De las precauciones que es necesario tomar para conservar la pureza
María, por la Gracia que recibió en su concepción, fue inaccesible a las tentaciones del pecado, y sin embargo, se turbó a la vista del Ángel que se le apareció bajo forma humana.
Le saluda este Ángel, y ella inmediatamente examina dentro de sí misma lo que quiere decir esta salutación. (Lc 1, 29)
Se halla con Él, sola y sin testigos, y esto basta para que se apodere de Ella un santo temor. Vos daréis a luz un Hijo, le dice el Ángel, y le pondréis el nombre de Jesús. Nuevo motivo de turbación para María.
No duda de ninguna manera que lo que este Ángel le anuncia no puede suceder; porque nada es imposible para Dios, y se informa solamente de qué modo se cumplirá este misterio.
¡Oh, qué discreción en la pregunta que hace! ¡Qué prudencia! no dice precisamente sino lo que es necesario. Por esta conducta se puede fácilmente reconocer un alma que hace de la pureza su principal tesoro.
Su pudor, a manera de una flor delicada, se cuida del viento más pequeño; una mirada, una sola palabra la llama la atención. Una Virgen que conoce todo el precio de esta virtud, teme aun las más remotas ocasiones de perderla.
Las palabras lisonjeras, ofrecimientos expresivos, y aun las conversaciones que parecen más inocentes, todo le es sospechoso y la hace aumentar la vigilancia y la atención.
Pero si son necesarias tantas precauciones para conservar la pureza en toda su integridad, ¿se podrá decir que hay sobre la tierra muchas almas castas?
Bastaría para conservar esta virtud, que se aplicase tanto cuidado como se pone en salvar las apariencias.
¿A cuántas personas no han servido de ocasiones para caer en la ociosidad, la vida placentera, las lecturas peligrosas, y las conversaciones demasiado libres? Muchas vírgenes Cristianas tratan frecuentemente y sin temor, con personas que no son Ángeles. llas dicen que velan para estar prevenidas, y yo les diré que también el demonio vela para perderlas.
Una Virgen que ama sobre todo las alabanzas, no será mucho tiempo indiferente para aquel que se las da.
En materia de pureza se debe temer todo por la misma razón que no se teme bastante. Se procuran disimular los peligros que se aman, y la prueba de que se aman está en que se procuran ocultar.
Todos somos formados de un mismo barro; pues ¿por qué no puede ser de nosotros lo que ha sido de otros muchos que han visto la triste experiencia de su debilidad?
Aunque sea necesario contar con el socorro de la gracia, no es permitido por esto exponerse al peligro; porque estos auxilios no están asegurados para aquellos que se hallan en la tentación sin haberla buscado.
Cuando hubiereis conseguido por espacio de muchos años, repetidas victorias sobre el enemigo de la pureza, no os juzguéis por esto invencibles, ni dejéis de desconfiar aun de vosotros mismos.
Sed fiel en evitar las ocasiones diarias que se os presentan de todas partes, y que el demonio multiplica continuamente. Entonces Dios os dará gracias de fortaleza en aquellas ocasiones que no se pueden prever, y en donde es necesaria una gran virtud para triunfar.
¡Oh Virgen, Madre de Dios! Alcanzadme esta desconfianza de mí mismo, esta prudencia en mis pasos, y esta mortificación de mis sentidos de que tanto necesito para conservarme en la castidad.
No puedo lisonjearme de ser, como yo lo deseo, del número de los que os aman, porque no he amado particularmente una virtud que ha sido uno de los principios de vuestra gloria.
Madre purísima, y castísima Reina de las Vírgenes, alcanzadme la gracia de vivir en una pureza tan exacta, que siempre halléis en mí esta señal, por la que reconocéis a vuestros hijos más queridos.
De la verdadera grandeza
Hay una diferencia infinita entre las distinciones del mundo, y entre aquellas cuyo fundamento es la Gracia. Riquezas inmensas, soberbios palacios, criados sin número, anuncian la grandeza de los Reyes. El desprecio del mundo, el horror al pecado y el amor de Dios es lo que anuncia la grandeza del justo.
La verdadera gloria, y el verdadero mérito del hombre, consiste en temer a Dios, y en observar sus mandamientos. (Ecl 12, 13)
El Ángel que fue enviado a María por el Señor, le dijo: Yo os saludo, pues que sois llena de gracia, y el Señor está con Vos. ¿Podía él acaso hacer de esta Virgen un elogio más glorioso?
Aquel seria digno sin duda de todas las alabanzas de los hombres y de los Ángeles, a quien se le pudiese decir: Vos habéis hallado Gracia delante de Dios, y sois agradable a sus ojos.
En aquel mismo tiempo en que el Ángel fue enviado a María, se hallaban Augusto y Herodes en el trono. Se les prodigaba los nombres de grandes, poderosos y magnánimos. ¿Pero qué eran ellos delante de Dios, justo y único Juez de la verdadera grandeza?
Una joven oculta en las soledades de Nazareth, era infinitamente más digna que ellos de todos los más grandes elogios.
La sólida grandeza no se mide por las vanas ideas del mundo, sino por las ideas de Dios, que es Él solo grande y delante de quien ninguna cosa lo es, sino con respecto a Él.
¿Qué son todos los héroes que han admirado al universo en comparación de los grandes hombres que ha formado la religión por la virtud?
Mucho más glorioso es domar las pasiones que conquistar los pueblos (Pr 16, 32) y cuesta mucho menos ganar victorias sobre los otros, que el vencerse a sí mismo.
Un verdadero Cristiano no debe ser mirado como uno de estos héroes que deben únicamente su heroísmo a una ocasión: estos son héroes de un solo día, y un Cristiano lo es de toda la vida.
Su gloria consiste en vencer todos los obstáculos que se le oponen, así como su fin es el de poseer a Dios y reposar en Él. ¿Puede haber por otra parte de honor más grande que el de servir a Dios, y el de pertenecerle como cosa propia? Servir a este Señor es reinar.
La escritura, hablando de Abraham, de Moisés, de David, los hombres más grandes que ha habido sobre la tierra, los llama siervos de Dios. Este solo título comprehende todos los demás, o por mejor decir, todos los demás no son nada en comparación suya.
La cualidad de siervo de Dios es tanto más elevada sobre la de Rey y Soberano, cuanto Dios es superior a los Soberanos y Reyes del mundo. ¡Oh Rey inmortal, Dueño Soberano del universo! yo soy hecho para Vos, y para Vos solo. ¿Quién habrá que os conozca, y no os rinda sus homenajes? ¿Quién os podrá conocer, y no estimar infinitamente la condición de aquellos que os sirven?
¡Qué gloria para el hombre, siendo criatura tan miserable como es en sí misma, poder tener el honor de serviros y de amaros
Haced, Señor, por vuestra gracia, que yo comprehenda bien que una persona que, en la obscuridad de una vida privada, como era la de la Virgen, cuida de hacer vuestra voluntad y de serviros fielmente, hace una cosa más grande y más gloriosa, que todo cuanto el mundo ciego e insensato mira como glorioso y grande.
Y concededme también la gracia, de que la nobleza, la gloria y el honor que es anexo a vuestro servicio, me inspire en todos mis empleos, en todas mis acciones, una grandeza de alma, una generosidad, y una constancia digna del Señor a quien sirvo.