, y cómo debemos centrarnos más, en los grandes misterios que tienen lugar allí.
En el número anterior de Vers Demain (mayo-junio-julio de 2023), publicamos la primera parte de este relato, que narra las distintas etapas de la misa, desde el principio (rito penitencial) hasta el momento de la consagración. He aquí el texto de la segunda (y última) parte.
Segunda parte
Inmediatamente Monseñor dijo las palabras consagratorias del vino y junto a sus palabras, empezaron unos relámpagos en el cielo y en el fondo. No había techo de la Iglesia ni paredes, estaba todo oscuro solamente aquella luz brillante en el Altar.
De pronto suspendido en el aire, vi a Jesús, crucificado, de la cabeza a la parte baja del pecho. El tronco transversal de la cruz estaba sostenido por unas manos grandes, fuertes. De en medio de aquel resplandor se desprendió una lucecita como de una paloma muy pequeña muy brillante, dio una vuelta velozmente toda la Iglesia y se fue a posar en el hombro izquierdo del señor Arzobispo que seguía siendo Jesús, porque podía distinguir Su melena y Sus llagas luminosas, Su cuerpo grande, pero no veía Su Rostro.
Arriba, Jesús crucificado, estaba con el rostro caído sobre el lado derecho del hombro Podía con- templar el rostro y los brazos golpeados y descar- nados. En el costado derecho tenía una herida en el pecho y salía a borbotones, hacia la izquierda sangre y hacia la derecha, pienso que agua pero muy brillante; más bien eran chorros de luz que iban dirigiéndose hacia los fieles moviéndose a derecha e izquierda. ¡Me asombraba la cantidad de sangre que fluía hacia del Cáliz. Pensé que iba a rebalsar y manchar todo el Altar, pero no cayó una sola gota!
Dijo la Virgen en ese momento: "Este es el milagro de los milagros, te lo He repetido, para el Señor no existe ni tiempo ni distancia y en el momento de la consagración, toda la asamblea es trasladada al pie del Calvario en el instante de la crucifixión de Jesús."
¿Puede alguien imaginarse eso? Nuestros ojos no lo pueden ver, pero todos estamos allá, en el momento en que a Él lo están crucificando y está pidiendo perdón al Padre, no solamente por quienes lo matan, sino por cada uno de nuestros peca- dos: "¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!"
A partir de aquel día, no me importa si me toman como a loca, pero pido a todos que se arrodillen, que traten de vivir con el corazón y toda la sensibilidad de que son capaces aquel privilegio que el Señor nos concede.
Cuando íbamos a rezar el Padrenuestro, habló el Señor por primera vez durante la celebración y dijo: "Aguarda, quiero que ores con la mayor profundidad que seas capaz y que en este momento, traigas a tu memoria a la persona o a las personas que más daño te hayan ocasionado durante tu vida, para que las abraces junto a tu pecho y les digas de todo corazón: "En el Nombre de Jesús yo te perdono y te deseo la paz. En el Nombre de Jesús te pido perdón y deseo mi paz. Si esa persona merece la paz, la va a recibir y le hará mucho bien; si esa persona no es capaz de abrirse a la paz, esa paz volverá a tu corazón. Pero no quiero que recibas y des la paz a otras personas cuando no eres capaz de perdonar y sentir esa paz primero en tu corazón."
"Cuidado con lo que hacen" – continuó el Señor – "Ustedes repiten en el Padrenuestro: perdónanos así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Si ustedes son capaces de perdonar y no olvidar, como dicen algunos, están condicionando el perdón de Dios. Están diciendo perdóname únicamente como yo soy capaz de perdonar, no más allá."
No sé cómo explicar mi dolor, al comprender cuánto podemos herir al Señor y cuánto podemos lastimarnos nosotros mismos con tantos rencores, sentimientos malos y cosas feas que nacen de los complejos y de las susceptibilidades. Perdoné, per- doné de corazón y pedí perdón a todos los que me habían lastimado alguna vez, para sentir la paz del Señor.
