El Venerable Luis de Granada, teólogo, escritor y predicador nacido de una familia humilde de origen gallego, en Granada, 1505, y muerto en Lisboa el 31 de diciembre de 1588. A los 15 años entró en los dominicos del convento de Santa Cruz de Granada. Su extraordinaria santidad y sabiduría pronto atrajeron la atención de la reina regente que le nombró su confesor y consejero. Entre los cientos de escritores ascéticos de España, Luis de Granada es insuperable en la belleza y pureza de su estilo, la solidez de su doctrina y la influencia popular de sus escritos.
E ntre todas las fiestas que la Santa Iglesia celebra de nuestra Señora, ésta es la mas gloriosa; porque en todas las otras (por grandes que sean) siempre se mezcló algún poco de trabajo y amargura (pues todo cuanto hay en esta vida tiene una combinación del lugar adonde estamos, que es destierro y valle de lágrimas); mas esta fiesta (que ya no es de las de esta vida) se encuentra libre de estos tributos; y no solo no hallamos en ella lo que en las otras (mezcla de amargura), antes un finiquito de toda pesadumbre.
El Evangelio que se canta en este día, si miramos solo la letra, no tiene conveniencia con esta fiesta; mas si consideramos el espíritu escondido debajo, ninguno se pudo cantar más a propósito. Trata sobre cómo, habiendo llegado Jesucristo a un lugarejo (situado al lado del monte Olivo) llamado Betania, fue hospedado de una honrada mujer, llamada Marta, que tenía una hermana llamada María. Entrado el Señor, fue bien recibido de las hermanas, y sentándose a descansar del trabajo de su camino, María se asentó a sus pies, del todo descuidada de lo que se había de aparejar para Cristo y los que le acompañaban; toda llevada de su vista del Señor, colgada de las palabras de su boca. La mayor entendía en proveer el manjar corporal para el Señor y para los suyos, y la menor en apacentar su propia alma con la doctrina del cielo. Y como recibía espiritual sustento en su alma, así también ministraba a la de Jesucristo suavísimo con su devoción; de manera que mientras Marta se ocupaba en procurar a Cristo y a los suyos el sustento corporal, María se hallaba toda suspensa, recibiendo de Cristo el sustento de su alma propia, y con esta devota suspensión ministrando también al alma de Cristo dulcísimo manjar.
Estos dos ministerios hicieron la Virgen María a Dios, tanto mejor que estas dos hermanas, cuanto era mejor que ellas, si miramos esta letra por de dentro en el espíritu. Y la excelencia de éstos sus grandes servicios al Señor, declaran cual sería el día de hoy el premio que por ellos se le dio. Eran aquellas hermanas señoras principales; tenían allí una casa fuerte. La Virgen Sacratísima (en el sentido espiritual) es la casa fuerte y castillo inexpugnable a donde el Señor de todo fue recibido cuando entró de nueva manera en este mundo. Ella le sirvió como Marta, y contempló como María: ella escogió la mejor parte, de la cual gozará para siempre. Vamos declarando cómo fue Marta y María; y cómo ministró al Señor de ambas maneras perfectísimamente.
Primeramente, la Virgen es este fuerte castillo, inexpugnable por la fortaleza de su fe. Todos los santos merecen este nombre; mas la Virgen con particular excelencia sobre todos. De ella canta la Iglesia aquellas palabras del Esposo a la Esposa [1]; así como la torre de David, robustecida alrededor por fuertes baluartes, y provista de todo género de armas de las más fuertes. Esta torre es el alma de la Virgen, abastecida por el Espíritu Santo de todas las municiones, pertrechos y provisiones que se pueden desear en un buen castillo. Allí puso el Espíritu Santo todos sus dones, y los hábitos infusos de todas las virtudes. Fue tal su fortaleza, que todas las potencias del mundo y del infierno no pudieron, en ella, derribar una pilastra, ni hacer el menor daño; porque ni mella de culpa venial le pudieron causar.
