Comulgar de rodillas: una práctica que reverdece. Negar la comunión a un fiel que se arrodille para recibirla es un abuso pastoral, según la Congregación para el Culto Divino.
Nicola Bux, profesor en la Facultad de Teología de Bari (Puglia/Apulia, Italia), nació en 1947 y fue ordenado sacerdote en 1975. Es o ha sido consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de las Causas de los Santos y del Oficio para las Celebraciones Pontificias, y está considerado uno de los baluartes de Benedicto XVI en el ámbito litúrgico en cuanto intérprete de esa "hermenéutica de la continuidad" que fue quicio de su pontificado.
En su discurso a la Curia romana el 22 de diciembre de 2005, el hoy Papa emérito señaló que "todo depende de la correcta interpretación del Concilio o, como diríamos hoy, de su correcta hermenéutica, de la correcta clave de lectura y aplicación. Los problemas de la recepción han surgido del hecho de que se han confrontado dos hermenéuticas contrarias y se ha entablado una lucha entre ellas. Una ha causado confusión; la otra, de forma silenciosa pero cada vez más visible, ha dado y da frutos".
El padre Bux plantea esa misma disyuntiva en su última obra, Cómo ir a misa y no perder la fe (Stella Maris), impulsada por Vittorio Messori. "Una vez más he cedido ante Vittorio Messori: escribir sobre la misa, dice al principio. Y el escritor y periodista italiano firma un epílogo final con algunos consejos para mejorar las homilías y que no fracasen en su misión de evangelizar a los fieles.
Para Bux, la reforma de Benedicto XVI busca superar "la idea de que la liturgia pueda ser fabricada", restituir "el rito, el sacramento, en lo sagrado" y restablecer "el derecho de Dios a ser adorado como desea". Entre otras cosas para conseguir esos efectos, en 2007 el hoy Papa emérito liberalizó con el motu proprio Summorum Pontificum la misa tradicional, vigente durante siglos en la Iglesia hasta la reforma postconciliar.
Pero Nicola Bux no plantea sus propuestas sólo para ese rito, sino también para "la forma ordinaria postconciliar si se celebra según las normas establecidas": "Hoy es más necesario aún entender cómo ir a misa, porque cuando se va -y resulta increíble decirlo- ¡se corre el riesgo de perder la fe!". Y eso es porque "la Liturgia cristiana sufre una violencia sutil en nuestro tiempo: sus ritos y símbolos son desacralizados o sustituidos por gestos profanos. Imitando a las ideologías ya en ruinas, se recurre a símbolos hechos por la mano del hombre".
No se trata, pues, sólo de un título audaz y provocador, sino de un peligro real. Para conjurarlo, Bux profundiza a lo largo del libro en lo que es y no es la misa y va proponiendo algunas ideas concretas. He aquí una selección de ellas.
Diez ideas para "reavivar la fe" a través de la misa
1. Homilía.- "La homilía sirve para contrastar el poder mundano que, en todos los tiempos, con modos y grados diferentes, intenta matar la fe a través de la disolución de la moral. Deberá ser siempre extremadamente fiel a la moral, no simplemente respetando los preceptos de ésta, sino intuyendo también lo que pueda ser de mayor provecho para las almas con el fin de tener una relación auténtica con el Señor".
2. La forma de consagrar.- "La Consagración es el momento solemne en el que se manifiesta la continuidad perenne de la Eucaristía. Por eso en la misa el sacerdote, personificando a Cristo, repite religiosamente todos los gestos, cuenta lo que ocurrió en la Última Cena, con características, significado e incidencia diferentes a la parte narrativa que precede": "Cambiando tono y posición, pronuncia lentamente las palabras de la consagración".
3. Ir a comulgar.- "La procesión debe ser lenta para permitir el acto de reverencia personal, inclinación profunda o genuflexión, al cuerpo del Señor. Mientras se administra la Comunión, permanecemos de rodillas en señal de adoración; nos podemos sentar una vez que el sacramento es repuesto en el tabernáculo".
4. ¿Se puede de rodillas?- Según la Congregación para el Culto Divino, "la práctica de arrodillarse para recibir la comunión tiene de su parte una tradición de siglos e indica un signo de adoración. El hecho de que el fiel esté de rodillas no constituye motivo para negarle la comunión. El sacerdote que la niega comete un abuso pastoral".
