He deseado terminar esta edición de fin de año, con una pequeña síntesis del reciente libro del Cardenal Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos: "La Fuerza del Silencio" (Contra la dictadura del ruido).
El cardenal refleja en el libro su gran preocupación por el estado de la liturgia en la Iglesia hoy en día. Él afronta con claridad lo que ocurre en muchas Misas católicas:
Hoy en día, algunos sacerdotes tratan a la Eucaristía con un desprecio absoluto. Ven la Misa como un banquete en el que se habla, en el que los cristianos fieles a la enseñanza de Jesús, los divorciados que se han vuelto a casar, los varones y las mujeres en situación de adulterio, los turistas no bautizados que participan en las celebraciones eucarísticas de las grandes multitudes anónimas pueden tener acceso, indistintamente, al Cuerpo y a la Sangre de Cristo.
Y advierte que « los sacerdotes infieles a la « memoria » de Jesús ponen más énfasis en el aspecto festivo y la dimensión fraternal de la Misa que en el sacrificio sangriento de Cristo en la cruz ».
Igualmente denuncia que « cada vez más dejamos de lado la advertencia de san Pablo a los corintios »:
« Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga. Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo. Por eso hay entre vosotros muchos enfermos y muchos débiles, y mueren no pocos » (1ª Cor 11,27-30)
El purpurado insiste en su denuncia de uno de los abusos litúrgicos más habituales:
Observen el triste espectáculo de algunas celebraciones eucarísticas... ¿Por qué tanta ligereza y mundanidad en el momento del Santo Sacrificio? ¿Por qué tanta profanación y superficialidad frente a la extraordinaria gracia sacerdotal de hacer presente en sustancia el Cuerpo y la Sangre de Cristo a través de la invocación del Espíritu? ¿Por qué algunos se creen obligados a improvisar o inventar oraciones eucarísticas que hacen desaparecer las frases divinas en un baño de escaso fervor humano? ¿Las palabras de Cristo son insuficientes para multiplicar los términos puramente humanos? ¿En un sacrificio tan único y esencial son necesarias esas fantasías y esas creatividades subjetivas? « Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados », nos advierte Jesús (Mt 6, 7).
El Cardenal Sarah, africano él, no dudó "en declarar que el silencio sagrado es una ley cardinal en toda la celebración litúrgica" que permite a los fieles ingresar en el misterio celebrado. "El Concilio Vaticano II enfatiza que el silencio es un medio privilegiado para promover la participación del pueblo de Dios en la liturgia".
Sin embargo, advirtió que "bajo el pretexto de hacer fácil el acceso a Dios, algunos quisieron que todo en la liturgia sea inmediatamente inteligible, racional, horizontal y humano. Pero actuando de esa manera, corremos el riesgo de reducir el sagrado misterio a buenos sentimientos".
"Bajo el pretexto de la pedagogía, algunos sacerdotes permiten un sinfín de comentarios que son sosos y mundanos. ¿Están estos pastores temerosos de que el silencio en presencia del Altísimo pueda desconcertar a los fieles? ¿Creen que el Espíritu Santo es incapaz de abrir los corazones a los divinos Misterios vertiendo sobre ellos la luz de la gracia espiritual?", cuestionó.
"Dios es silencio, y el demonio es ruidoso. Desde el inicio, Satanás ha buscado enmascarar sus mentiras bajo una agitación falaz, resonante", señaló la autoridad vaticana.
En ese sentido, advirtió que en esta época "el ruido ha llegado a ser como una droga de la cual nuestros contemporáneos son dependientes. Con su festiva apariencia, el ruido es un torbellino que evita que cada uno se mire a la cara y confronte el vacío interior. Es una mentira diabólica. El despertar puede ser solo brutal".
Lo que voy a decir ahora no entra en contradicción con mi sumisión y mi obediencia a la autoridad suprema de la Iglesia. Deseo servir profunda y humildemente a Dios, a la Iglesia y al Santo Padre, con devoción, sinceridad y apego filial. Pero aquí está mi esperanza: si Dios la quiere, cuándo la querrá y cómo la querrá, en la liturgia se hará la reforma de la reforma. Pero a pesar del rechinar de dientes, la reforma se hará, pues en ella se juega el futuro de la Iglesia.