Mujer dice que era; porque oyendo su grande excelencia no la tuviésemos por de otra naturaleza mas levantada, o angélica. Mujer era de carne y sangre, en el mundo vivía, con la gente del mundo trataba, a las naturales necesidades de su cuerpo sujeta, sobre los lazos y peligros de este mundo andaba; mas su perfección era mayor que humana, y sobre los espíritus angélicos enriquecida por el Espíritu Santo, el cual tuvo tan a su cargo este castillo, que en sesenta años y más de vida nunca excedió el compás de la razón en las mismas necesidades naturales; en comer, en beber, en dormir, en hablar, en callar ni en pensar. Grande cosa fue andar aquellos tres siervos de Dios en medio de las llamas del gran horno de Babilonia, sin quemárseles un hilo de sus vestidos, ni un cabello de sus cabezas [2]; mas fue mucho mayor andar esta Virgen más de sesenta años en medio de las ocasiones de este mundo, sin desmandarse ni en una palabra ni en un pensamiento.
La causa de esto fue haber estado tan bien provista de todas las armas de los más fuertes, y tan enriquecida de los dones del Espíritu Santo, que siempre estuvo en ella como en su vivo sagrario. Allí se reunían todas las armas de los fuertes, mejor empleadas que lo que estuvieran en ellos. Dice San Agustín: "Ninguna gracia fue concedida a algún santo, que no se concediese en mucho mas alto grado a la madre del Santo de los santos". Y San Jerónimo afirma que: "A todos los santos se repartieron las gracias por partes, y uno resplandeció más en una, y otro en otra; mas a la Virgen se dieron todas y cada una en mayor grado que tuvo ninguno; por lo cual fue castillo mejor provisto y más fuerte."
Fue casa donde permaneció Dios aposentado; porque aunque sea verdad que todos los justos son moradas de Dios, esta Señora lo es por excelencia, como Virgen de las vírgenes, sin primera, ni segunda, ni semejante: así ella con excelencia grande es casa y morada de Dios, en la cual por mas nueva y especial manera moró el Señor, no solo espiritualmente en su alma por mayor abundancia de gracia que en los santos, hombres y ángeles, sino también en sus virginales entrañas, humanándose y haciéndose allí su natural hijo. De este modo ella, con mayor excelencia que todos los santos y que todos los serafines, es templo vivo de Dios, sagrario del Espíritu Santo, tabernáculo del arca del Testamento, silla de la Divina Sabiduría, trono de Salomón, paraíso de deleites de nuestro nuevo y segundo Adán.
Ésta es aquella casa figurada en el aposento que aparejó aquella buena mujer casada, para el profeta Eliseo, cuando tratando su pensamiento con su marido, le dijo: "Hermano, este hombre que tantas veces viene a ser nuestro huésped, me parece siervo de Dios; si parece, holgaría que le hiciésemos allí una cuadra con una cama, y una silla, y una mesa con una vela, y que tenga él allí para sí apartado del tráfago de casa". Veis aquí las alhajas que el Espíritu Santo puso en el aposento que aparejó para el Verbo Divino. El aposentillo resulta ser su humildad, la cama la quietud de su oración y contemplación, la mesa el fruto de sus buenas obras, la silla de asiento la perseverancia, el candelero con su vela es la luz de la doctrina y el ejemplo de la vida. Estas cinco cosas significan las cinco principales virtudes de la Sacratísima Virgen, y las que debe procurar el que desea ser morada de Dios.
La primera es la perfecta humildad. La segunda la oración. La tercera el bien obrar; porque no sea todo el decir, "¡Señor, Señor …!", fe y palabras sin obras. La cuarta, la perseverancia, por la cual mandó el Señor que le sacrificase la res con oreja y cola. La quinta, después de estar aprovechado en sí, aprovechara a otros con la luz de la vida y doctrina, según lo que dice San Juan [3]: "El que oye y obedece a Dios, llame a su hermano para que venga adonde él fue llamado". De esta manera se apareja la casa a Dios, y de esta manera la aparejó la Virgen: por donde es tanto mejor casa de Dios que ninguna criatura, cuanto fue mejor aparejada.
