Resumen de las reflexiones de un obispo del Asia Central sobre la Sagrada Comunión"
Por Mons. Athanasius Schneider
Se trata de una pequeña obra, editada por la Librería Editrice Vaticana en el 2008, pero de gran valor, en la cual, el autor, partiendo de su experiencia personal y familiar bajo el régimen soviético, y continuando con algunas observaciones histórico-litúrgicas sobre la Sagrada Comunión, nos lleva a reflexionar sobre la actitud más adecuada que debemos tener ante nuestro Dios y Señor, presente en el Sacramento de la Eucaristía.
En el libro del Apocalipsis, San Juan cuenta que habiendo visto y oído aquello que le había sido revelado, se postraba en adoración a los pies del Ángel de Dios (cf. Ap. 22,8). Postrarse o arrodillarse ante la majestad de la presencia de Dios, en humilde adoración, era un hábito de reverencia que Israel manifestaba siempre delante de la presencia del Señor. Dice el primer libro de los Reyes: "Cuando hubo acabado Salomón de hacer esta oración y súplica, levantose de delante del altar del Señor, donde estaba arrodillado y con las manos tendidas al cielo, puesto en pie, bendijo a toda la asamblea de Israel" (1 Reyes 8, 54-55). La postura de la súplica del Rey es clara: él estaba arrodillado delante del altar.
La misma tradición se encuentra también en el Nuevo Testamento donde vemos a Pedro ponerse de rodillas delante de Jesús (cf. Lc 5,8); Jairo para pedirle que cure a su hija (Lc 8, 41); el Samaritano cuando regresa para agradecerle y María, hermana de Lázaro, para pedirle la vida a favor de su hermano (Jn 11, 32). La misma actitud de postración delante del estupor de la presencia y revelación divinas se nota generalmente en libro del Apocalipsis (Ap 5, 8, 14 y 19, 4).
Estaba íntimamente relacionada con esta tradición, la convicción que el Templo Santo de Jerusalén era la casa de Dios y por lo tanto era necesario disponerse en él en actitudes corporales expresivas de un profundo sentimiento de humildad y de reverencia en la presencia del Señor.
También en la Iglesia, la convicción profunda de que bajo las especies Eucarísticas el Señor está verdadera y realmente presente, y la creciente praxis de conservar la santa comunión en los tabernáculos, contribuyó a la práctica de arrodillarse en actitud de humilde adoración del Señor en la Eucaristía.
Efectivamente, al respecto de la presencia real de Cristo bajo las especies eucarísticas, el Concilio de Trento proclamó: "que después de la consagración del pan y del vino, se contiene en el saludable sacramento de la santa Eucaristía verdadera, real y substancialmente nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y hombre, bajo las especies de aquellas cosas sensibles" (DS 1651).
Además, Santo Tomás de Aquino ya había definido la Eucaristía latens Deitas que literalmente significa: "La cabeza de Dios escondida". La fe en la presencia real de Cristo bajo las especies eucarísticas pertenecía ya entonces a la esencia de la fe de la Iglesia Católica y era parte intrínseca de la identidad católica. Era evidente que no se podía edificar la Iglesia si esa fe fuese mínimamente menoscabada. Por lo tanto, la Eucaristía, pan transubstanciado en Cuerpo de Cristo y el vino en la Sangre de Cristo, Dios en medio de nosotros, debía ser acogida con estupor, máxima reverencia y actitud de humilde adoración. El Papa Benedicto XVI recordando las palabras de San Agustín "nemo autem illam carnem manducat, nisi prius adoraverit; peccemus non adorando" (Enarrationes in Psalmos 89, 9; CCLXXXIX, 1385) "Nadie come de esta carne sin antes adorarla [...], pecaríamos si no la adoráramos" subraya que "recibir la Eucaristía significa ponerse en actitud de adoración hacia aquel que recibimos (...) sólo en la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera" (Sacramentum Caritatis, 66).
