En la primera parte de este artículo (puede consultar nuestra edición anterior) hablamos acerca de los excesos del Capitalismo como fue explicado en la Carta Encíclica "Quadragesimo Anno" del Papa Pío XI. Algo que también se menciona en otras encíclicas de Juan XXIII y Pablo VI. Se hizo mensión del mayor problema del "imperialismo del dinero" que es la creación del dinero por los bancos privados en vez de que éste sea creado por la sociedad para el beneficio de todos los ciudadanos. Continuamos con la segunda parte de este maraviloso documento.
Remedios
Pío XI se expresa en unos pocos párrafos sobre la cura de los males señalados, los cuales constituyen una síntesis de la segunda parte de la encíclica. Sus enunciados principales son:
• El capital y el trabajo son los dos pilares de la economía moderna.
• El capital o propiedad y el trabajo tienen un doble carácter: individual y social.
• Las leyes que regulan al capital y al trabajo deben regularse por la justicia conmutativa, ayudada por la caridad cristiana.
• La libre concurrencia debe estar contenida dentro de límites seguros y justos.
• El poder económico debe estar sometido de manera eficaz a la autoridad pública.
• Las instituciones públicas deben conformar la sociedad a las exigencias del Bien Común y, por lo tanto, la economía debe encuadrarse dentro de un orden recto y sano.
Los graves errores derivados de la ignorancia del "imperialismo internacional del dinero"
1. La incapacidad para comprender
A pesar del tiempo transcurrido desde 1931 y de la clarísima caracterización que realizó Pío XI respecto al "imperialismo internacional del dinero", como una entidad política distinta a los "estados o imperialismos nacionales", se observa una manifiesta incapacidad para distinguir entre ambas categorías. Ello no quiere decir que el primero no opere a través de los estados o del poder político de un estado nacional. Precisamente, la Encíclica nos advierte sobre la existencia de Estados subordinados, dominados, serviles o simplemente usurpados por el "imperialismo internacional del dinero".
Se trata de dos cosas distintas. No entender o, lo que es peor, no querer entender la mencionada diferencia, que ha sido una de las características del Siglo XX –ya sea por falta de percepción, ignorancia o ingenuidad- constituye un grave error, porque anula todo intento y esfuerzo de independencia y liberación del "poder del dinero", debido a que se ataca a un enemigo equivocado (nacionalizando engañosamente la hostilidad), se malgastan esfuerzos en empresas inútiles y se entretiene a los pueblos con enemistades y oposiciones dialécticas falsas. Es que, normalmente, ha sido ese mismo poder el que promovió y promueve la ignorancia y la confusión sobre este tema para su propio beneficio.
La lógica del razonamiento respecto a esta cuestión, que se sigue de la definición de Pío XI, no puede ser invalidada por la calidad de religioso de su autor. Carlos Marx, un indiscutible y absoluto contradictor de todo lo religioso, en su ensayo "El Pueblo Judío en la Historia", publicado casi un siglo antes, se expresaba en términos equivalentes -aunque lamentablemente por única vez, ya que nunca más volverá a tratar esta cuestión-: "La contradicción existente entre el poder político práctico del judío y sus derechos políticos, es la contradicción entre la política y el poder del dinero, en general. Mientras que la primera (la política) predomina en términos ideales sobre el segundo (el poder del dinero), en la práctica se convierte en sierva suya"(1).
De ahí nuestra reiteración. No entender esta cuestión, es negarse a comprender lo que ha sido una de las características del último siglo, en lo que hace a la naturaleza, a la conformación y a la lucha por el poder mundial. Es negarse a la prueba de que el "dinero", a través de un largo proceso, se ha convertido en "poder político" o bien, que éste ha sido privatizado por el "poder del dinero".
La crítica de los católicos liberales
Sectores católicos liberales han criticado indirectamente a ésta encíclica porque no explica con claridad qué es el "imperialismo internacional del dinero", quiénes lo componen, cómo se lo reconoce y cuál es el modo de combatirlo. Consideran que todos esos interrogantes son respondidos en la penumbra de algunas frases genéricas que se prestan a una variedad de interpretaciones.
