"La doctrina social católica ha repudiado siempre la organización de la sociedad basada en un determinado modelo de capitalismo liberal, calificado con razón como'capitalismo salvaje', cuyas notas dominantes son la búsqueda desenfrenada de la ganancia, unida al desprecio por los valores primordiales del trabajo y por la dignidad del trabajador. Frecuentemente esa búsqueda está acompañada por la corrupción de los poderes públicos, la difusión de fuentes impropias de enriquecimiento y de ganancia fáciles, fundadas en actividades ilegales'. Es un sistema económico-social que hace de la ganancia un fin absoluto y que degrada el trabajo humano a través de una explotación inicua". (cf. CA, 33 y 48) (Discurso a los habitantes de las favelas en Vitoria, Brasil, 19-10-1991). Diccionario Social y Moral de Juan pablo II, Capitalismo, n. 74-79.
¿Será que capitalismo y comunismo son iguales ?
No, lo que la Iglesia condena no es el capitalismo en sí mismo (la propiedad privada, la empresa libre). al contrario, lejos de desear la desaparición de la propiedad privada, la Iglesia más bien desea su difusión más extendida a todos, para que todos puedan volverse dueños reales de un capital, y ser realmente "capitalistas" :
Un capitalismo saneado
"La dignidad de la persona humana exige normalmente, como fundamento natural para vivir, el derecho al uso de los bienes de la tierra, al cual corresponde la obligación fundamental de otorgar a todos, en cuanto posible sea, una propiedad privada … y, por otra parte, entre las exigencias que se derivan de la nobleza moral del trabajo, también se halla comprendida la conservación y el perfeccionamiento de un orden social que haga posible una segura, aunque modesta, propiedad privada a todas las clases del pueblo... Por consiguiente, es necesario modificar la vida económica y social para que de esta manera se facilite la difusión más amplia de la propiedad privada de bienes de consumo duraderos, de casas, de jardines, de herramientas para empresas de artesanos y de granjas tipo-familia, inversiones en empresas de mediano o gran tamaño" tal como se está aplicando ya en algunas comunidades económicamente avanzadas (Mater et Magistra, 15 de mayo de 1961, el n. 114-115.)
Las faltas que la Iglesia encuentra en el sistema capitalista no provienen de su naturaleza (propiedad privada, empresa libre), pero del sistema financiero que usa, un sistema financiero que domina en lugar de servir, un sistema que vicia al capitalismo. El Papa Pío XI escribió en Cuadragésimo Anno :
"El capitalismo no puede condenarse por sí mismo. Y, en realidad, no es por su naturaleza vicioso, pero le han viciado".
Lo que la Iglesia condena no es el capitalismo como un sistema productor, pero, según las palabras del Papa Pablo VI, "el sistema calamitoso que lo acompaña", el sistema financiero :
"Este liberalismo sin freno conducía a la dictadura, denunciada justamente por Pío XI como generadora del imperialismo internacional del dinero. Nunca se condenarán bastante semejantes abusos, recordando una vez más solemnemente que la economía se halla al servicio del hombre. Mas si es verdad que cierto capitalismo ha sido la fuente de tantos sufrimientos, de tantas injusticias y luchas fratricidas, cuyos efectos aún perduran, injusto sería el atribuir a la industrialización misma males que son más bien debidos al nefasto sistema que la acompañaba. Más bien ha de reconocerse, por razón de justicia, que tanto la organización del trabajo como la misma industrialización han contribuido en forma insustituible a la obra toda del desarrollo." (Encíclica Populorum Progressio en el desarrollo de los pueblos, marzo 26, 1967, n. 26.).
Dicho esto, el Crédito Social preconiza el reparto periódico de un dividendo a los ciudadanos. O sea, una cantidad de dinero abonada cada mes a cada persona, cualquiera que sea su oficio, así como el dividendo dado al capitalista incluso cuando no trabaje personalmente.
Se conoce que el capitalista que invierte dinero en una empresa tiene derecho a una renta, que se llama dividendo. A otros se les paga en salarios. Pero el capitalista saca su renta únicamente de la presencia de su capital en la empresa. Si también trabajase en la empresa, tendría dos rentas : un salario por su trabajo y un dividendo por su capital.
Ahora bien, el Crédito Social considera que todos los miembros de la empresa son capitalistas. Todos poseen juntos un capital real que contribuye mucho más a la producción que el capital invertido o el trabajo de los empleados.
¿Cuál es ese capital común ?
Primeramente, son las riquezas del país que no han sido producidas por nadie, sino que son un regalo de Dios para quienes viven en dicho país. También son el conjunto de las inversiones, de los conocimientos, de los descubrimientos, de los perfeccionamientos de las técnicas de producción, de todo el progreso adquirido, acumulado, engrandecido y transmitido de una generación a otra. Es una herencia común, ganada por las generaciones pasadas y que nuestra generación utiliza y sigue engrandeciendo para pasarla a la siguiente. No es la propiedad exclusiva de nadie, sino un bien común por excelencia.
Y ahí está el mayor factor de la producción moderna. Si solo se suprimiese la fuerza motriz del vapor, de la electricidad, del petróleo – invenciones de los tres últimos siglos – ¿qué sería de la producción total ? incluso si se aumentara el trabajo de todos obreros del país y con muchas más horas.