Queda claro para quien sigue esta tradición que asumir gestos y actitudes del cuerpo y del espíritu que facilitan el silencio, el recogimiento, la humilde aceptación de nuestra pobreza delante de la infinita grandeza y santidad de Aquél que nos sale al encuentro en las especies Eucarísticas, se vuelve coherente e indispensable. El modo mejor para expresar nuestro sentimiento de reverencia hacia el Señor Eucarístico era el de seguir el ejemplo de Pedro que, como nos cuenta el Evangelio, se arrojó de rodillas delante del Señor y dijo "Señor, apártate de mi, que soy hombre pecador".
Ahora bien, se nota que en algunas Iglesias, tal práctica se hace cada vez más rara y los responsables de la liturgia no sólo imponen a los fieles recibir la Sagrada Eucaristía en pie, sino que incluso han sacado los reclinatorios obligando a los fieles a permanecer sentados o en pie, hasta durante la elevación de las especies Eucarísticas presentadas para la Adoración. Es extraño que tales procedimientos hayan sido adoptados en las diócesis, por los responsables de la liturgia, y en las iglesias por lo párrocos, sin la más mínima consulta a los fieles, aunque hoy se hable más que nunca, en ciertos ambientes, de democracia en la Iglesia.
Al mismo tiempo, hablando de la Comunión en la mano es necesario reconocer que se trata de una práctica introducida abusivamente y a prisas en algunos ambientes de la Iglesia inmediatamente después del Concilio, cambiando la secular práctica de siglos anteriores y volviéndose enseguida una práctica regular para toda la Iglesia. Se justificaba tal cambio diciendo que reflejaba mejor el Evangelio o la práctica antigua de la Iglesia.
Es verdad que si se recibe en la lengua, se puede recibir también en la mano, siendo ambos órganos del cuerpo de igual dignidad. Algunos, para justificar tal práctica, se refieren a las palabras de Jesús: "Tomad y comed" (Mc 14,22; Mt 26,26). Cualesquiera sean las razones para sostener esta práctica, no podemos ignorar lo que sucede a nivel mundial en todas partes donde es adoptada. Este gesto contribuye a una gradual y creciente debilitación de la actitud de reverencia hacia las Sagradas Especies Eucarísticas. La practica anterior en cambio preservaba mejor ese sentido de reverencia. En cambio, una alarmante falta de recogimiento y un espíritu general de distracción ha entrado en las celebraciones litúrgicas. Ahora se ven comulgantes que frecuentemente regresan a sus puestos como si nada de extraordinario hubiera ocurrido. Aún más distraídos se ven los niños y adolescentes. En muchos casos no se nota ese sentido de seriedad y silencio interior que deben señalar la presencia de Dios en el alma.
Luego existen los abusos de aquellos que toman las Sagradas Especies y las guardan como "recuerdo", de aquellos que venden las Hostias, o peor incluso, de aquellos que las toman para profanarlas en rituales satánicos. Tales situaciones se las observa. Además se han encontrado las Sagradas Especies en el piso en grandes celebraciones incluso en Roma.
Esta situación nos lleva a reflexionar en la grave pérdida de fe, pero también en los atropellos y ofensas al Señor, Quien se digna venir a encontrarse con nosotros, deseando hacernos similar a El, para que la santidad de Dios se refleje en nosotros.
El Papa habla de la necesidad de no sólo entender el verdadero y profundo significado de la Eucaristía, sino también de celebrarla con dignidad y reverencia. Dice que hay que estar conscientes de la importancia "de los gestos y de las posturas, como el arrodillarse en los momentos prominentes de la oración Eucarística" (Sacramentum Caritatis, 65). Además de ello, hablando de la recepción de la Sagrada Comunión, invita a todos a "hacer lo posible para que el gesto en su simplicidad corresponda a su valor de encuentro personal con el Señor Jesucristo en el Sacramento" (Sacramentum Caritatis, 50).