Alguna razón tienen esas críticas, porque parecería que ese trabajo no se hizo con la profundidad, extensión y la preocupación que era debida. Pero lo que en realidad esconden los liberales, con la falta de ponderacion de este punto en particular de la encíclica de referencia, es su adscripción ideológica a principios e instrumentos económicos-financieros incompatibles con la enseñanza de la Iglesia y con su condición de católicos
No es el objeto de una encíclica dar los detalles que se reclaman. Ésta sólo proporciona las claves generales de los grandes problemas y de sus soluciones, desde el punto de vista de la moral y la tradición cristiana. Corresponde a los especialistas, clérigos y laicos, explicitar y desentrañar los fundamentos y detalles, teóricos y prácticos, que conforman esas grandes claves, conforme a las circunstancias históricas que se estén viviendo.
Sin embargo, resulta sorprendente que el contenido de la misma encíclica, en la parte que trata sobre el "imperialismo internacional del dinero", es prácticamente desconocida para la gran mayoría de clérigos y laicos. Podría haber contribuido a ello la inexistencia de un desarrollo explicativo y ampliatorio adecuado, como lo señalé anteriormente. Precisamente, esa es la gran tarea que tenemos por delante quienes tenemos conciencia de la importancia del acierto y de la clarividencia de Pío XI, al habernos mostrado los trazos principales del rostro de una de las bestias esclavizadoras de los pueblos, la más eficiente y cruel de la modernidad.
El gran engaño de la Teología de la Liberación MARXISTA y de los seudos revolucionarios
Paralelamente, a partir de los años sesenta y durante la década siguiente, la denominada Teología Latinoamericana de la Liberación, importó el marxismo europeo como instrumento conceptual para la explicación teórica de las estructuras dominantes existentes y como introducción para una acción que cambie la sociedad; probablemente esto se vio favorecido por el hecho de que en aquel momento el marxismo en Europa estaba viviendo un renacimiento y otros críticos del capitalismo eran hasta entonces casi totalmente desconocidos. Sin entrar en una crítica exhaustiva de la misma, solamente nos remitimos a afirmar que la Teología de la Liberación asumió los vicios del marxismo, asimilando sus graves errores y vacíos respecto al dinero. No vio ni reconoció –o simplemente, por razones ideológicas, se negó a hacerlo- al "imperialismo internacional del dinero" que ya había sido definido por Pío XI, en 1931, y al cual había condenado como funesto y execrable.
No advirtieron lo anterior, ni tampoco que inexplicablemente Marx omitió el poder que tiene el dinero, a pesar de su extensa obra. En efecto, para Marx el dinero sólo constituía un equivalente de la mercancía; en su lugar atribuyó a la propiedad privada de los medios de producción la de constituir la raíz exclusiva de la explotación y opresión; consideró los intereses que el dinero produce solamente como una parte subordinada de la plusvalía industrial cuya repartición harían los capitalistas entre sí.
En "El Capital", Carlos Marx define al "dinero" de una forma artificiosa, expresando: "Por motivos de sencillez, supongo ser el oro la mercancía dinero", omitiendo la existencia del papel moneda convertible o del dinero bancario o dinero numérico o cifra, creado por los bancos de la nada como crédito o préstamo, resultante de la aplicación de la llamada "reserva bancaria fraccionaria".
Es decir, Marx ni el marxismo nunca descubrieron la plusvalía del interés y de la usura, motorizada por el crecimiento exponencial del interés compuesto, del cual se apropian los banqueros. Para Marx y los marxistas el paradigma del "capitalista explotador" es exclusivamente el propietario de los medios de producción (industrial, agropecuario, etc..) o de los servicios de cualquier tipo, basta que contrate asalariados.
