Familias con modelo
El proyecto familiar permite la fusión activa de dos misiones personales
Los esposos comienzan su matrimonio con un maletín lleno de sueños que materializar, sin embargo, a veces carecen de un plan y modelo concreto para hacerlos realidad. De este modo, en las situaciones cotidianas y ante grandes problemas, van dando soluciones parciales que, poco a poco, minan el clima familiar. Pasados unos años, al volver la vista atrás, descubren que el resultado no se parece a lo que habían anhelado. ¿Qué ha ocurrido? El diagnóstico es sencillo: hacía falta un modelo de vida familiar.
La Sagrada Familia, modelo para todas las familias
"La familia es la primera comunidad de vida y amor, el primer ambiente donde el hombre puede aprender a amar y a sentirse amado, no sólo por otras personas, sino también y ante todo por Dios." (Juan Pablo II, Encuentro con las Familias en Chihuahua 1990).El Papa Juan Pablo II en su carta a las familias nos decía que es necesario que los esposos orienten, desde el principio, su corazón y sus pensamientos hacia Dios, para que su paternidad y maternidad, encuentren en Él la fuerza para renovarse continuamente en el amor. Así como Jesús creció en sabiduría y gracia ante Dios y los hombres, en nuestras familias debe suceder lo mismo. Esto significa que los niños deben aprender a ser amables y respetuosos con todos, ser estudiosos, obedecer a sus padres, confiar en ellos, ayudarlos y quererlos, orar por ellos, y todo esto en familia. Recordemos que "la salvación del mundo vino a través del corazón de la Sagrada Familia". La salvación del mundo, el porvenir de la humanidad de los pueblos y sociedades pasa siempre por el corazón de toda familia. Es la célula de la sociedad.
La Familia de Nazaret
Como en el Belén, la mirada de fe nos permite abrazar al mismo tiempo al Niño Divino y a las personas que están con él: su Madre Santísima y José, su padre putativo. ¡Qué luz irradia este icono de grupo de la santa Navidad! Luz de misericordia y salvación para el mundo entero, luz de verdad para todo hombre para la familia humana y para cada familia. ¡Cuán hermoso es para los esposos reflejarse en la Virgen María y en su esposo José! ¡Cómo consuela a los padres especialmente si tienen un hijo pequeño! ¡Cómo ilumina a los novios que piensan en sus proyectos de vida!
El hecho de reunirnos ante la cueva de Belén para contemplar en ella a la Sagrada Familia, nos permite gustar de modo especial el don de la intimidad familiar y nos impulsa a brindar calor humano y solidaridad concreta en las situaciones por desgracia numerosas en las que por varios motivos falta la paz, falta la armonía, en una palabra, falta la « familia ». El mensaje que viene de la Sagrada Familia es ante todo un mensaje de fe: la casa de Nazaret es una casa en la que Dios ocupa verdaderamente un lugar central. Para María y José esta opción de fe se concreta en el servicio al Hijo de Dios que se le confió, pero se expresa también en su amor recíproco, rico en ternura espiritual y fidelidad.
María y José enseñan con su vida que el matrimonio es una alianza entre el hombre y la mujer, alianza que los compromete a la fidelidad recíproca, y que se apoya en la confianza común en Dios. Se trata de una alianza tan noble, profunda y definitiva, que constituye para los creyentes el sacramento del amor de Cristo y de la Iglesia. La fidelidad de los cónyuges es, a su vez, como una roca sólida en la que se apoya la confianza de los hijos. Cuando padres e hijos respiran juntos esa atmósfera de fe, tienen una energía que les permite afrontar incluso pruebas difíciles, como muestra la experiencia de la Sagrada Familia." (Meditación dominical de S.S. Juan Pablo J. P. II,29 de diciembre de 1997)
Cuando cumplieron todas las cosas mandadas en la Ley del Señor regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en él.
El Mesías quiso comenzar su tarea redentora en el seno de una familia sencilla, normal. Lo primero que santificó Jesús con su presencia fue un hogar. Nada ocurre de extraordinario en estos años de Nazaret, donde Jesús pasa la mayor parte de su vida.
Jesús se encarnó y quiso ser como nosotros en todo menos en el pecado. Como nosotros, siendo niño, dependió completamente de sus padres. María, su madre, no estaba sola. Tenía a José, su esposo.
Meditemos sobre la virtud de San José, custodio de la Sagrada Familia
Sin San José, Jesús hubiese muerto en el vientre de su madre. Pero San José reconoció a María como su mujer, aun sabiendo que aquel niño no era su hijo. Él creyó que era del Espíritu Santo. ¿Cuántos hombres lo hubiesen hecho?
Sin San José, Jesús hubiese muerto, asesinado por Herodes junto a los otros niños de Belén. Cuantos pequeños corazones fueron traspasados aquel día. Cuantas madres desconsoladas. Pero Gracias a José, Jesús y María pudieron llegar al día del Calvario. ¿Cuántos hombres hubiesen sacrificado todo para llevar a la Madre y al niño a una tierra extranjera y vivir allí sin saber hasta cuando?