Fue esta virgen Marta la mas solícita en servir a su Hijo: si Marta le recibió en su casa, la Virgen le recibió en sus entrañas: si Marta le sirvió, ella le parió, envolvió en pañales, le reclinó en un pesebre, le crió con sus pechos con mayor cuidado que jamás crió madre a hijo: ella le llevó en sus brazos a Egipto, trabajó con sus manos días y noches para sustentarle: ella le acompaño en su muerte, como le había seguido toda su vida. Si es Marta la que recoge al peregrino, y viste al desnudo, ¿cómo no lo será la que recogió a Dios en sus entrañas, y de ellas mismas le vistió? De la mujer fuerte escribe Salomón [4], que hizo una tela de lienzo, y que la vendió y dio al Cananeo, con que se ciñese. ¿Qué tela y qué cíngulo es este? La Sacratísima humanidad, con la cual se estrechó el que no cabe en los cielos. Este vestido le vendió el día de su encarnación, y hoy se le paga el día de su Asunción.
No le conviene menos el nombre y oficio de María que el de Marta. ¿Cuántas más veces gozó ella que María de aquellas divinas palabras a los pies de su Hijo? ¿Con qué voluntad enseñaría tal Maestro a tal discípula? ¿Con cuánto gusto emplea el labrador sus trabajos en la cultura de la buena tierra? ¿Cuán de buena gana le entrega la simiente? ¿Con qué contento suelta el pescador sus redes al río fértil? Nueve bienaventuranzas cuenta el sabio, y entre ellas pone hablar Dios a la oreja del que oye [5]. ¿Pues qué orejas fueron tan obedientes como las de la Virgen? ¿Con cuánta voluntad le hablaría su Hijo y Señor? ¿Cuántas veces asentada a la mesa se olvidó de comer la Virgen, considerando con maravilla y pasmo de ver comer a su mesa a aquél que estando allí era sustento en la gloria a los Ángeles? ¿Cuántas veces durmiendo su Niño, estaba ella junto a él de rodillas adorando y considerando cómo dormía el que siempre velaba sobre Su Iglesia?; ¿cómo dormía el que sin cesar era la providencia del mundo, y el Criador de tantas almas como cada momento cría en diversas partes del mundo? ¿Cómo dormía aquél en cuya mano estaban los corazones de todos los reyes del mundo, para que no hiciesen cosa sin su voluntad o permisión, el que disponía y gobernaba los imperios y monarquías, y movía los orbes celestiales? Si el profeta Isaías dice [6] que perdía el sueño de la noche con los deseos de Dios; y el profeta David, siendo rey, madrugaba con este mismo cuidado [7]; ¿qué haría la Virgen con tanta mayor gracia y amor, y que tanto más presente miraba y contemplaba al que amaba su alma?
Si el oficio de María es contemplar en Dios, ¿cuándo dejó la Virgen este oficio por más ocupada que estuviese? De los monjes de los desiertos de Egipto escribe Casiano que, trabajando en obras de manos, no dejaban la oración mental, haciendo con las manos el oficio de Marta, y con los corazones el de María. Son tales como los pájaros que volando comen, como las golondrinas y vencejos, y otros, y tal dicen que era uno de los compañeros del patriarca seráfico San Francisco, por decir que en él estaban tan juntas estas dos vidas, activa y contemplativa, que la una no estorbaba a la otra; porque así trabajaba orando, como si no orara; así oraba trabajando, como si no trabajara. De aquellos misteriosos animales que iban uncidos al carro adonde iba la gloria de Dios, se dice que con tener alas con que volaban, que por debajo de las alas tenían brazos, y se asomaban las manos por los vuelos [8], figura de los perfectos que traen las manos obradoras debajo de las alas de su contemplación; obrando contemplan, y contemplando obran.
