Queridos lectores, permítaseme adaptar un artículo de Don Jorge González, sacerdote diocesano de Madrid, aplicándolo al mundo católico de habla hispana.

¡Los países de tradición católica han dejado de serlo! Esta declaración parecería ser nefasta, atrevida e incluso podría sonar hasta fanática e inquisidora para muchos que se llaman a sí mismos católicos. Y es que esto de que muchos países antiguamente católicos han perdido el verdadero sentido de su ser, se está convirtiendo en realidad. Ahora no tanto por medio de la violencia o las agresiones físicas a católicos (todo lo que ciertamente se está dando), sino más bien a través de una suerte de "apostasía silenciosa" que se manifiesta en un catolicismo nominal, sin complicaciones éticas.

El caso es que cuando se habla de este asunto lo primero que nos viene a la cabeza es la profunda disociación en todo lo que tiene que ver con la moral sexual y el respeto a la vida. La hay. Lo hemos estado viendo últimamente en Málaga, España en dos pregones del mundo cofrade. Lo vivimos en Ontario, Canadá, cuando la Asociación de Profesores Católicos (OECTA, por sus siglas en Inglés) actuando contrariamente a sus principios, acepta públicamente su participación en el desfile por el Orgullo Gay en representación de las escuelas católicas.

Muchos que se llaman católicos no tienen problema en aceptar el aborto, las relaciones extraconyugales, el ejercicio de la homosexualidad, el matrimonio entre individuos del mismo sexo. Y todo esto con la disculpa famosa de "la propia conciencia".

Si la abolición práctica de los mandamientos sexto y noveno ("No cometerás adulterio" y  "No desearás la mujer de tu prójimo") es algo bastante generalizado, y señal inequívoca de un abandono de la moral cristiana más elemental, no lo es menos la de los mandamientos séptimo y décimo ("No robarás" y "No codiciarás nada que sea de tu prójimo").

En nuestras sociedades nos hemos acostumbrado al robo, a la usura y la corrupción como algo propio del ser "latino o vivo". Pero lo más grave de todo esto es que nos hemos acostumbrado a la defraudación y el engaño y lo vivimos como algo habitual e irresoluble.

Hagan el esfuerzo de abrir cualquier medio de comunicación y observen las páginas que hay que dedicar a la corrupción y el fraude. Es igual donde miren: políticos de uno y otro signo, empresarios, sindicalistas, concejales, pequeños empresarios, autónomos, amas de casa, el señor de la esquina tonto el que no se lo lleve crudo, aunque no sean más que unos folios para casa, dos bolígrafos, la comisión, la dieta no merecida, la información privilegiada, el regalo indebido, hasta llegar a millones y millones de dólares o euros. Y no pasa nada. Bueno, alguna vez alguien acaba en la cárcel. Pero devolver lo robado, ¡ni hablar! Pues oigan, o mejor lean, muchas de estas personas que practican estas cosas son miembros de cofradías y hermandades, miembros activos de grupos laicales, se casan por la Iglesia, llevan a sus niños a bautizar y a hacer la comunión y luego pagan la celebración con la comisión de la constructora A o a costa de los cursos del sindicato B.

Por supuesto que estamos dejando de ser católicos. No a lo bestia, que eso siempre lleva una paga de violencia, riesgo y tiznarse las manos. Ahora se hace mejor, civilizadamente. Nada de enfrentamientos con la Iglesia, simplemente me olvido de la moral cristiana más elemental, de los mandamientos. Porque claro, si me cargo el sexto y el noveno por un lado, y el séptimo y décimo por otro, no queda más remedio que mentir y prevaricar –se acabó el octavo ("No mentir")- y ganarse el respeto de los contrarios con la violencia y la amenaza que van directamente contra el quinto ("No matarás"). El resto… qué quieren que les diga. Una blasfemia si se tercia –adiós segundo ("No usar su santo nombre en vano")- y lo de ir a Misa cada domingo tampoco hay que pasarse –abolido el tercero ("Guardar el domingo y días de precepto"). Pero a Dios sí que le queremos mucho.

Seguiremos diciendo que somos católicos, las encuestas afirmarán lo que les venga en gana. Pero un país donde se roba, se miente, se defrauda como algo habitual y el sexto mandamiento desaparece de la vida, será católico de boquilla. Pero nada más.