El celebrante decía: "....concédenos la paz y la unidad... y luego: "la paz del Señor esté con todos ustedes..."
De pronto vi que en medio de algunas personas (no todos), se colocaba en medio una luz muy intensa, supe que era Jesús.
Pude sentir verdaderamente el abrazo del Señor en esa luz, era Él que me abrazaba para darme Su paz, porque en ese momento había sido yo capaz de perdonar y de sacar de mi corazón todo dolor contra otras personas. Eso es lo que Jesús quiere, compartir ese momento de alegría abrazándonos para desearnos Su Paz.
Llegó el momento de la comunión de los cele- brantes, ahí volví a notar la presencia de todos los sacerdotes junto a Monseñor. Cuando él comulgaba, dijo la Virgen:
"Este es el momento de pedir por el celebrante y los sacerdotes que lo acompañan, repite junto a Mí: Señor, bendícelos, santifícalos, ayúdalos, purifícalos, ámalos, cuídalos, sostenlos con Tu Amor... Recuerden a todos los sacerdotes del mundo, oren por todas las almas consagradas..."
Hermanos queridos, ese es el momento en que debemos pedir porque ellos son Iglesia, como tam- bién lo somos nosotros los laicos. Muchas veces los laicos exigimos mucho de los sacerdotes, pero somos incapaces de rezar por ellos, de entender que son personas humanas, de comprender y valorar la soledad que muchas veces puede rodear a un sacerdote.
Debemos comprender que los sacerdotes son personas como nosotros y que necesitan compren- sión, cuidado, que necesitan afecto, atención de parte de nosotros, porque están dando su vida por cada uno de nosotros, como Jesús, consagrándose a él.
El Señor quiere que la gente del rebaño que le ha encomendado Dios ore y ayude en la santificación de su Pastor. Algún día, cuando estemos al otro lado, comprenderemos la maravilla que el Señor ha hecho al darnos sacerdotes que nos ayuden a salvar nuestra alma.
Empezó la gente a salir de sus bancas para ir a comulgar. Había llegado el gran momento del encuentro, de la "Comunión", el Señor me dijo: "Espera un momento, quiero que observes algo..." por un impulso interior levanté la vista hacia la persona que iba a recibir la comunión en la lengua de manos del sacerdote.
Debo aclarar que esta persona era una de las señoras de nuestro grupo que la noche anterior no había alcanzado a confesarse, y lo hizo recién esa mañana, antes de la Santa Misa. Cuando el sacer- dote colocaba la Sagrada Forma sobre su lengua, como un flash de luz, aquella luz muy doradablanca atravesó a esta persona por la espalda primero y luego fue bordeándola en la espalda, los hombros y la cabeza. Dijo el Señor:
"¡Así es como Yo Me complazco en abrazar a un alma que viene con el corazón limpio a recibirme!"
El matiz de la voz de Jesús era de una persona contenta. Yo estaba atónita mirando a esa amiga volver hacia su asiento rodeada de luz, abrazada por el Señor, y pensé en la maravilla que nos perdemos tantas veces por ir con nuestras pequeñas o grandes faltas a recibir a Jesús, cuando tiene que ser una fiesta.
Muchas veces decimos que no hay sacerdotes para confesarse a cada momento y el problema no está en confesarse a cada momento, el problema radica en nuestra facilidad para volver a caer en el mal. Por otro lado, así como nos esforzamos por ir a buscar un salón de belleza o los señores un pelu- quero cuando tenemos una fiesta, tenemos que esforzarnos también en ir a buscar un sacerdote cuando necesitamos que saque todas esas cosas sucias de nosotros, pero no tener la desfachatez de recibir a Jesús en cualquier momento con el corazón lleno de cosas feas.
