El Sacerdote es el ministro destinado de Dios como público embajador de toda la Iglesia, para honrarle, y para que por su medio, todos los fieles puedan impetrar la Divina Gracia. Toda la Iglesia junta no puede dar tanto honor a Dios, ni puede alcanzar de Él tantas Gracias, como un solo Sacerdote que celebra una Misa.
Entre los miembros que componen la Iglesia hay una distinción notabilísima, porque hay en ella quien manda y quien obedece, quien enseña y quien es enseñado.
La parte de la Iglesia que enseña se llama docente o enseñante. La parte de la Iglesia que aprende se llama discente o enseñada.
Esta distinción en la Iglesia la ha establecido el mismo Jesucristo. La Iglesia docente y la Iglesia discente son dos partes distintas de una misma y única Iglesia, como en el cuerpo humano la cabeza es distinta de los otros miembros, y forma con ellos un solo cuerpo.
Componen la Iglesia docente todos los Obispos, con el Romano Pontífice a la cabeza, ya se hallen dispersos, ya congregados en Concilio.
Componen la Iglesia discente o enseñada todos los fieles.
Por ello no es posible creer católicamente que los laicos - ni varones ni mujeres - puedan ser más importantes que la jerarquía y que los sacerdotes ("El sacerdocio es la suprema dignidad entre todas las dignidades creadas", dice san Alfonso Ma. de Ligorio al explicar la enseñanza de la Iglesia. Selva de materias predicables e instructivas, cap. I, 1).
El sacerdote está ungido y consagrado a Dios.
La autoridad de enseñar la tienen en la Iglesia el Papa y los Obispos, y con dependencia de ellos, los demás sagrados Ministros. Esta enseñanza debe ser siempre fiel al Sagrado depósito de la fe y en concordancia con lo que siempre y en todas partes ha enseñado la Iglesia. San Vicente de Lerins, Padre de la Iglesia del siglo V, en sus Apuntes para conocer la verdadera fe o Commonitorium, explica qué es lo que se presenta como un consenso universal en la Iglesia, desde la aurora de la fe, y que no debe alterarse nunca porque es oro, y el oro debe conservarse:
"Es verdadero y propiamente católico lo que fue creído en todas partes, siempre, por todos". "Has recibido oro, debes entregar oro (...) no plomo, no bronce, en lugar del precioso metal". "El cristiano deberá hacer todo lo posible para adherirse a la antigüedad, la cual no puede evidentemente ser alterada por ninguna nueva mentira". "Por consiguiente, anunciar a los cristianos alguna cosa diferente de la doctrina tradicional no era, no es, no será nunca lícito; y siempre fue obligatorio y necesario, como lo es todavía ahora y lo será siempre en el futuro, reprobar a quienes hacen bandera de una doctrina diferente de la recibida".
Cuando es así, cuando se enseña la doctrina tradicional de la Iglesia, todos estamos obligados a escuchar a la Iglesia docente (conformada también por todos los papas y concilios de 2,000 años de Iglesia, pues el Magisterio de la Iglesia se compone por todas las enseñanzas infalibles definidas durante toda la historia de la Iglesia con base en la Revelación divina), so pena de eterna condenación, porque Jesucristo dijo a los Pastores de la Iglesia en la persona de los Apóstoles: "El que a vosotros oye, a Mí me oye, y el que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia".
Además de la autoridad de enseñar, tiene la Iglesia especialmente el poder de administrar las cosas santas, hacer leyes y exigir su cumplimiento.
El poder que tienen los miembros de la Jerarquía eclesiástica no viene del pueblo, y decir esto sería herejía, sino que viene únicamente de Dios.
El ejercicio in constructione (en construcción y sólo para construcción, nunca para destrucción) de estos poderes compete exclusivamente al orden jerárquico, es decir, al Papa y a los Obispos a él subordinados, considerando siempre lo definido por el Concilio Vaticano Primero:
"El Espíritu Santo no fue prometido a los sucesores de Pedro para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y expusieran fielmente la revelación transmitida por los apóstoles".
El Papa, los Obispos y los Sacerdotes son depositarios, no inventores de la Doctrina Católica.
Cuando la Verdad revelada es contradicha, tanto la Iglesia docente como la discente tienen el derecho y el deber de defenderla.
Artículo editado de Catolicidad