FÁTIMA, LA MÁS AFAMADA APARICIÓN MARIANA DEL SIGLO XX

En un mundo en el que la fe corre el riesgo de quedar cada vez más marginada, Benedicto XVI exhortó a reavivar con vigor esta llama desde el Santuario de Nuestra Señora de Fátima.

Los pastorcitos fueron presionados para confesar su'mentira', pero resistieron sorprendentemente

A un periodista masón, que acudió como testigo, no le quedó sino admitir lo milagroso del suceso

En una zona de suaves colinas de tierra roja, a unos 125 kilómetros al noreste de Lisboa, se encuentra la pequeña población de Fátima, habitada en 1917 por sencillos labriegos, pequeños propietarios que vivían una existencia sin pretensiones entre higueras, vides y olivos, y campos de trigo y maíz.

A veinte minutos a pie de Fátima, en una aldea llamada Aljustrel, tres niños conducen un rebaño de unos treinta corderos. Es domingo, 13 de mayo –justamente el anterior a la Ascensión–, y el día se presenta radiante. Vienen de oír Misa, y se tumban en el prado, alegres, para compartir el pan con queso y la torta de maíz que les sirven de comida. La hondonada en la que reposan se conoce como Cova de Iria, algo así como "El valle de Irene", nombre que, al significar en griego ¨paz¨, queda, pues, como "Valle de Paz".

Según la costumbre los niños rezan el rosario después de comer. Han ideado un método para hacerlo más llevadero: en lugar de recitar pormenorizadamente cada una de las oraciones que lo componen, se limitan a enunciarlas por su nombre, y así terminan antes, con lo que les queda más tiempo para jugar. Al fin y al cabo son niños: la mayor, Lucía, apenas alcanza los diez años, y los otros dos, Jacinta siete, y Francisco nueve. Los tres son primos.

Ese mediodía del 13 de mayo de 1917, tras ese rosario abreviado, los niños están entretenidos en levantar un pequeño muro de piedra en torno a un brezo para impedir que los corderos lo devoren, mientras de soslayo vigilan el rebaño.

La figura de una Señora

De pronto, un relámpago estalló en el cielo, como una fuerza que separa dos mundos. El relámpago, en forma de explosión de luz cegadora, parecía presiagar una tormenta. Sabedores de que tienen que volver con el rebaño, los niños comienzan a recoger las ovejas con premura. Y afanados en esta tarea se encontraban, cuando estalla un segundo relámpago, esta vez a su derecha, que los hace sobresaltarse. Los chicos se dan la vuelta, en dirección al ensordecedor ruido. Y allí, sobre una pequeña encina, resplandece una figura humana como si fuera el sol, pero un sol al que se puede mirar de frente. La figura es la de una Señora.

    -No temáis, no voy a haceros ningún daño.

Los chicos, temerosos, se acercan a ella con prevención. El rostro, de unos dieciocho años, emite un fulgor que los chicos jamás han visto. Sus vestidos son de un blanco luminoso, con una especie de cenefa dorada en los bordes. Un manto también blanco le cubre la cabeza y cae luego hasta los pies desnudos, que descansan sobre una nubecilla algodonada levitando sobre la encina. Pronto, a las curiosas preguntas de Lucía, la Se;ora revela su procedencia: "Soy del Cielo".

    -¿Y qué queréis de nosotros? - insiste Lucía.

Sencillamente, la Señora contesta:

    -Os pido que vengáis aquí seis veces seguidas, a esta misma hora, el 13 de cada mes. En octubre os diré quien soy y lo que quiero.

Luego, la Señora antes de elevarse en el cielo les pide:

    -Rezad el rosario todos los días para lograr la paz del mundo y el fin de la guerra.

Durante los cinco meses siguientes, los chicos tuvieron un encuentro con la Señora cada día 13, aunque en agosto fueron retenidos por orden de la autoridad civil y la visión no se produjo hasta el 19.