Sin embargo, lo que resulta paradójico es que la Teología de la Liberación contribuyó con sus esquemas ideológicos a llevar a la muerte a miles de personas implicadas, en uno u otro bando, en lo que fue el largo proceso de la guerra revolucionaria o subversiva en América del Sur y Central. Además, fue funcional al extraordinario fenómeno de endeudamiento de las naciones latinoamericanas; fenómeno que se montó a caballo y como excusa para responder a su accionar político-militar: los gobiernos necesitaban muchos créditos en dólares para acelerar el desarrollo e incrementar el bienestar material y, con ello, evitar que los pueblos cayeran en manos de la subversión comunista. Precisamente, mientras su objetivo teórico declamado pretendía liberar a los pueblos de las garras del capitalismo o imperialismo, en la práctica generaron las condiciones para que éste asegurara su esclavización permanente. Por esa causa, los errores de Marx respecto del dinero, que la Teología de la Liberación no supo o no quiso advertir ni superar, se convirtieron en una consecuencia trágica al finalizar la guerra revolucionaria que inspiró.
De esta manera, los mencionados teólogos y revolucionarios, además de haber sido derrotados militarmente, colaboraron a que la realidad dominante de esos pueblos, en lo sucesivo y para siempre – mediante la "deuda externa"- quedara a merced de los banqueros y usureros internacionales, sometidos a la indisimulable expoliación de sus riquezas y a un proceso de esclavización, cuya magnitud y extensión la Historia Universal no reconoce antecedentes. Pero lo que resulta más paradójico, es que no fueron reducidos a ese estado por obra de los propietarios de los medios de producción, como lo había anunciado Marx, sino por los usureros internacionales.
Conclusiones
Algunos sectores de la Iglesia desde un principio ignoraron la existencia del "imperialismo internacional del dinero (1931), tal vez por considerarla una formulación teórica. Sin embargo, setenta y tres años después constituye un dato incontrastable de la realidad concreta, dado que los excesos y defectos del capitalismo liberal, han alzado dimensiones paroxísticas e intolerables. De ahí deriva la calidad de anticipatoria o casi profética que le adjudicamos a la encíclica en cuestión, ya que pareciera haber sido escrita para nuestro tiempo, porque todo lo anticipado se ha cumplido en plenitud y aún más. Resulta así, que el "imperialismo internacional del dinero" no es otra cosa que una entidad política de dominación a escala universal o mundial.
El origen de esta calamidad se encuentra en la concentración de la riqueza en muy pocas manos, debido a la creación y uso monopólico del "poder del dinero" en cuanto poder independizado del Bien Común de la sociedad. Y éste se ha convertido de hecho en "poder político" (sin asumir ninguna responsabilidad pública formal), en la medida que ha sometido y subordinado a su voluntad y fines particulares a los poderes públicos o gobiernos, siendo su ejercicio calificado por el Papa de dictadura, tiránico, despótico y arbitrario.
Ahora bien, la acumulación de riquezas no es socialmente neutra; la riqueza en las manos de unos pocos necesariamente conlleva la pobreza de otros, hasta el extremo de que éstos carezcan de lo más elemental para su subsistencia. El resultado de esta desigualdad finalmente se expresa, en términos prácticos, en una relación esencialmente injusta e inexorable entre un minúsculo número de acreedores o prestamistas y una inmensa mayoría de deudores.
Consecuentemente, los grandes conglomerados multinacionales o trasnacionales –principalmente bancarios, pero también industriales y de servicios- que integran ese imperialismo en cuestión, no persiguen objetivos políticos y estratégicos nacionales, sino de "política mundial", que ellos mismos se auto imponen, sin ninguna intervención de los pueblos donde residen. Consecuentemente sus objetivos, políticas y estrategias son absolutamente de naturaleza privada, de interés particular o de grupo. De ese modo "estos organismos privados pueden conducir a una forma de dictadura económica en el campo social, cultural e incluso político ». Pablo VI, en la Carta Apostólica Octogésima Adveniens (1971), incluye dentro del concepto de "imperialismo internacional del dinero" al poder que ejercen las "Las empresas multinacionales, que por la concentración y la flexibilidad de sus medios pueden llevar estrategias autónomas, en gran parte independientes de los poderes políticos nacionales y, por consiguiente, sin control desde el punto de vista del bien común. Así estos organismos privados pueden conducir a una forma de dictadura económica en el campo social, cultural e incluso político" (OA 44).
