Presencia de Dios - Oh Señor, hazme fuerte y valiente en tu servicio.
MEDITACIÓN
Cuanto más ame un alma a Dios, más valiente será para emprender cualquier trabajo, por muy laborioso que sea, por amor a Él. El miedo a la fatiga, al sufrimiento y al peligro es el mayor enemigo de la fortaleza ; paraliza el alma y la hace retroceder ante el deber. La valentía, por el contrario, es vigorizante ; nos permite enfrentarnos a todo con tal de ser fieles a Dios. La valentía, por tanto, nos incita a abrazar la propia muerte, si es necesario, antes que ser infieles al deber. El martirio es el acto supremo de la fortaleza cristiana, un acto que no se pide a todos, pero que conviene no ignorar como posibilidad. Todo cristiano es, por así decirlo, un mártir en potencia, en el sentido de que la virtud de la fortaleza, infundida en él en el Bautismo y la Confirmación, le hace capaz, si la necesidad lo requiere, de sacrificar incluso su vida por amor a Dios. Y si todos los cristianos no están llamados a dar al Señor este supremo testimonio de amor, todos deberían, sin embargo, vivir como valientes soldados, acostumbrándose a no abandonar ningún deber, pequeño o grande, por miedo al sacrificio.
Es cierto que la virtud de la fortaleza no nos exime del miedo y la alarma que invaden nuestra naturaleza ante el sacrificio, el peligro o, sobre todo, el peligro inminente de muerte. Pero la fortaleza, como todas las demás virtudes, se ejerce con la voluntad ; de ahí que sea posible realizar actos valientes a pesar de nuestro miedo. En estos casos, la valentía tiene una doble función : vence el miedo y afronta la tarea difícil. Tal fue el acto supremo de fortaleza que Jesús realizó en el Huerto de los Olivos, cuando aceptó beber el amargo cáliz de su Pasión, a pesar de la repugnancia de su naturaleza humana. Uniéndonos a este acto de nuestro Salvador, encontraremos la fuerza para abrazar todo lo que es doloroso en nuestra vida.
II. La gracia puede dar valor incluso a aquellos que son naturalmente tímidos ; pero no debemos esperar que la gracia lo haga sin nuestra cooperación. La virtud de la fortaleza ha sido dada a todos los cristianos, y en este sentido es una virtud infusa ; sin embargo, nos queda activarla por la práctica, y en este sentido, se convierte en una virtud adquirida. Además, lo mismo ocurre con todas las virtudes teologales y morales que se infunden en el alma con la gracia. Son como un capital que sólo aumenta si lo invertimos con buena voluntad para hacerlo productivo.
Nos hacemos humildes haciendo actos de humildad ; del mismo modo, nos hacemos fuertes y valientes realizando actos valientes. No está a nuestro alcance suprimir el miedo sensible que heredamos con nuestra naturaleza caída y que sentimos a pesar nuestro, pero podemos evitar que se apodere de nuestra voluntad y paralice nuestros actos. Debemos actuar con energía, obligándonos en nombre de Dios a hacer lo que debemos, y no detenernos a discutir con el miedo. Muchas almas dicen : "No tengo fuerzas para realizar tal acto".
Pero ¡que empiecen y se esfuercen ! El buen Dios nunca rechaza la gracia inicial que imparte valor para actuar.
Después, el corazón se fortalece, y el alma va de victoria en victoria" (Sta. Teresa del Niño Jesús). Esto es cierto. Para llegar a ser valientes, debemos decidirnos a actuar a pesar de nuestra natural cobardía y miedo. Esto es particularmente necesario en los momentos en que, a causa de la debilidad física o de la privación del apoyo de la gracia real, hasta las más pequeñas dificultades parecen montañas y todo nos asusta. Si esperáramos a sentirnos valientes, nunca emprenderíamos nada. "¿Qué importa si no tenemos valor -dijo la Santa de Lisieux a una novicia-, con tal de que actuemos como si fuéramos realmente valientes ?" (Idem).
Los actos de valor realizados cuando no tenemos valor son más puros y sobrenaturales : son más puros, porque no dan lugar a sentimientos de orgullo ; son más sobrenaturales porque se basan, no en los recursos de la naturaleza, sino en los de la gracia. Por el contrario, los actos de valentía que realizamos según nuestras disposiciones naturales son a menudo simples actos humanos ; pueden convertirse fácilmente en alimento del amor propio. Por eso, quien es valiente por naturaleza debe aprender a no confiar en sus propias fuerzas, sino a depender de la gracia de Dios, sin la cual toda fuerza humana es mera debilidad.
COLOQUIO
"Oh, Señor Dios de los ejércitos, tú has dicho en tu Evangelio : "No he venido a traer la paz, sino la espada" (Mt 10, 14) ; dame, pues, fuerza y armas para la batalla. Ardo en deseos de luchar por tu gloria, pero te ruego que fortalezcas mi valor. Entonces, con el santo rey David, podré exclamar :'Sólo Tú eres mi escudo, oh Dios ; eres Tú quien prepara mis manos para la guerra'(Sal 144, 1-2).
"Oh Jesús mío, lucharé por Ti mientras viva, y el amor será mi espada. Mi debilidad nunca debe desanimarme ; cuando por la mañana no sienta valor ni fuerza para la práctica de la virtud, debo considerar este estado como una gracia, pues Tú me enseñas que es el momento preciso para poner el hacha a la raíz del árbol, contando sólo con Tu ayuda.
"¿Qué mérito tendría luchar sólo cuando siento valor ? ¿Qué importa si no lo tengo, siempre que actúe como si lo tuviera ? Oh Jesús, hazme comprender que, si me siento demasiado débil para recoger un trozo de hilo, y sin embargo lo hago por amor a Ti, obtendré mucho más mérito que si hubiera realizado algún acto más noble en un momento de fervor. Por eso, en lugar de afligirme, debo alegrarme al ver que Tú, al permitirme sentir mi propia debilidad, me das ocasión de salvar un mayor número de almas" (cf. Ídem Oración - L, 40 - C).