A continuación presentamos unos escritos de un sacerdote Francés, traducido por Don Leoncio del Olmo, titulado "La Imitación de la Santísima Virgen María, sobre el modelo de la imitación de Jesucristo, del año 1792.
En él, el traductor manifiesta en resumen, la importancia de estos escritos para toda época : " Si como no hay cosa más frecuente entre los Cristianos que manifestar ser devotos de la Virgen, Madre de Dios, su devoción fuese verdadera, y según el espíritu de la lglesia, pudiera ciertamente gloriarse aquella Señora al ver un copioso numero de almas piadosas, que al paso que la daban honor en cierto modo consagrándose a su servicio, no se había malogrado en ellas el fruto, precioso de la Sagrada Pasión y Muerte de su Hijo ; pero lastimosamente tenemos sobrados fundamentos para creer que la devoción que se mantiene a esta Reina de los Ángeles por la mayor parte de los fieles, no es sino superficial y aparente.
De la imitación de las virtudes de la Santísima Virgen
iBienaventurados los que no se apartan de los caminos de los que yo les he señalado ! Dichoso aquel que escucha lo que yo le digo por medio de los ejemplos de virtud que le he dado (Pr 8, 32, 34).
La Iglesia, poniendo estas palabras en los labios de María Santísima, nos exhorta a estudiar la conducta que esta Reina de los Santos observó sobre la tierra, y a imitar lo que nosotros admiramos en Ella.
¡Dichoso en efecto el que imita a María Santísima ; pues imitándola, imita a Jesús, Rey y primer modelo de todas las virtudes !
La vida de esta Virgen es una lección universal. En ella se aprende cómo es necesario conducirse en la prosperidad y en la adversidad, en la súplica y en el trabajo, en los honores y en las humillaciones.
Nosotros no arribaremos jamás a la perfección que daba a todas sus acciones ; pero aquél será más perfecto mientras menos se separe de Ella.
¡Oh, vosotros, los que hacéis profesión de servir a María Santísima ! ¿queréis conformaros con este modelo excelente ? Pues imitad, en cuanto esté de vuestra parte, la vivacidad de su fe, la prontitud de su obediencia, la profundidad de su humildad, las atenciones de su fidelidad, la pureza de sus intenciones y la generosidad de su amor.
¿Quién, de vosotros, ayudado del socorro divino, el que precisamente se debe implorar, no podrá proponerse seguir, a ejemplo suyo, la práctica de estas diferentes virtudes ?
Sin esta imitación, vuestro amor para con Ella es bien tibio, y no debéis esperar pruebas muy señaladas de su protección.
Es verdad que todos los días rezáis algunas oraciones en su honor ; que lleváis por otra parte, alguna señal exterior de vuestra devoción ; y que sois individuos de alguna de estas congregaciones que se le han consagrado más particularmente. Todo esto no hay duda que la obligará a pedir para vosotros Gracias de salvación.
Pero si con todo esto, vuestra devoción no se extiende jamás hasta la imitación de sus virtudes, vuestra devoción no os salvará.
Los Filisteos poseyeron el Arca del Señor y además la enriquecieron con sus dones ; y sin embargo, no fue para ellos un recurso de bendiciones, porque no dejaron de amar sus ídolos.
¡Oh Reina de las virtudes ! ¿no será justo, si se os ama, que se haga por vos por lo menos lo que se hace por los amigos que se pretende tener en este mundo ? Se procura revestirse de su propio carácter y tomar sus mismas inclinaciones.
De esta conformidad nace la unión de los corazones, y no hay de ninguna manera amistad donde no hay semejanza.
Vuestro Corazón tan humilde, tan casto, tan sometido a las órdenes de Dios y tan ardiente por sus intereses, ¿uniría acaso sus afectos a un corazón voluptuoso y soberbio, que se halla sin resignación en la Voluntad de Dios y sin celo por su Gloria ?
Si vosotros me amáis, nos decís, Señora, aún con más justo título que el Apóstol, sed mis imitadores como yo lo he sido de Jesús (1 Co 4, 16). Si sois mis hijos, revestíos del espíritu de vuestra Madre.
El espíritu de los hijos de la Virgen María debe ser como el de su Madre, un espíritu de caridad, un espíritu de paz, un espíritu de mortificación y un espíritu de temor y de amor a Dios.