De ello deriva que las "naciones o estados nacionales" hayan sido superados como sujetos de primer orden de la política internacional. Ellas son una mera máscara, una ficción legal detrás de la cual operan los mencionados conglomerados privados, usando a los políticos nativos o locales como meros títeres-gerentes de sus deseos y fines, a quienes subordinan y colocan a su servicio mediante la corrupción y/o la coerción física.
Paralelamente, resulta igualmente falso que existan las "democracias", como formas de gobierno. Lo que verdaderamente existe es la forma más cruda y cruel de las "plutocracias u oligarquías nacionales" (gobierno de pocos y más ricos o de los que más tienen, según conceptos semejantes definidos por Platón y Aristóteles) –revestidas de las formalidades democráticas- absolutamente subordinadas a una "plutocracia u oligarquía internacional". En consecuencia, las rivalidades o enfrentamientos que se presentan a escala mundial, si efectivamente son reales, no constituyen disputas genuinas entre estados o naciones, sino entre facciones de la misma plutocracia internacional, cuyo enfrentamiento es operado por delegación a través de los estados o grupos sociales internos de cada país subordinados a sus respectivas hegemonías.
El testimonio ofrecido por el Profesor Carroll Quigley es demoledor y certifica la exactitud, en términos prácticos y objetivos, de lo denunciado por Pío XI y sus sucesores, lo que a su vez, no es nada más ni nada menos que reconocer el cumplimiento de la sentencia del Antiguo Testamento que dice: "El rico domina a los pobres, el que toma prestado es esclavo del que presta" (Prov. 22-7).
Tanto los católicos liberales como la Teología Latinoamericana de la Liberación Marxista, aparentemente enfrentados en sus concepciones políticas-económicas, ignoraron y continúan ignorando la existencia del "imperialismo internacional del dinero" y sus consecuencias funestas. Ambos han colocado en la vía muerta y en direcciones equivocadas las reacciones genuinas contra los verdaderos imperialistas: los amos del dinero y del universo. Ambos, a pesar de sus aparentemente distintos caminos, han arribado al mismo resultado: la esclavitud definitiva de los pueblos, los cuales fueron sometidos -por la impagable "deuda externa"- a la voluntad arbitraria y despótica de los usureros internacionales. Es decir, han conducido a los pueblos a situaciones peores a las que reinaban antes de la aplicación de las recetas liberales de la "globalización" o del proceso de la "guerra revolucionario marxista-progresista", supuestamente liberadora.
Al mismo tiempo, llama la atención que se haya extendido un manto de silencio o de olvido respecto a la enseñanzas sobre el "imperialismo internacional del dinero", así como la poca o ninguna apelación que se hace a ella, ya sea en la predicación estrictamente religiosa o en la cátedra, en el vasto conglomerado de universidades, institutos y colegios católicos. El pueblo desconoce -casi totalmente- los pronunciamientos del Magisterio de la Iglesia sobre el tema en cuestión. Este silencio u olvido no sólo es responsabilidad de los laicos sino, fundamentalmente, de los mismos pastores y de las diferentes jerarquías de la Iglesia.
Tantas omisiones, olvidos e ignorancia de la Encíclica "Quadragesimo Anno" y de la cuestión puntual del "imperialismo internacional del dinero", nos hace sospechar de la existencia de alguna voluntad oculta que obstinadamente ignora o no quiere saber o no desea que se difunda sobre la importancia ni el rol específico que tiene el citado imperialismo en el destino de los pueblos, a pesar de que diariamente se ve en cientos de millones de prójimos y en todo el mundo, las consecuencias devastadoras y funestas del dominio tiránico que ha impuesto a la humanidad.
Tantos males sociales y económicos, sin embargo, tienen remedio en la concepción de Pío XI. Para el desarrollo económico, el progreso social armónico y el bienestar general de la sociedad, se requiere de un elemento básico: la existencia de la autoridad pública. Ello necesariamente exige la constitución de un Poder Nacional y el pleno ejercicio de la Soberanía Política. Sin la concurrencia de ambos requisitos, es imposible la consecución del Bien Común de la sociedad nacional.