Una promesa del cielo 

Tempranamente, desde junio, algunos vecinos se llegan al campo en el que se producen las apariciones. Al principio no son muchos, pero al mes siguiente ya suman cinco mil, entre los que se cuentan muchos forasteros. La Señora anuncia un milagro para octubre y les pide persistan, entre tanto, en el rezo del Rosario.

Para septiembre ya son treinta y cinco mil los fieles que acudían al prado, incluyendo –por vez primera– sacerdotes. Tras la aparición de este mes, la Virgen dejó una estela tras su despedida en forma de óvalo luminoso.

Lucía transmitió a su círculo la promesa de María de hacer un milagro en su próxima aparición de octubre, y las reacciones no se hicieron esperar. Muchos lo consideraron una osadía; a fin de cuentas, las visiones no eran comprobables. Pero una promesa del Cielo no dejaba margen al incumplimiento. Hasta entonces, los chicos habían sido presionados sin disimulos para que confesasen su'mendacidad', pero ellos habían resistido de manera sorprendente. Su insistencia en el milagro de octubre aterraba a sus familiares, que sentían que esta vez no tenían escapatoria.

Y llegó el día que la Virgen había marcado. El 13 de octubre amaneció frío y lluvioso. Unas treinta mil personas han pasado la noche a la intemperie, y otras casi cincuenta mil se acercaron ese mismo día al prado de las apariciones. La multitud está calada hasta los huesos y espera ansiosa. Cova de Iria está embarrada, y los niños apenas pueden alcanzar la encina en la que ha de aparecerse María, en forma de Nuestra Señora del Rosario.

Al llegar el mediodía, se oye un relámpago y se hace el silencio en el Pardo. Lucía comienza a hablar con algo que nadie ve. María abre las manos, las nubes se abren y asoma el sol con toda su fuerza. Lucía verá entonces junto al astro, a la Sagrada Familia. Nadie más es testigo de aquello, pero en ese momento, sin saberse muy bien porqué, la multitud se gira hacia el sol. Aparentemente, todos pueden contemplarlo: "Pude verlo semejante a un disco de bordes definidos —escribió un testigo no muy proclive— y vivas aristas que, a pesar de ello no cansaba la vista (...). Este fenómeno duró aproximadamente diez minutos, con dos interrupciones durante las cuáles el astro lanzó unos rayos aún más brillantes y deslumbradores (...) "Resulta asombroso el que la muchedumbre haya podido mirar directamente al astro sin dolor en los ojos y sin que la retina quedase deslumbrada..."

En la prensa masónica

Tras unos minutos que hubieran bastado para dejar ciegos de por vida a miles de personas, el sol comenzó a rotar sobre sí mismo y a cambiar de color, semejando caer sobre la tierra y precipitarse sobre la muchedumbre. Muchas personas a docenas de kilómetros fueron testigos de los mismos hechos. Algunos testigos de los allí presentes dejan poco margen a la duda, pues entre ellos se encontraba el corresponsal del diario O Seculo, de Lisboa, Avelino de Almeida, de raigambre masónica, y que venía mofándose de las apariciones de Cova de Iria desde su comienzo. Precisamente le habían enviado a él -antiguo seminarista reconvertido en enemigo jurado de la Iglesia-, como garantía de beligerancia. Si alguien podía mostrarse inasequible a la milagrería, ese es Almeida.

Pero el diario, en su edición del día 15 de octubre, no se burla de lo acontecido allí, y titula "Cómo el sol bailó a mediodía en Fátima". El testigo de filiación masónica se muestra escéptico, pero no ante lo acontecido en el pardo de Cova de Iria, sino ante las explicaciones de quienes se niegan a admitir lo acaecido como milagroso. A un astrónomo que niega la objetividad del fenómeno y lo remite a la psicología de masas, le contradice con vehemencia cartesiana. El señor Almeida será atacado por sus conmilitones de logia.

Esta es, en fin, la historia de más afamada aparición de la Virgen María en el siglo XX.  Los secretos  que nos fueron revelados y que hoy todavía siguen generando polémica, será parte de otra publicación.