Hace unas semanas, la NASA dio a conocer las primeras imágenes del Telescopio Espacial James Webb, permitiéndonos ver constelaciones nunca antes observadas, nos dio una idea de la inmensidad del universo, y de la infinita grandeza de Dios, creador de todo este universo, lleno de estrellas y galaxias prácticamente hasta el infinito.
Pero para ver cosas extraordinarias que vienen de Dios, no hay necesidad de ir tan lejos: para aquellos que vemos con los ojos de la Fe, cosas extraordinarias suceden ante nuestros ojos todos los días, aquí en la tierra, precisamente para mostrarnos el misterio del amor infinito de Dios por la humanidad. El primero milagro es la presencia real de Jesús en la Eucaristía, el pan que se transforma verdaderamente en el cuerpo y la sangre de Cristo en la consagración de la hostia durante la Misa, cuando el sacerdote pronuncia estas palabras: "Este es mi cuerpo, esta es mi sangre". Incluso si la hostia consagrada conserva la apariencia de pan, es realmente el cuerpo de Cristo, y el vino consagrado es realmente su sangre.
En su gran misericordia, Dios ha permitido que los milagros Eucarísticos ocurran a lo largo de la historia, para que en momentos en que nuestra fe se encuentre vacilante, podamos recurrir a ellos y nos ayuden a creer en la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Uno de los milagros más conocidos es el de Lancianio, en Italia, alrededor del año 750. Fue este milagro el que impulsó al beato Carlo Acutis, un joven italiano que murió a la edad de 15 años y fue beatificado en 2020, a identificar más de 130 milagros eucarísticos en todo el mundo, y su investigación se ha convertido en una exposición difundida en los cinco continentes.
Durante una misa en la iglesia de San Francisco de la ciudad de Lanciano, en el momento de la consagración, el sacerdote que la celebraba comenzó a dudar de la presencia real de Jesucristo en la especie eucarística. En ese mismo momento, y en presencia de muchos testigos, vio la hostia transformarse en un trozo de carne viva y en el cáliz, el vino consagrado se convirtió en sangre real, que se coaguló en cinco pequeños coágulos de tamaño desigual, que se veneran en Lanciano todavía hoy en 2022, unos 1250 años después, sin ningún conservador.
Los coágulos de sangre son de diferentes tamaños, pero, pesados individualmente, su peso es idéntico a la suma de los cinco coágulos juntos, 15,85 gramos, Dios quiere mostrarnos lo que la Iglesia nos enseña: Cristo está real y totalmente presente en cada una de las porciones más pequeñas de la hostia consagrada, en la gota más pequeña de vino consagrado.
Las pruebas fueron realizadas por expertos en el tema, en un laboratorio en 1970, llegando a las mismas conclusiones que los análisis realizados en muestras de otros milagros eucarísticos que ocurrieron en Argentina, Polonia y otros países entre 1996 y 2013. A continuación, algunas de estas conclusiones:
- Las sustancias examinadas son realmente de carne y sangre.
- La carne y la sangre son de origen humano.
- La carne está constituida por tejido muscular del corazón.
- La carne y la sangre son del mismo tipo de sangre AB.
- El diagrama de esta Sangre corresponde a la sangre tomada del cuerpo de un hombre el mismo día.
En la Eucaristía, es realmente Jesús quien se entrega a nosotros, renovando por nosotros en cada Misa el sacrificio de la Cruz. Y a diferencia de un alimento ordinario que transformamos en nuestro estómago cuando lo consumimos, en el caso de la Eucaristía, es Jesús quien nos transforma, para hacernos más semejantes a Él.
La Eucaristía es la mayor prueba del amor infinito de Dios por nosotros, pero hay muchos signos milagrosos en la Iglesia que nos muestran este amor, uno de ellos es la imagen milagrosa de Nuestra Señora de Guadalupe en México, todavía expuesta hoy en la Ciudad de México, cuyos maravillosos hechos demuestran una presencia casi "viva" de la Virgen María en esta imagen (ver página 4).
Demos gracias a Dios y alabémoslo por tantas maravillas, llevando una vida digna como bautizados, hijos de Dios dedicados a la justicia y al amor al prójimo.