¿Cómo habrá sido aquella huida a Egipto? José protegiendo a María y al niño Jesús. Habrá pasado hambre, dándoles lo poco que encontrase para comer. Estaría agotado, cargando con lo poco que tenían sin saber por cierto a donde iban. Pasaría noches sin dormir, ya que acampaban al raso, en caminos muy peligrosos. Él estaría al tanto, despertando al menor ruido... Sufriría humillaciones, tratando de buscar algún trabajo sin siquiera conocer el idioma...
La Sagrada Familia sufrió como toda familia de inmigrantes, viviendo día a día sin saber el próximo paso de la providencia.
¿Cómo habrá correspondido María?, con qué agradecimiento y dulzura. María no se quejaba por las dificultades, mas bien las pasaba por alto. Su forma de ser, llena del Espíritu Santo, le daría a José la fuerza para seguir adelante. Sí, José cobraba fuerza al contemplar a María con el niño. Todo trabajo y sufrimiento tenía entonces sentido para él.
José y María confiaron en Dios sin poder entender las difíciles circunstancias en que debían vivir. Su confianza plena en Dios les llevó a vivirlo todo con amor.
De María, Jesús aprendió formas de hablar, dichos populares llenos de sabiduría, que más tarde empleará en su predicación. Vio cómo Ella guardaba un poco de masa de un día para otro, para que se hiciera levadura; le echaba agua y la mezclaba con la nueva masa, dejándola fermentar bien arropada con un paño limpio. Cuando la Madre remendaba la ropa, el Niño la observaba. Si un vestido tenía una rasgadura, buscaba Ella un pedazo de paño que se acomodase al remiendo. Jesús, con la curiosidad propia de los niños, le preguntaba por qué no empleaba una tela nueva; la Virgen le explicaba que los retazos nuevos cuando se mojan tiran del paño anterior y lo rasgan: por eso había que hacer el remiendo con un paño viejo... Los vestidos mejores, los de fiesta, solían guardarse en un arca. María ponía gran cuidado en meter también determinadas plantas olorosas para evitar que la polilla los destrozara. Años más tarde, esos sucesos aparecerán en la predicación de Jesús. No podemos olvidar esta enseñanza fundamental para nuestra vida corriente: « la casi totalidad de los días que Nuestra Señora pasó en la tierra transcurrieron de una manera muy parecida a las jornadas de otros millones de mujeres, ocupadas en cuidar de su familia, en educar a sus hijos, en sacar adelante las tareas del hogar. María santifica lo más menudo, lo que muchos consideran erróneamente como intrascendente y sin valor: el trabajo de cada día, los detalles de atención hacia las personas queridas, las conversaciones y las visitas con motivo de parentesco o de amistad. ¡Bendita normalidad, que puede estar llena de tanto amor a Dios! ». (J. Escriba de Balaguer. Es Cristo que pasa, 148)
Entre José y María había cariño santo, espíritu de servicio, comprensión y deseos de hacerse la vida feliz mutuamente. Así es la familia de Jesús: sagrada, santa, ejemplar, modelo de virtudes humanas, dispuesta a cumplir con exactitud la voluntad de Dios. El hogar cristiano debe ser imitación del de Nazaret: un lugar donde quepa Dios y pueda estar en el centro del amor que todos se tienen.
¿Es así nuestro hogar? ¿Le dedicamos el tiempo y la atención que merece? ¿Es Jesús el centro? ¿Nos desvivimos por los demás? Son preguntas que pueden ser oportunas en nuestra oración de hoy, mientras contemplamos a Jesús, a María y a José en la fiesta que les dedica la Iglesia.
En la familia, « los padres deben ser para sus hijos los primeros educadores de la fe, mediante la Palabra y el ejemplo ». (Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 11) Esto se cumplió de manera singularísima en el caso de la Sagrada Familia. Jesús aprendió de sus padres el significado de las cosas que le rodeaban.
La Sagrada Familia recitaría con devoción las oraciones tradicionales que se rezaban en todos los hogares israelitas, pero en aquella casa todo lo que se refería a Dios particularmente tenía un sentido y un contenido nuevo. ¡Con qué prontitud, fervor y recogimiento repetiría Jesús los versículos de la Sagrada Escritura que los niños hebreos tenían que aprender! (Cfr. Sal 55, 18; Dan 6, 11; Sal 119) Recitaría muchas veces estas oraciones aprendidas de labios de sus padres.
