Queridos hermanos, ésta la experiencia de un sacerdote que tuvo la gracia de conocer el juicio de un pecado cometido, como enseñanza de lo que será el juicio personal de la vida de cada alma en el momento del fallecimiento. Es muy provechosa para todos, para tomar conciencia de la importancia del juicio de Dios, de la confesión, del dolor de los pecados, de los pecados de omisión, que muchas veces no los tenemos en cuenta.
Estaba el sacerdote un anocheser en su casa, tranquilo, y sereno su espíritu, ocupado en la lectura, cuando de repente y sorpresivamente, su alma entró en un sufrimiento agónico. Un sufrimiento que no era humano, era el sufrimiento del alma separada del cuerpo, por lo cual el sufrimiento toma una dimensión, intensidad y profundidad desconocidos para el alma, es el sufrimiento que no está limitado por el organismo físico, es un sufrimiento deseado y querido por el alma, al conocer con luz divina su pecado ; es un sufrimiento que parece no tiene fin y cuya intensidad crece ; es una angustia dolorosísima por la ofensa del pecado. En ese dolor el alma no pide ayuda a nadie, ni al Señor, ni a la Santísima Virgen, ni a los Ángeles o santos patronos, es un sufrimiento donde ya no cabe el arrepentimiento ni los buenos deseos de no volver a pecar, es el sufrimiento del juicio, donde el alma sólo desea aceptar el dolor de su pecado porque es lo justo. En ese dolor el alma reverencia a Dios, a quien siente como Santo, Justo, Misericordioso, sabiendo que su sufrimiento es santo, justo, y fruto de la misericordia de Dios.
El alma del sacerdote vio con claridad, y entendió, lo que ocurrió aquella tarde, cuando cometió un pecado de omisión, al callar ante una persona que se vio ofendida por otra, en su presencia. El sacerdote, por respetos humanos, no defendió, como era su obligación, a la persona ofendida. Supo que no hizo lo correcto, pero sin embargo no tuvo conciencia de pecado, por lo cual ni siquiera pensó en la confesión.
El Señor, pues, le mostró su error. La experiencia sólo duró unos segundos, esa fue la percepción del sacerdote, que sintió que si hubiera durado más, tan sólo, unos minutos, no sabía si habría podido resistir tan agónico sufrimiento. Al terminar la experiencia llamó rápidamente a la persona en cuestión para pedirle perdón, y se confesó en la primera ocasión.
Con el ánimo tranquilo, y recuperado de la experiencia, meditó el sacerdote sobre lo ocurrido, y se estremeció cuando pensó qué hubiera sucedido si la experiencia hubiera sido respecto a un pecado mortal, o aún más, a la revisión de toda la vida.
Queridos hermanos, el juicio de Dios nos espera a todos, con más rigor a los sacerdotes, porque más nos ha dado. Ahora, en estos días de nuestra vida, es cuando estamos bajo el amparo de la Misericordia, cuya misión es prepararnos para el Juicio de Dios ; es el tiempo de poner nuestra alma en paz con Dios, de santificarla y vivir según la Ley divina. Si los que viven en pecado mortal tuvieran la experiencia de lo que será su juicio, dejarían su vida de forma instantánea, sin importarles su situación económica, ni los hijos, ni nada de su actual vida. La magnitud de la grandeza del Juicio y del sufrimiento, es inimaginable por lo santo y justo que será. Pero no tendrán esa experiencia, porque ya tienen los Mandamientos de la Ley de Dios, la enseñanza tradicional de la Iglesia, las lecciones de los Santos Padres y santos teólogos.
La confesión frecuente, el dolor de los pecados, el vivir acorde a los Mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, la recepción de los Sacramentos, es decir, la vida santa, nos conducirá a la felicidad de la gloria del Cielo. Ahora es el tiempo de luchar, sufrir, orar y padecer por la salvación eterna de nuestra alma.
"Si cada sacerdote reprodujera mi vida de Salvador en la tierra, pronto se transformarían las almas ; y Satanás, que se ha enseñoreado de muchos corazones haciendo guerra a mi Iglesia, sería corrido" cap. 76.
"El demonio trabaja muy hondo en mis sacerdotes y sus mejores tiros los asesta en esa parte escogida de mi Corazón, como he dicho ; y en delante trabajará más en mi contra, y se esforzará más contra ellos con mil trazas y de mil maneras, y desatará una guerra más encarnizada contra mi Iglesia" (cap. 76).
"Satanás hace su cosecha con pecados ocultos, con ocasiones peligrosas, con finos lazos de hipocresía traidora : las almas de lo sacerdotes son su manjar más codiciado" (cap. 10). Venerable Sierva de Dios, Concepción Cabrera de Armida