En esta perspectiva es de apreciar la obra escrita por S.E. Mons. Athanasius Schneider, Obispo Auxiliar de Karaganda en Kazaquistán, bajo el muy significativo título "Dominus Est". El mismo quiere dar una contribución a la actual discusión sobre la Eucaristía, presencia real y substancial de Cristo bajo las especies consagradas del Pan y del Vino. Es significativo que Mons. Schneider inicie su presentación con una nota personal recordando la profunda fe eucarística de su madre y de otras dos mujeres; fe conservada entre medio de tantos sufrimientos y sacrificios que la pequeña comunidad de los católicos de aquél país padeció en los años de la persecución soviética. Partiendo de esta experiencia suya, que suscitó en él una gran fe, estupor y devoción por el Señor presente en la Eucaristía, él nos presenta un excursus histórico-teológico que aclara como la práctica de recibir la Sagrada Comunión en la boca y de rodillas llego a ser la practica normativa en la Iglesia durante un largo período de tiempo.
Yo creo que ha llegado la hora de evaluar con cuidado la práctica de la comunión en la mano y, si es necesario, abandonar la práctica actual, que de hecho no fue indicada ni por la Sacrosanctum Concilium, ni por los Padres Conciliares, sino que fue "aceptada" después de su introducción abusiva en algunos países. Ahora, hoy más que nunca, es necesario ayudar al fiel a renovar una viva fe en la presencia real de Cristo bajo las especies Eucarísticas para reforzar así la vida de la Iglesia y defenderla en medio de las peligrosas distorsiones de fe que tal situación continúa creando.
Las razones de tal medida deben ser no tanto académicas cuanto pastorales – espirituales como litúrgicas – es decir, aquellas que edifican mejor la fe. Mons. Schneider en este sentido muestra un encomiable coraje, pues ha sabido entender el significado de las palabras de San Pablo: "pero que todo sea para edificación" (1 Cor 14,26).
+Mons. Malcom Ranjith
Secretario de la Congregación del Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos.
La actitud de Reverencia
La palabra de Cristo, que nos invita a recibir el Reino de Dios como niños (Lc 18:17) puede encontrar su ilustración en esa forma impresionante y maravillosa de recibir el Pan Eucarístico directamente en nuestra boca y de rodillas. Este ritual se manifiesta en una forma feliz y oportuna, la actitud interior de un niño que permite que se lo alimente, unido al gesto de humildad del centurión y al gesto de "asombro y adoración". (…)
Así, ante la humildad de Cristo y Su Amor, comunicado a nosotros en las Especies Eucarísticas, no es posible la adoración sin doblar las rodillas. El Cardenal Ratzinger observaba: "Arrodillarse es el gesto apropiado, es mas, es el gesto intrínsecamente apropiado" ante el Dios vivo. (…)
María, la Madre del Señor, es el modelo de la actitud interior y exterior de cómo recibir el Cuerpo del Señor. En el momento de la Encarnación del Hijo de Dios, Ella demostró la mas grande receptibilidad y humildad: "he aquí la esclava del Señor." El gesto exterior consonante con esta actitud es el de arrodillarse (como uno encuentra frecuentemente en la iconografía de la Anunciación). El modelo de la adoración amorosa de la Virgen María "nos debería inspirar cada vez que recibimos la Sagrada Comunión."
Borrón & tinta nueva
El testimonio de las Comunidades Protestantes
En las primeras comunidades Luteranas, la Comunión era recibida en la boca y de rodillas, ya que Lutero no negó la Presencia Real. Por otro lado, Zwingli, Calvino, y sus sucesores, quienes negaron la Presencia Real, introdujeron, ya en el siglo XVI, la Comunión en la mano y de pie: "De pie y en la mano era ya la costumbre." Una práctica similar se observó en las comunidades de Calvino en Génova: "Era la costumbre de llevarse y de pie para recibir la Comunión. La gente se para alrededor de la mesa y coge los elementos con sus propias manos."