Al meditar estas escenas, los padres han de considerar con frecuencia las palabras del Papa Pablo VI recordadas por Juan Pablo II: « ¿Enseñáis a vuestros niños las oraciones del cristiano? ¿Preparáis, de acuerdo con los sacerdotes, a vuestros hijos para los sacramentos de la primera edad: confesión, comunión, confirmación? ¿Los acostumbráis, si están enfermos, a pensar en Cristo que sufre? ¿A invocar la ayuda de la Virgen y de los santos? ¿Rezáis el Rosario en familia? (...) ¿Sabéis rezar con vuestros hijos, con toda la comunidad doméstica, al menos alguna vez? Vuestro ejemplo en la rectitud del pensamiento y de la acción, apoyado por alguna oración común, vale una lección de vida, vale un acto de culto de mérito singular; lleváis de este modo la paz al interior de los muros domésticos: Pax huic domui. Recordad: así edificáis la Iglesia ». (Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris consortio, 60)
Los hogares cristianos, si imitan el que formó la Sagrada Familia de Nazaret, serán « hogares luminosos y alegres » (J. Escriba de Balaguer. Es Cristo que pasa, 22), porque cada miembro de la familia se esforzará en primer lugar en su trato con el Señor, y con espíritu de sacrificio procurará una convivencia cada día mas amable.
La familia es escuela de virtudes y el lugar ordinario donde hemos de encontrar a Dios. La fe y la esperanza se han de manifestar en el sosiego con que se enfocan los problemas, pequeños o grandes, que en todos los hogares ocurren, en la ilusión con que se persevera en el cumplimiento del propio deber. La caridad lo llenará así todo, y llevará a compartir las alegrías y los posibles sinsabores; a saber sonreír, olvidándose de las propias preocupaciones para atender a los demás; a escuchar al otro cónyuge o a los hijos, mostrándoles que de verdad se les quiere y comprende; a pasar por alto menudos roces sin importancia que el egoísmo podría convertir en montañas; a poner un gran amor en los pequeños servicios de que está compuesta la convivencia diaria.
« Santificar el hogar día a día, crear, con el cariño, un auténtico ambiente de familia: de eso se trata. Para santificar cada jornada se han de ejercitar muchas virtudes cristianas; las teologales en primer lugar y, luego, todas las otras: la prudencia, la lealtad, la sinceridad, la humildad, el trabajo, la alegría... ». (Ibid. 10)
Estas virtudes fortalecerán la unidad que la Iglesia nos enseña a pedir: Tú, que al nacer en una familia fortaleciste los vínculos familiares, haz que las familias vean crecer la unidad. (Preces. II Vísperas del día 1 de enero)
Una familia unida a Cristo es un miembro de su Cuerpo místico y ha sido llamada « iglesia doméstica ». (Conc Vat. II, Const. Lumen gentium, 11). Esa comunidad de fe y de amor se ha de manifestar en cada circunstancia, como la Iglesia misma, como testimonio vivo de Cristo. « La familia cristiana proclama en voz muy alta tanto las presentes virtudes del reino, como la esperanza de la vida bienaventurada ». (Ibid, 35) La fidelidad de los esposos a su vocación matrimonial les llevará incluso a pedir la vocación de sus hijos para dedicarse con abnegación al servicio del Señor.
En la Sagrada Familia cada hogar cristiano tiene su ejemplo más acabado; en ella, la familia cristiana puede descubrir lo que debe hacer y el modo de comportarse, para la santificación y la plenitud humana de cada uno de sus miembros. « Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio. Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso quizá de una manera casi insensible, a imitar esta vida ». (Pablo VI, Aloc. Nazaret, 5-1-1964)
La familia es la forma básica y más sencilla de la sociedad. Es la principal escuela de todas las virtudes sociales ». Es el semillero de la vida social, pues es en la familia donde se ejercita la obediencia, la preocupación por los demás, el sentido de responsabilidad, la comprensión y ayuda, la coordinación amorosa entre las diversas maneras de ser. Esto se realiza especialmente en las familias numerosas, siempre alabadas por la Iglesia. (Cfr. Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 52 ) De hecho, se ha comprobado que la salud de una sociedad se mide por la salud de las familias. De aquí que los ataques directos a la familia (como es el caso de la introducción del divorcio, del homosexualismo, del gaymonio, de la Ideología de género en la legislación) sean ataques directos a la sociedad misma, cuyos resultados no se hacen esperar.
« Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, sea también Madre de la "Iglesia doméstica", y, gracias a su ayuda materna, cada familia cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una pequeña Iglesia de Cristo. Sea ella, Esclava del Señor, ejemplo de acogida humilde y generosa de la voluntad de Dios; sea ella, Madre Dolorosa a los pies de la Cruz, la que alivie los sufrimientos y enjugue las lágrimas de cuantos sufren por las dificultades de sus familias.
« Que Cristo Señor, Rey del universo, Rey de las familias, esté presente, como en Cana, en cada hogar cristiano para dar luz, alegría, serenidad y fortaleza » (Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris consortio, 86).
(Texto editado de Francisco Hernández-Carvajal, Hablar con Dios)