En una época donde el hombre ha abandonado el Santo Temor de Dios, es bueno recordar ciertas máximas.

San Francisco en su regla y Santo Domingo en la suya, con un mismo espíritu, y con unas mismas palabras, mandan a sus predicadores que no prediquen más que de los vicios y virtudes, pena y gloria: lo uno para enseñarnos a vivir bien, y lo otro para inclinarnos al deseo de buen vivir. Sentencia común es la de algunos filósofos, de que las dos pesas con las que se mueve ordenadamente el reloj de la vida humana son el castigo y el premio; porque es tan grande nuestra miseria, que nadie quiere la virtud desnuda, sino viene o apremiada con castigo, o acompañada con provecho.[1]

Y esta miseria nuestra nos impide entre otras cosas vencer el miedo que tenemos de estar al servicio de Dios. "El miedo es retoño de la vanagloria e hijo de la increencia. Un paraíso, 21.

Cuando aún no estamos familiarizados con el lenguaje del Divino Maestro y de la Biblia en general, sorprende hallar constantemente cierto pesimismo, que parece excesivo, sobre la maldad del hombre. Porque pensamos que han de ser muy raras las personas que obran por amor al mal. Nuestra sorpresa viene de ignorar el inmenso alcance que tiene el primero de los dogmas bíblicos: el pecado original. La Iglesia lo ha definido en términos clarísimos (Denz. 174-200). Nuestra formación, con mezcla de humanismo orgulloso y de sentimentalismo materialista, nos lleva a confundir el orden natural con el sobrenatural, y a pensar que es caritativo creer en la bondad del hombre, siendo así que en tal creencia consiste la herejía pelagiana, que es la misma de Jean Jacques Rousseau, origen de tantos males contemporáneos. No es que el hombre se levante cada día pensando en hacer el mal por puro gusto. Es que el hombre, no sólo está naturalmente entregado a su propia inclinación depravada (que no se borró con el Bautismo), sino que está rodeado por el mundo enemigo del Evangelio, y expuesto además a la influencia del Maligno, que lo engaña y le mueve al mal con apariencia de bien. Es el "misterio de la iniquidad", que S. Pablo explica en II Tes. 2, 6. De ahí que todos necesitemos nacer de nuevo (3, 3ss.) y renovarnos constantemente en el espíritu por el contacto con la Divina Persona del único Salvador, Jesús, mediante el don que Él nos hace de su Palabra y de Su Cuerpo y su Sangre redentora. De ahí, la necesidad constante de vigilar y orar para no entrar en tentación, pues apenas entrados, somos vencidos. Jesús nos da así una lección de inmenso valor para el saludable conocimiento y desconfianza de nosotros mismos y de los demás, y muestra los abismos de la humana ceguera e iniquidad, que son enigmas impenetrables para pensadores y sociólogos de nuestros días y que en el Evangelio están explicados con claridad transparente. Al que ha entendido esto, la humildad se le hace luminosas, deseable y fácil. [2]

Bastaría que reconozcamos la Grandeza e Omnipotencia de Dios, Sus atributos y todas las Gracias con las que nos ha llenado, para que nos mueva a emplear todo nuestro ser al servicio de Dios. 

Desafortunadamente y sin que esto nos escandalice, nos recordará Osuna en su libro, Guía de pecadores, que la mayor parte de los hombres, se mueve más por el interés de la Ganancia, que por obligación de justicia.


[1]    Guía de pecadores. Luis de Granada. Cap. VII.

[2]    Comentarios de la Biblia de Mons. Juan Straubinger al Evangelio de San Juan, capítulo 2, versículo 24.

* En el diccionario de la RAE (Real Academia Española) el término "buenismo" se define por ser una "Actitud de quien, ante los conflictos, rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con extrema tolerancia".