El hombre no puede escapar al dilema teológico inexorable: Dios o Mammón (dinero) (San Mateo 6: 24 y San Lucas 16: 13). Arrojado Dios de la sociedad, el dinero ha enajenado y condicionado la libertad del hombre hasta convertirlo en un esclavo que no es consciente de su esclavitud, porque se ha entregado a la idolatría de Mammón.
Se equivocan quienes creen que el "Poder del dinero" constituye una entidad de naturaleza meramente económica. Posee, también, una dimensión política e inclusive una fuerte motivación espiritual, la cual va configurando el reino del Anticristo.
Tal vez, esa es la razón por la cual el escritor francés Honorato de Balzac, a fines del Siglo XIX, ya advertía sobre la importancia decisiva de esta cuestión: "La batalla final de la Cristiandad será alrededor del problema del dinero y hasta tanto esto sea resuelto, no puede haber una aplicación universal de la Cristiandad".
“Este poder es ejercido de la manera más tiránica por aquellos que, teniendo en sus manos el dinero y dominando sobre él, se apoderan también del crédito y determinan su distribución, y por esta razón administran, diríase, la sangre de que vive toda la economía y tienen en sus manos así como el alma de la misma, de tal modo que nadie puede ni aun respirar contra su voluntad.” S. S. Pío XI, Quadragesimo Anno., no. 106.
DICCIONARIO SOCIAL DE LOS PADRES DE LA IGLESIA
ABUNDANCIA
2. No te jactes de la abundancia.
Tú me hablarás de tantas y tantas hectáreas de tierra, de diez, de veinte, de más de veinte casas, de otros tantos baños, de mil esclavos, de dos mil si te place; de coches forrados de oro y plata; yo, por mi parte, te digo que si, dejando toda esa miseria -pues miseria es para lo que voy a decir-, cada uno de vosotros, los ricos, poseyerais el mundo entero; si fuerais señores de tantos hombres como ahora hay en la tierra, en el mar, en el universo entero; si fuera vuestra la tierra y el mar y tuvierais en todas partes edificios y ciudades y provincias, y de todas partes os manara oro en lugar de agua de las fuentes; si con todo eso perdíais el reino de los cielos, yo no daría tres óbolos por toda vuestra riqueza. Porque si ahora los que codician esas riquezas perecederas así son atormentados cuando no las consiguen, ¿ qué consuelo tendrán cuando se den cuenta de haber perdido aquellos bienes inefables? Ninguno absolutamente. No me hables, pues, de la abundancia de riquezas. Considera más bien el daño que sufren los amadores de ellas, pues por ellas pierden el cielo (S. Juan Crisóstomo, Mt h. 63, 4).
3. Recuerdo de los pobres en la abundancia.
Cuando os retiréis a vuestras casas, cuando os echéis sobre blanco lecho, cuando la luz brille espléndida por todas partes, cuando halléis preparada la buena mesa, acordaos de los miserables que andan rondando como perros por las calles, entre las sombras y el barro; y de las calles, frecuentemente, no se van a sus casas, al lado de sus mujeres ni a blanda cama, sino a un montón de heno, como esos perros que oímos ladrar toda la noche (S. Juan Crisóstomo, 1 Co h. 11,5).
4. Tu abundancia es para vencer o condenar tu avaricia.
¿Qué harías nuevamente si otra vez tuvieras una cosecha abundantísima el próximo año?. De nuevo tendrías que destruir los graneros que piensas edificar este año y hacerlos mayores. Dios te concede la prosperidad para vencer o condenar tu avaricia, a fin de que no puedas tener excusa. Pero lo que Él hizo nacer por tu medio para muchos te lo reservas para ti solo, y ciertamente para ti mismo lo pierdes, pues más ganarías tú mismo si lo repartieras entre los demás. El fruto de estos dones revierte en los mismos que los comunican, y la gracia de la liberalidad la recibe el liberal. Puesto que está escrito: " Sembrad para la justicia" (Os 10, 12), sé agricultor espiritual, siembra lo que te sea provechoso. Si la tierra te devuelve frutos superiores a la simiente que recibe, cuánto más premio de la misericordia te devolverá multiplicado lo que dieres (S. Ambrosio, De Naboth 37).