Siguiendo con el artículo de la edición anterior, vamos a comentar el segundo punto en esta guerra cultural : ¿Quién es nuestro enemigo ?
Seguramente deben saber las dos respuestas. Todos los santos a lo largo de la historia de la Iglesia han dado las mismas dos respuestas. Estas respuestas provienen de las mismas dos fuentes : de la Palabra de Dios en papel y de la Palabra de Dios encarnado. De cada página del Nuevo Testamento y de Cristo. Son las razones por las que fue a la Cruz.
Sin embargo, no son bien conocidas. De hecho, la primera respuesta casi nunca se menciona hoy fuera de los llamados círculos fundamentalistas. Ni una sola vez en mi vida puedo recordar haber escuchado un sermón sobre él desde el púlpito.
Nuestros enemigos son los demonios. Ángeles caídos. Espíritus malignos. Que se sirven de seres humanos para alcanzar su fin. En nuestra cultura secular y en muchos círculos del interior de la Iglesia se cree que, cualquiera que crea esto es al menos un fanático sin educación, de mente estrecha y probablemente trastornado mentalmente. Se deduce lógicamente, por lo tanto, que Jesucristo es un fanático sin educación, de mente estrecha y trastornado mentalmente. La mayor parte de nuestra cultura religiosa simplemente está avergonzada de esta idea, por lo tanto, está avergonzada de Cristo. Porque Él es quien nos dio esta respuesta : "Y no temáis a los que matan el cuerpo, y que no pueden matar el alma ; mas temed a aquel que puede perder alma y cuerpo en la gehenna".
San Pablo también sabía que no estamos luchando contra carne y sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los poderes mundanos de estas tinieblas, contra los espíritus de la maldad en lo celestial.
Dije que había dos enemigos. El segundo es aún más horrible que el primero. Hay una pesadilla aún más aterradora que ser perseguido por el demonio, incluso atrapado por el demonio, incluso torturado por el demonio. Esa es la pesadilla de convertirse en un demonio.
El horror fuera del alma de esta persona es lo suficientemente terrible, pero no tan terrible como el horror dentro de su alma. El horror dentro del alma, por supuesto, es el pecado.
Todo pecado es obra del diablo, aunque usualmente usa la carne y el mundo como sus instrumentos. Pecar significa hacer el trabajo del diablo, rasgar y dañar el trabajo de Dios. Y hacemos esto.
Y el pecado más grave del hombre hoy por hoy es la infidelidad, no creer en Dios, y aún es peor la apostasía. Cuando, al comienzo de la carta a los Romanos, describe San Pablo los pecados de la humanidad pagana de su tiempo, dice :
« Desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son conocidos mediante las criaturas. De manera que son inexcusables, por cuanto conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias… Alardeando de sabios se hicieron necios… Por esto los entregó Dios a los deseos de su corazón… pues trocaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar de al Creador, que es bendito por los siglos. Por eso los entregó Dios a las pasiones vergonzosas », etc.
Y enumera más de veinte pecados-consecuencias del pecado principal : la negación de Dios (Romanos 1, extractos).
Siempre la Iglesia ha considerado la infidelidad (no-fe) como el más terrible de los pecados, como aquello que más pervierte al hombre y a la sociedad, como el pecado que más pecados causa y engendra.
Y aún más grave pecado es la apostasía, por la que el creyente abandona la fe. La apostasía es la forma extrema y absoluta de la infidelidad (STh 12,1 ad3m). No hay para un cristiano un mal mayor que abandonar la fe católica, apagar la luz y volver a las tinieblas, donde reina el diablo. Así lo entendió la Iglesia desde el principio, como lo afirman San Pedro y San Juan : (2Pe 2,20-22) y (1Jn 2,18-19).