Cuando me dirigía a recibir la comunión Jesús repetía: "La última cena fue el momento de mayor intimidad con los Míos. En esa hora del amor, instauré lo que ante los ojos de los hom- bres podría ser la mayor locura, hacerme prisionero del Amor. Instauré la Eucaristía. Quise permanecer con ustedes hasta la consumación de los siglos, porque Mi Amor no podía soportar que quedaran huérfanos aquellos a quienes amaba más que a Mi vida..."
Recibí aquella Hostia, que tenía un sabor dis- tinto, era una mezcla de sangre e incienso que me inundó entera. Sentía tanto amor que las lágrimas me corrían sin poder detenerlas...
Cuando llegué a mi asiento, al arrodillarme dijo el Señor: -"Escucha..." Y en un momento comencé a escuchar dentro de mí las oraciones de una señora que estaba sentada delante de mí y que acababa de comulgar.
Lo que ella decía sin abrir la boca era más o menos así: "Señor, acuérdate que estamos a fin de mes y que no tengo el dinero para pagar la renta, la cuota del auto, los colegios de los chicos, tienes que hacer algo para ayudarme... Por favor, haz que mi marido deje de beber tanto, no puedo soportar más sus borracheras y mi hijo menor, va a perder el año otra vez si no lo ayudas, tiene exámenes esta semana....... Y no te olvides de la vecina que debe mudarse de casa, que lo haga de una vez porque ya no la puedo aguantar... etc., etc.
De pronto el señor Arzobispo dijo: "Oremos" y obviamente toda la asamblea se puso de pie para la oración final. Jesús dijo con un tono triste: "¿Te has dado cuenta? Ni una sola vez Me ha dicho que Me ama, ni una sola vez ha agradecido el don que Yo le He hecho de bajar Mi Divinidad hasta su pobre humanidad, para elevarla hacia Mí. Ni una sola vez ha dicho: gracias, Señor. Ha sido una letanía de pedidos... y así son casi todos los que vienen a recibirme."
"Yo He muerto por amor y Estoy resucitado. Por amor espero a cada uno de ustedes y por amor permanezco con ustedes..., pero ustedes no se dan cuenta que necesito de su amor. Recuerda que Soy el Mendigo del Amor en esta hora sublime para el alma."
¿Se dan cuenta ustedes de que Él, el Amor, está pidiendo nuestro amor y no se lo damos? Es más, evitamos ir a ese encuentro con el Amor de los Amores, con el único amor que se da en oblación permanente.
Cuando el celebrante iba a impartir la bendición, la Santísima Virgen dijo: "Atenta, cuidado... Uste- des hacen un garabato en lugar de la señal de la Cruz. Recuerda que esta bendición puede ser la última que recibas en tu vida, de manos de un sacerdote. Tú no sabes si saliendo de aquí vas a morir o no y no sabes si vas a tener la oportunidad de que otro sacerdote te de una bendición. Esas manos consagradas te están dando la bendición en el Nombre de la Santísima Trinidad, por lo tanto, haz la señal de la Cruz con respeto y como si fuera la última de tu vida."
¡Cuántas cosas nos perdemos al no entender y al no participar todos los días de la Santa Misa! ¿Por qué no hacer un esfuerzo de empezar el día media hora antes para correr a la Santa Misa y recibir todas las bendiciones que el Señor quiere derramar sobre nosotros?
Estoy consciente de que no todos, por sus obli- gaciones pueden hacerlo diariamente, pero al menos dos o tres veces por semana, sí y sin embargo tantos esquivan la Misa del domingo con el pequeño pretexto de que tienen un niño chico o dos o diez y por lo tanto no pueden asistir a Misa... ¿Cómo hacen cuando tienen otro tipo de compromisos importantes? Cargan con todos los niños o se turnan y el esposo va a una hora y la esposa a otra hora, pero cumplen con Dios
Tenemos tiempo para estudiar, para trabajar, para divertirnos, para descansar, pero NO TENEMOS TIEMPO PARA IR AL MENOS EL DOMINGO A LA SANTA MISA.