¡Oh Virgen Santa ! yo pondré en adelante sobre todas las cosas mi devoción hacia vos, en imitar vuestras virtudes.
Este es el más perfecto homenaje que os puedo prestar, esta es la más grande señal de amor que os puedo dar.
De la estimación que debemos hacer de la Gracia santificante
La Virgen María ha sido exenta del pecado original desde el primer instante de su ser : es decir, que fue concebida en Gracia y amistad de Dios.
Nosotros somos todos, cuando entramos en este mundo, las tristes víctimas de la cólera de un Dios ; pero solo María, prevenida de su Amor, ha entrado en Él como la obra principal de su Gracia.
Dios no quiso que el templo en que debía habitar tuviese alguna mancha. El honor del Hijo pedía que la Madre no fuese, ni aun por un momento, esclava del demonio.
Pero ¿qué estimación no hizo la Virgen María de este favor tan señalado ? Esta Gracia fue a sus ojos lo que la sabiduría a los ojos de Salomón : la fuente de todos los bienes.
Dios la había poseído desde el principio de sus caminos (Pr 8, 22). Y esto fue lo que la Santa Virgen apreció más que todas las coronas de la tierra.
Es verdad que Dios la favoreció con otras muchas prerrogativas ; pero ésta le fue más preciosa que todas las demás, porque la hacía más agradable a Dios.
Toda su vida fue un testimonio continuo de su reconocimiento hacia Dios por este tan particular beneficio, que no le ha sido común con ninguna otra pura criatura.
¡Alma cristiana !, tú recibiste en el Bautismo la Gracia santificante que recibió la Virgen María en el primer instante de su concepción.
Por esta Gracia adquiriste el derecho de llamar a Dios tu Padre y a Jesucristo tu Hermano ; tú fuiste constituida heredera de Dios, y coheredera de Jesucristo (Rm 8,17) ; el Reino mismo de los Cielos te fue destinado.
¿Concibes bien toda la excelencia de estos privilegios gloriosos ? Pero ¿concibes también, como es debido, toda la obligación que te imponen ?
¡Ah, cuán pocos son, para confusión y vergüenza del Cristianismo, los Cristianos que lo reflexionan y que, por la santidad de sus acciones, trabajan en sostener tan elevada dignidad !
¡Cuán pocos son los que se toman el trabajo de conservar esta vestidura de inocencia, símbolo del candor, de la pureza y de la piedad de los hijos de Dios !
Se procura conseguir una gloria falsa de las ventajas del mundo ; y por el más extraño trastorno de ideas, se da el último lugar a una Gracia que, propiamente hablando, solo ella debería merecer toda nuestra estimación.
Se precian los hombres de proceder de un nacimiento que se tiene por ilustre en el mundo ; y por tener una vida del todo brutal y según la carne, y no se valora de que debemos renacer a una vida espiritual y divina.
Se hace vanagloria de una independencia quimérica y por una alianza monstruosa con el demonio, ninguno se avergüenza de volver a entrar bajo de su imperio, adquirir sus modos y reducirse a la misma servidumbre en que se había tenido la desgracia de nacer.
Se corre con ansia tras los bienes y posesiones de la tierra, y se descuida, e incluso, se desprecia en alguna manera la herencia eterna de los bienes del Cielo.
Almas ingratas, desgraciadas víctimas del pecado, cualquiera que seáis, ¡ah, no endurezcáis vuestros corazones a la Voz Divina que os llama ! (Sal 94, 8).
Un segundo Bautismo os queda todavía para recobrar la Gracia de la adopción que habéis perdido, que es el de la Penitencia.
Recurrid a este Sacramento con sinceridad y confianza. Vuestro Padre Celestial ninguna otra cosa desea con tanto ardor como volveros su amistad. Pero acudid a Él prontamente, porque quizá pronto ya no tendréis tiempo para poderlo hacer.
Virgen pura y sin mancha, rogad por nosotros para que dejemos de ser pecadores, para que no volvamos a serlo más, para que seamos constantes en la resolución en que estamos de reparar las pérdidas inestimables que hemos hecho como pecadores.
Vuestra protección nos conseguirá la Gracia de restablecernos perfectamente en la amistad de Dios, y por este medio podremos bendeciros, después de vuestro Hijo Jesús, como a la fuente de nuestra salvación.