Queridos lectores
En el extenuante pero gratificante trabajo de evangelización de más de seis meses por varios países, nos encontramos ante realidades que me gustaría compartir con ustedes en este texto y en esta edición de la revista.
En primer lugar nos encontramos ante un desafío cultural; una triste realidad: el pensamiento católico está hecho pedazos y la culpa es propia, de nosotros, los Católicos, y en especial de nuestra deserción en diversos ámbitos intelectuales, provocando un absoluto desarme social y, lo que es peor cultural.
Desde Juan Pablo II hasta nuestros días, los Papas y el Magisterio de la Iglesia, nos dicen que una evangelización sin la Doctrina Social de la Iglesia es vacía, y este es el gran desafío de los católicos de hoy, para que impregnemos con las enseñanzas de Jesucristo todo el entramado social.
La nueva evangelización, recordaba Juan Pablo II, debe incluir, por lo tanto, entre sus elementos esenciales el anuncio de la Doctrina Social de la Iglesia, que sirve para indicar el recto camino a la hora de dar respuesta a los grandes desafíos de la edad contemporánea (cf. Centesimus annus, 5).
En segundo lugar deberíamos reflexionar sobre cuáles son los motivos por los que la Iglesia como institución ha perdido su influencia en la sociedad. Por otra parte, el gran drama para el cristiano es que se ha convertido en algo prescindible a causa de la hipocresía del cristiano actual que aparentemente profesa su fe y luego, se desempeña en la vida, como si no fuera católico.
Nuestra sociedad vive engañada. Creemos que vivimos en una sociedad con grandes libertades, y la realidad es que nos encontramos en una sociedad controlada por el poder, como jamás había sucedido a lo largo de la historia.
Uno de estos poderes -el de los medios de comunicación- se está convirtiendo en lacayo de los poderes mundiales. Como lo asegura de Prada, gran pensador español, en su discurso en la Fundación Universidad Rey Juan Carlos de España, los los profesionales de la información están condenados a ser los nuevos parias. En esta profesión se ha pasado de ser el cuarto poder a ser lacayos del interés económico-político.
Necesitamos católicos formados y coherentes que se interesen por los medios de comunicación, por la política, por la cultura y que impregnen con su testimonio de vida y de fe la vida pública.
Para terminar, el gran problema de nuestra sociedad es el relativismo. Se ha sustituido arteramente el principio sobrenatural de la fe por el principio naturalista del libre examen. Con lo cual muchos bautizados, aunque estén convencidos de tener fe en las verdades cristianas, en verdad no la tienen, sino simple convicción humana, lo que es esencialmente distinto.
La sociedad en la que vivimos ha perdido la homogeneidad que caracterizaba la sociedad del pasado. Corrientes de pensamiento como el racionalismo, el positivismo o el cientifismo han hecho pedazos la cultura que, inspirándose en el cristianismo, daba a Europa y al mundo una faz homogénea. El relativismo que ha venido luego ha generado un pluralismo de culturas y una profunda crisis en la conciencia. Este proceso ha llevado primero a la secularización y después a la laicización de la cultura, degradándola en varias subculturas.
En la actualidad, los católicos deben participar en la vida pública, pero conscientes de que su vida y acciones deben ser acordes y coherentes con su fe en las verdades del cristianismo. Sin embargo, muchos de los políticos y ciudadanos actuales se permiten vivir un catolicismo oculto en la vida privada, llevando una doble moral.