Algunos sínodos de la Comunidad Calvinista en Holanda, en los siglos XVI y XVII, establecieron prohibiciones formales para recibir la Comunión de rodillas: "Anteriormente, la gente podría haberse arrodillado durante la oración [Cena del Señor] y también recibía la Comunión de rodillas pero… varios sínodos prohibieron esto para evitar cualquier sugerencia de que el pan era venerado." (…)
El Papa Benedicto XVI, en su exhortación apostólica postsinodal Sacramentum Caritatis, enfatizó la sacralidad de la Sagrada Comunión: "Recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos." (n.66).
La actitud de adoración hacia Él, que está realmente presente bajo la forma humilde del Pan consagrado, no solamente en Su Cuerpo y Su Sangre, pero también en la majestad de Su Divinidad es expresado más naturalmente y obviamente a través de gestos bíblicos de adoración arrodillados y postrados. Siempre que San Francisco de Asís veía las campanas de la Iglesia, incluso a la distancia, se arrodillaba y adoraba a Jesús presente en la Sagrada Eucaristía.
¿No correspondería más a la verdad de la íntima realidad del Pan Consagrado, si los fieles hoy en día se postraran en el piso al recibir la Comunión y abrieran sus bocas, como el profeta Ezequiel recibió la Palabra de Dios (Ez 2), permitiendo que se les alimente como a niños (ya que la Sagrada Comunión es un alimento espiritual)?
Esta actitud ha sido demostrada por generaciones de Católicos en todas las Iglesia en casi todo segundo milenio. Este gesto sería un impresionante signo de profesión de fe en la Presencia Real de Dios en medio de los fieles. Si algún no creyente se encuentra durante la acción litúrgica y observa este acto de adoración, tal vez el también, "rostro al suelo, adore a Dios y declare que Dios esta realmente entre nosotros" (1 Cor 14:25). Es así como debe ser el encuentro de los fieles con Cristo Eucarístico en el augusto y santo momento de la comunión.
El famoso converso inglés Frederick William Faber (1814-1863) fue empujado a la conversión cuando el fue testigo de un conmovido gesto de adoración y fe en la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, en la Basílica de San Juan de Laterán en Roma en 1843. Para un católico eso era un escena común y ordinaria, pero para Faber, fue una escena que nunca la olvidaría por el resto de su vida.
El recuerda lo siguiente:
…y cuando el Papa Gregorio bajaba del Trono, y se arrodillo a la pies del altar, y todos nos arrodillamos con el, fue una escena tan conmovedora de nada que había visto antes; las túnicas rojas de los postrados Cardinales, el morado del interior de los prelados, los soldados arrodillados, y la gente en general, la magnificencia de la esplendorosa Iglesia, y la invisible presencia de sus grandes memorias históricas, y en el centro ese hombre viejo en blanco, postrado ante el Cuerpo levantado del Señor, y el silencio, silencio muerto –oh, que vista era esta!
CONCLUSIÓN
Sobre el fondo de la bimilenaria historia de la piedad y de la tradición litúrgica de la Iglesia Universal en Oriente y Occidente, sobre todo respecto al desarrollo orgánico del patrimonio patrístico, puede concluirse la siguiente síntesis:
El desarrollo orgánico de la piedad eucarística como fruto de la piedad de los Padres de la Iglesia, ha conducido a todas las Iglesias, tanto en Oriente como en Occidente, aún ya en el primer milenio, a administrar la sagrada Comunión a los fieles directamente en la boca. En Occidente, al inicio del segundo milenio, se agregó el gesto profundamente bíblico de arrodillarse. En las múltiples variaciones litúrgicas orientales, se circunda el momento de la recepción del Cuerpo del Señor con solemnes ceremonias, y a menudo se exige a los fieles una previa postración en tierra.
La Iglesia prescribe el uso del platillo de Comunión o patena, para evitar que algún fragmento de la Hostia consagrada caiga en tierra (Cf. Missale Romanum, Institutio generalis, n.18; Redemptionis Sacramentum, n.93) y que el obispo se lave las manos después de la distribución de la Comunión (Cf. Ceremoniale episcoporum, n.166). En el caso de la distribución de la Comunión en la mano, frecuentemente se desprenden de la Hostia pequeños fragmentos los cuales, o caen en tierra o quedan adheridos a la palma y a los dedos del comulgante.