5. Los fragmentos.- "De la gran reverencia hacia el Sacramento viene la precaución de la utilización del platillo o del purificatorio, como los bizantinos, en la distribución de la Comunión, para evitar que la sagrada Hostia, o algún fragmento de la misma, caiga. Jesús está realmente presente también en los fragmentos de la Hostia".
6. Cuidado con la creatividad.- Del mismo modo que el sacerdote "no dice cosas de su coleto, no inventa una doctrina propia, del mismo modo no puede hacer o inventar Liturgias, porque engañaría y llevaría a la idolatría. Cuando rezo o celebro la Misa, tengo que acordarme de que repito las palabras de Otro, soy colaborador de una obra que me precede y me supera".
7. Canciones.- "Hemos asistido a la desaparición del repertorio musical en favor de canciones derivadas de la cultura secular, incompatibles claramente con el Evangelio. Se cede a la música ligera - tal vez con la ilusión de atraer a los jóvenes -, en la que prevalecen el ritmo, la zalamería de las palabras, incluso la utopía y la horizontalidad mundanas".
8. Confesionarios durante la misa.- "Hay que garantizar, sobre todo, la reserva. Muchos fieles admiten que no se confiesan porque ya no están protegidos por la discreción de la rejilla. Además, la experiencia demuestra que al quitar los confesionarios de la vista de los fieles en la nave, donde estaban situados en las iglesias tradicionales, disminuye la idea de confesarse".
9. ¿Dónde está el Santísimo?- "En el postconcilio, el demonio parece haberse ensañado con el Tabernáculo -como es obvio-, desarrollando un conflicto que no parece acabarse: en muchas iglesias el Tabernáculo es colocado en lugares de poca importancia o separados, que no son fáciles de encontrar, o se antepone a él la sede del celebrante que, de esta manera, le da la espalda, algo verdaderamente grave. Así los fieles, al entrar en la Iglesia, no se dan cuenta de la presencia del Santísimo Sacramento y no se detienen en adoración".
10. Sin devoción no hay participación.- "La desaparición de los gestos de adoración, el final del silencio en la iglesia y la exhibición de los llamados actores han llevado a los fieles a ser simples espectadores y la Liturgia ha decaído hasta ser un espectáculo en el que se exhiben sacerdotes y ministros, nada que ver con lo que ocurría antes del Concilio, con el agravante de que, si antes los fieles contemplaban en silencio el misterio, ahora lo observan divertidos o aburridos. Sin devoción no hay participación plena. En la Liturgia hay que participar con los cinco sentidos y hay que dejarse cautivar por algo que viene de lo más profundo y de la eternidad. No se trata de una conferencia en la que tienes que entenderlo todo. Comprender la realidad de la Liturgia no es lo mismo que comprender las palabras".
Contar historias y apuntar al adversario
Personalizar y dramatizar: contar historias, implicarse en ellas y convertirlas en escenario de un combate en el cual señalar el campo propio y el ajeno. En resumen: huir de la abstracción, que aleja al oyente de lo que se le está contando.
Messori aconseja arriesgarse a usar el "yo": "Los más eficaces de los anunciadores cristianos son quienes no han buscado ser « autores », sino hombres, testigos, a través precisamente de la temeridad de decir « yo »". Y cita el caso de obras clásicas como las Confesiones de San Agustín, los Pensamientos de Blaise Pascal o el Diario de Sören Kierkegaard.
Y ¿por qué dramatizar? Esto es, ¿por qué "proponer lo que se debe pensar, narrando (o mejor, mostrando) lo que se debe hacer", y además apuntar al adversario? Porque en el fondo del corazón humano hay una necesidad "de antagonismo, de choque, de beligerancia". Hay que incitar al bien señalando el mal. Los partidos amistosos, subraya Messori, aburren.
En resumen, concluyen estas páginas finales de Cómo ir a misa y no perder la fe: "Querer comunicar sin simplificar puede confundir en lugar de iluminar; olvidarse de personalizar lleva a la insignificancia de ideas que resbalan por la roca y no van a lo profundo; sin dramatizar, se consigue un discurso que, a falta de adversario, ya no es humano; se afloja, provocando no la atención y la pasión, sino las miradas al reloj para ver si la predicación está ya a punto de acabar.