Sin duda alguna, aún se necesitan productores para dar un rendimiento al capital y por este rendimiento están recompensados por su salario. Pero el mismo capital debe tener valor de dividendos para sus propietarios, es decir para todos los ciudadanos ya que todos son igualmente coherederos de las generaciones pasadas.
Siendo ese capital común el mayor factor de producción moderno, el dividendo debería bastar para proporcionar a cada hombre por lo menos lo que necesita para mantenerse. Luego, al paso que la mecanización, la motorización, la automatización desempeñan un papel cada día más importante en la producción, con cada vez menos trabajo humano, la parte distribuida por el dividendo debería llegar a ser mayor.
He aquí otra manera de enfocar el asunto de la distribución de la riqueza que no es la de hoy en día. En lugar de permitir que unos vivan miserablemente y de poner tasas de impuestos a los que se ganan la vida para ayudar a quienes ya no contribuyen a la producción, a cada uno le tocaría una renta básica : el dividendo. Sería un mejor reparto desde el origen.
Son también un medio adecuado para obtener el dividendo, las grandes capacidades productivas modernas, así se concretizaría el derecho de cada ser humano a gozar de los bienes materiales que es un derecho que cada hombre posee por el mero hecho de su existencia, un derecho fundamental e imprescriptible que el papá Pío XII recordaba en su radio-mensaje del 1 de junio de 1941 :
"Los bienes creados por Dios han sido credos para todos los hombres y deben estar a la disposición de todos, según las normas de la justicia y de la caridad. Cualquier hombre como ser humano dotado de razón tiene de hecho dado por la naturaleza el derecho fundamental a usar de los bienes materiales de la tierra. Tal derecho no podría suprimirse de ningún modo ni siquiera ser sustituido por otros derechos verdaderos y reconocidos sobre los bienes materiales."
Un dividendo para todos y para cada uno ; ésta es la fórmula económica y social más resplandeciente que se haya propuesto jamás a un mundo cuyo problema ya no es producir sino distribuir lo producido.
No a través de un partido político
Muchos son los que, en varios países, han visto en el Crédito Social lo mejor que se ha propuesto jamás para servir a la economía de la abundancia moderna y para poner los productos al servicio de todos. Queda por hacer que se admita esta concepción de la economía para que llegue a ser una realidad.
Desgraciadamente, en Canadá, los políticos han estropeado las dos palabras "Crédito Social", empleándolas para designar a un partido político. Es el mayor perjuicio jamás hecho a la comprensión y la expansión de la doctrina de Douglas. Y esto llegó a ser una causa de confusión y de desconfianza. Muchas personas no quieren oír hablar del Crédito Social porque ven en él, un partido político y no lo es. Es precisamente todo lo contrario. El mismo fundador de la escuela del Crédito Social, C.H. Douglas, sabía que había una total incompatibilidad entre Crédito Social y política electoral. Son dos términos que se excluyen el uno al otro por su índole, sus fines, sus causas, su inspiración.
Los principios del Crédito Social descansan en una filosofía. Y es esta filosofía, la que da la prioridad a la persona sobre el grupo, sobre las instituciones, sobre el mismo gobierno. Cualquier actividad hecha en nombre del auténtico Crédito Social debe ser una actividad al servicio de las personas.
Es una causa muy distinta la que anima y orienta las actividades de un partido político, sea antiguo o nuevo, y esta es conquistar o mantener el poder, llegar a ser o seguir siendo el grupo que gobierne al país. Se trata de la búsqueda del poder por un grupo.
El Crédito Social, por lo contrario, enseña que el poder económico, bajo la forma de un dividendo periódico le permitiría a cada individuo obtener lo necesario dentro de la producción de su país.
La política de partido lleva a los ciudadanos a la abdicación de su responsabilidad personal, poniendo el partido toda la importancia sobre la votación, sobre un acto de unos segundos que el ciudadano cumple escondido detrás de una cortina, después de haber sido bombardeado con la propaganda electoral durante meses.
El Crédito Social, por el contrario, enseña a los ciudadanos a hacerse responsables tanto en la política como en lo demás y en todo momento, actuando como conciencia y vigilancia de los gobiernos, gritando la verdad y denunciando las injusticias sin tregua ni descanso en cualquier parte donde se encuentren.
Cualquier partido político contribuye a dividir al pueblo, en una lucha sin cuartel entre partidos, en busca del poder. Ahora bien, toda división debilita ; un pueblo dividido y debilitado no puede hacerse escuchar.
La doctrina del Crédito Social, por lo contrario, hace a sus ciudadanos conscientes de sus aspiraciones fundamentales. Un grupo de personas conscientes de sus responsabilidades y derechos, enseña a otros a unirse en las peticiones que todos aprueban, a presionar a los gobiernos, cualquiera que sea el partido que esté en el poder.
Para hacer prevalecer ideas tan grandes como la concepción creditista de la economía, no se necesitan políticos ávidos de jactancia ni de dinero, sino apóstoles que se entreguen a su tarea sin cálculos, sin miramientos más que el triunfo de la verdad y de un mundo mejor para todos. Apóstoles despegados de cualquier recompensa mundana, haciendo todo lo posible por la causa y confiando en Dios en todo lo demás.