El momento de la sagrada Comunión, en cuanto encuentro de los fieles con la Divina Persona del Redentor, exige, por su naturaleza, y aún exteriormente, gestos típicamente sacros, como la postración de rodillas. En la mañana de la Resurrección las mujeres adoraron al Señor Resucitado postrándose en tierra delante de Él, (Cf. Mt 28,9); también los Apóstoles lo hicieron (Cf. Lc 24, 52) y quizás también el Apóstol Tomás se arrodilló diciendo: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28).
El dejarse nutrir como un niño, recibiendo la Comunión directamente en la boca, expresa de la mejor manera, ritualmente hablando, el carácter de la receptividad y del ser niño delante de Cristo que nutre y "amamanta" espiritualmente. El adulto en cambio, lleva por sí mismo el alimento hasta su boca con sus propios dedos.
La Iglesia prescribe que, durante la celebración de la Santa Misa, al momento de la Consagración, todo fiel deba arrodillarse. ¿No sería, litúrgicamente más adecuado si, al momento de la sagrada Comunión, cuando el fiel se aproxima físicamente tanto al Señor, al Rey de reyes, lo saludase y lo recibiese arrodillado?
El gesto de recibir el Cuerpo del Señor en la boca y de rodillas sería un testimonio visible de la fe de la Iglesia en el misterio eucarístico, como así mismo un factor restaurador y educativo para la cultura moderna, para la cual, tanto el gesto de arrodillarse como la infancia espiritual, son fenómenos completamente extraños.
El deseo de prestar a la augusta persona de Cristo, también en el momento de la sagrada Comunión, el afecto y el honor de manera visible, debería adecuarse al espíritu y al ejemplo de la bimilenaria tradición de la Iglesia: "cum amore ac timore", ("con amor y temor," el adagio de los Padres del primer milenio) además del "quantum potes, tantum aude" ("hazlo tanto, como puedas"), el adagio del segundo milenio.
Para terminar, damos espacio a una conmovedora plegaria de María Stang, madre y abuela alemana del Volga, deportada por el régimen stalinista en el Kazaquistán. Esta mujer de alma "sacerdotal" custodiaba la sagrada Comunión y la llevaba, durante la persecución comunista, a los fieles diseminados en las lejanas estepas del Kazaquistán, orando con éstas palabras:
"Ahí, donde habita mi querido Jesús, donde truena desde el tabernáculo, ahí quiero permanecer continuamente arrodillada. Ahí quiero rezar perpetuamente. Jesús, te amo profundamente; Amor escondido, yo te adoro. Amor abandonado, te adoro. Amor despreciado, te adoro. Amor golpeado, te adoro. Amor infinito, Amor muerto por nosotros sobre la Cruz, te adoro. Mi querido Señor y Salvador, haz que yo sea enteramente amor, enteramente expiación por el Santísimo Sacramento en el corazón de tu clementísima Madre María, Amén".
Quiera Dios que los Pastores de la Iglesia puedan renovar la Casa de Dios, que es la Iglesia, situando a Jesús Eucarístico en el centro, dándole el primer puesto, de modo que sea Él quien reciba los gestos de honor y adoración, también en el momento de la sagrada Comunión.
"¡La Iglesia debe ser reformada, a partir de la Eucaristía!" ("Ecclesia ab Eucharistia enmendata est!"). La Iglesia debe ser reformada por la Eucaristía.
En la Sagrada Hostia no hay cualquier cosa, sino Alguien. "¡Él está ahí!": Así ha sintetizado el misterio eucarístico san Juan María Vianney, el santo cura de Ars. Porque no se trata de ningún otro ni de ninguno más grande que el mismo Señor: "Dominus est!". (¡Es el Señor!)