Jesús me pidió que me quedara con Él unos minutos más luego de terminada la Misa. Dijo:
"No salgan a la carrera terminada la Misa, qué- dense un momento en Mi Compañía, disfruten de ella y déjenme disfrutar de la de ustedes..."
Había oído a alguien de niña decir que el Señor permanecía en nosotros como 5 o 10 minutos luego de la comunión. Se lo pregunté en ese momento:
- Señor, verdaderamente, ¿cuánto tiempo te quedas luego de la comunión con nosotros?
Supongo que el Señor se debió reír de mi tontera porque contestó:
"Todo el tiempo que tú quieras tenerme con- tigo. Si me hablas todo el día, dedicándome unas palabras durante tus quehaceres, te escucharé. Yo estoy siempre con ustedes, son ustedes los que Me dejan a Mí. Salen de la Misa y se acabó el día de guardar, cumplieron con el día del Señor y se acabó, no piensan que Me gustaría compartir su vida familiar con ustedes, al menos ese día."
"Ustedes en sus casas tienen un lugar para todo y una habitación para cada actividad: un cuarto para dormir, otro para cocinar, otro para comer, etc. etc. ¿Cuál es el lugar que han hecho para Mí? Debe ser un lugar no solamente donde tengan una imagen que está empolvada todo el tiempo, sino un lugar donde al menos 5 minutos al día la familia se reúna para agradecer por el día, por el don de la vida, para pedir por sus necesidades del día, pedir bendiciones, protección, salud... Todo tiene un lugar en sus casas, menos Yo".
"Los hombres programan su día, su semana, su semestre, sus vacaciones, etc. Saben qué día van a descansar, qué día ir al cine o a una fiesta, a visitar a la abuela o los nietos, los hijos, a los amigos, a sus diversiones. ¿Cuántas familias dicen una vez al mes al menos: "Este es el día en que nos toca ir a visitar a Jesús en el Sagrario" y viene toda la familia a conversar Conmigo, a sentarse frente a Mí y conversarme, contarme cómo les fue durante el último tiempo, contarme los problemas, las dificultades que tienen, pedirme lo que necesitan… ¡Hacerme partícipe de sus cosas!?. ¿Cuántas veces?"
"Yo lo sé todo, leo hasta en lo más profundo de sus corazones y sus mentes, pero me gusta que me cuenten ustedes sus cosas, que Me hagan partícipe como a un familiar, como al más íntimo amigo" ¡Cuántas gracias se pierde el hombre por no darme un lugar en su vida!"
Cuando me quedé aquel día con Él y en muchos otros días, fue dándonos enseñanzas y hoy quiero compartir con ustedes en esta misión que me han encomendado. Dice Jesús:
"Quise salvar a mi criatura, porque el momento de abrirles la puerta del cielo ha sido preñado con demasiado dolor..." "Recuerda que ninguna madre ha alimentado a su hijo con su carne, Yo He llegado a ese extremo de Amor para comunicarles mis méritos."
"La Santa Misa Soy Yo mismo prolongando Mi vida y Mi sacrificio en la Cruz entre ustedes. Sin los méritos de Mi vida y de Mi Sangre, ¿qué tienen para presentarse ante el Padre? La nada, la miseria y el pecado..."
"Ustedes deberían exceder en virtud a los Ángeles y Arcángeles, porque ellos no tienen la dicha de recibirme como alimento, ustedes sí. Ellos beben una gota del manantial, pero ustedes que tienen la gracia de recibirme, tienen todo el océano para beberlo."