San Buenaventura aconseja a los varones devotos, que curando un enfermo, visitándole, o al pobre, o cuando hicieren alguna de las obras de misericordia corporales, que se les represente que realmente ministran, sirven y visitan al mismo Cristo; porque con esta consideración juntarán con su obra la contemplación. Pues si esto hacían, y esto aconsejan los santos, ¿qué haría la mas santa de todos los santos, la que no había menester imaginar y figurar en el prójimo a Cristo, en el siervo al Señor, y en la criatura al Criador, pues sabía que veía al mismo Cristo? Si la Magdalena acabando de salir de sus pecados, con tal abundancia de lagrimas de devoción lavó los pies de Cristo, enjugándolos con sus cabellos, besándolos y ungiéndolos [9], y con estas obras exteriores no disminuía su contemplación interior, más con estas obras la acrecentaba, ¿qué pasaría en el corazón de la Virgen cuando envolvía a su Niño, cuando lo vestía y desnudaba, cuando lo echaba y levantaba, y cuando entendía en todos los ministerios de las que crían? No estaba en estas obras de sus manos ocioso su corazón; lo que nos significó el Evangelista en estas palabras [10]: María conservaba todas estas cosas, tratándolas y confiriéndolas en su corazón.
Pues la que tales y tantos servicios hizo a este Señor, ¿qué premio recibirá hoy del por ellos? Por eso se canta en este día este Evangelio, en el cual en figura de estas dos hermanas se representan los servicios de esta Virgen. Si los servicios son grandes, y el rey muy poderoso, liberal y agradecido, de grandes servicios grande premio se debe esperar. Y pues los de la Virgen fueron los mayores de todas las puras criaturas, cierto es, será más premiada que todas. Si Lucifer por ser el mayor de los soberbios cayó en el más bajo lugar, la Virgen, la más humilde de los humildes subirá al más alto; pues la condición del Señor es derribar los soberbios y levantar los humildes [11]. Si la honra de la madre es honra del hijo, y deshonra del hijo, como dice el Sabio [12], el padre sin honra, ¿qué lugar tenía guardado tal Hijo para tal Madre, pues la honra de Ella era honra del mismo Hijo?
Y si es verdad, como lo dice el Apóstol [13], que cada cual recibirá el galardón según sus trabajos, ¿cuál será el galardón de la que tantos trabajos padeció? ¿Cuáles fueron sus dolores en la circuncisión de su Hijo? ¿Cuál su sentimiento en las profecías de Simeón? ¿Cuáles sus trabajos en la huida con su Hijo a Egipto entre gente bárbara? ¿Qué dolores en los tres días, cuando siendo ya Niño de doce años, se le quedó en Jerusalén? ¿Cuáles sus trabajos en las persecuciones de su Hijo en toda la vida? ¿Cuáles los dolores que sufrió al pie de la Cruz? ¿Cuál la soledad que sintió en los doce años de ausencia de su Hijo que vivió acá y después subió al cielo?
Dejando a la consideración piadosa del alma devota todos estos trabajos, este último (que parece menor); ¿quién lo podrá entender? Algo entendía de esto David, que decía [14]: ¡Ay de mí, que mucho se alarga mi destierro! Entendía el Apóstol cuando decía [15]: Grandes son mis deseos de salir de las prisiones y cárcel de este cuerpo, y verme con Cristo.
[1] Cant. 4.
[2] Dan. 3.
[3] Apoc. 22.
[4] Prov. 31.
[5] Eccl. 3.
[6] Isaías 26.
[7] Sal. 5-67.
[8] Ezeq. 1.
[9] Luc. 7.
[10] Luc. 2.
[11] Luc. 1.
[12] Eccl. 3.
[13] 1 Cor 3.
[14] Sal 119.
[15] San 1.
1. [9] Luc. 7. [10] Luc. 2. [11] Luc. 1. [12] Eccl. 3. [13] 1 Cor 3. [14] Sal 119. [15] San 1.