La otra cosa de la que habló con dolor el Señor fue de las personas que hacen un hábito de su encuentro con Él. De aquellas que han perdido el asombro de cada encuentro con Él. Que la rutina vuelve a ciertas personas tan tibias que no tienen nada nuevo que decirle a Jesús al recibirlo. De no pocas almas consagradas que pierden el entu siasmo de enamorarse del Señor y hacen de su vocación un oficio, una profesión a la que no se le entrega más que lo que exige de uno, pero sin sentimiento...
Luego el Señor me habló de los frutos que debe dar cada comunión en nosotros. Es que sucede que hay gente que recibe al Señor a diario y que no cambia su vida. Que tienen muchas horas de oración y que hace muchas obras, etc. etc. Pero su vida no se va transformando y una vida que no se va transformando, no puede dar frutos verdaderos para el Señor. Los méritos que recibimos en la Eucaristía deben dar frutos de conversión en nosotros y frutos de caridad para con nuestros hermanos.
Los laicos tenemos un papel muy importante dentro de nuestra Iglesia, no tenemos ningún derecho a callarnos ante el envío que nos hace el Señor como a todo bautizado, de ir a anunciar la Buena Nueva. No tenemos ningún derecho de absorber todos estos conocimientos y no darlos a los demás y permitir que nuestros hermanos se mueran de hambre teniendo nosotros tanto pan en nuestras manos.
No podemos mirar que se esté desmoronando nuestra Iglesia, porque estamos cómodos en nues- tras Parroquias, en nuestras casas, recibiendo y recibiendo tanto del Señor: Su Palabra, las homilías del sacerdote, las peregrinaciones, la Misericordia de Dios en el Sacramento de la Confesión, la unión maravillosa con el alimento de la Comunión, las charlas de tales o cuales predicadores.
En otras palabras, estamos recibiendo tanto y no tenemos el valor de salir de nuestra comodidad, de ir a una cárcel, a un instituto correccional, hablarle al más necesitado, decirle que no se entregue, que ha nacido católico y que su Iglesia lo necesita, ahí, sufriente, porque ese su dolor va a servir para redimir a otros, porque ese sacrificio le va a ganar la vida eterna.
No somos capaces de ir donde los enfermos ter- minales en los hospitales y rezando la coronilla a la Divina Misericordia, ayudarlos con nuestra oración en ese momento de lucha entre el bien y el mal, para librarlos de las trampas y tentaciones del demonio. Todo moribundo tiene temor y el solo tomar la mano de uno de ellos y hablarle del amor de Dios y de la maravilla que lo espera en el Cielo junto a Jesús y María, junto a sus seres que partieron, los reconforta.
La hora que estamos viviendo, no admite filiaciones con la indiferencia. Tenemos que ser la mano larga de nuestros sacerdotes para ir donde ellos no pueden llegar. Pero para ello, para tener el valor, debemos recibir a Jesús, vivir con Jesús, alimentarnos de Jesús.
Tenemos miedo a comprometernos un poco más y cuando el Señor dice:
"Busca primero el Reino de Dios y lo demás se te dará por añadidura", es el todo hermanos. Es el buscar el Reino de Dios por todos los medios y con todos los medios y... ¡abrir las manos para recibir TODO por añadidura; porque es el Patrón que mejor paga, el único que está atento a tus menores necesidades!
Hermano, hermana, gracias por haberme permi- tido cumplir con la misión que se me ha encomen- dado: hacerte llegar estas páginas. La próxima vez que asistas a la Santa Misa, vívela. Sé que el Señor cumplirá contigo la promesa de que "Nunca más tu Misa volverá a ser la de antes", y cuando lo recibas: ¡Ámalo!
Experimenta la dulzura de sentirte reposando entre los pliegues de Su costado abierto por ti, para dejarte Su Iglesia y Su Madre, para abrirte las puer- tas de la Casa de Su Padre, para que seas capaz de comprobar Su Amor Misericordioso a través de este testimonio y trates de corresponderle con tu pequeño amor.
Que Dios te bendiga en esta Pascua de Resurrección. Tu hermana en Jesucristo Vivo,
Catalina