A quienes no les gustan las explicaciones largas preguntaron una vez a Clifford Hugh Douglas, el inventor de la solución de la Democracia Económica, cómo podía resumirla en pocas palabras: « Muy fácil », respondió, « puedo hacerlo en dos palabras: cristianismo aplicado ».

¿Es exagerado o pretencioso decir que la Democracia Económica es cristianismo aplicado? No, si se han estudiado y comparado las dos cosas, la Democracia Económica y la Doctrina Social de la Iglesia. La Doctrina Social de la Iglesia es un conjunto de principios morales sobre la justicia social, desarrollados desde el Papa León XIII hasta nuestros días, por los que deben juzgarse todos los sistemas económicos y financieros.

Y para que estos principios se apliquen en la práctica, la Iglesia invita a los fieles laicos — cuya función propia, según el Concilio Vaticano II, es precisamente renovar el orden temporal y ordenarlo según el plan de Dios — a trabajar para encontrar soluciones concretas y establecer un sistema económico conforme a los principios de esta doctrina social.

Y podríamos incluso añadir que el conocimiento de la Democracia Económica nos ayuda a comprender mejor las declaraciones de los papas sobre el tema. Por ejemplo, la cita más famosa de un Papa sobre el tema sigue siendo la del Papa Pío XI en 1931 en su carta encíclica Quadragesimo anno (nn. 105-106):

« En nuestros tiempos no sólo se acumulan riquezas, sino que también se acumula una descomunal y tiránica potencia económica en manos de unos pocos, que la mayor parte de las veces no son dueños, sino sólo custodios y administradores de una riqueza en depósito, que ellos manejan a su voluntad y arbitrio. Dominio ejercido de la manera más tiránica por aquellos que, teniendo en sus manos el dinero y dominando sobre él, se apoderan también de las finanzas y señorean sobre el crédito. Por esta razón administran, diríase, la sangre de la que vive toda la economía y tienen en sus manos el alma de la misma, de tal modo que nadie puede respirar contra su voluntad. »

Para cualquiera que esté familiarizado con la Democracia Económica, está claro que el Papa está hablando aquí de los banqueros internacionales, « que no son los propietarios, sino simplemente los garantes » del dinero de los depositantes, y que « gobiernan y dispensan el crédito a su antojo », porque deciden a quién prestan o no, fijando también las condiciones del préstamo, incluido el tipo de interés, de tal manera que « sin su consentimiento, nadie puede respirar ».

Y por si esto no estuviera suficientemente claro, el Papa añade, unas líneas más adelante: « Una cierta caída del prestigio del Estado, que debería ocupar el elevado puesto de rector y supremo árbitro de las cosas, libre de todo interés de partes y atento exclusivamente al bien común y la justicia; se hace, por el contrario, esclavo, entregado y vendido a la pasión y a las ambiciones humanas » (los poderes financieros).

La Doctrina Social de la Iglesia está por encima de los sistemas económicos existentes, ya que se limita al nivel de los principios. Como decíamos antes, un sistema económico será bueno o malo en la medida en que aplique estos principios de justicia enseñados por la Iglesia. Por eso, San Juan Pablo II escribió en 1987, en su encíclica Solicitudo rei socialis: « La Doctrina Social de la Iglesia adopta una actitud crítica tanto hacia el capitalismo liberal como al colectivismo marxista… dos concepciones del desarrollo mismo de los hombres y de los pueblos, de tal modo imperfectas que exigen una corrección radical. »

Es comprensible por qué la Iglesia condena el comunismo y el colectivismo marxista con sus objetivos de destruir la propiedad privada, la familia y la religión. El Papa Pío XI llamó a esta ideología política anticristiana e « intrínsecamente malvada ». Pero, ¿cuál es la base de la condena de la Iglesia al capitalismo? ¿El capitalismo no es mejor que el comunismo?

Sí al capitalismo, después

de que haya sido rectificado

La Iglesia no condena el capitalismo per se. Por el contrario, la Iglesia desea que la propiedad privada y la libre empresa sean universalmente instituidas para que todos puedan convertirse en los verdaderos dueños del capital y ser verdaderos « capitalistas ». El Papa San Juan, XXIII, en la encíclica Mater et Magistra (« Madre y Maestra », 15 de mayo de 1961, nn. 114-115.), dijo:

« La dignidad de la persona humana necesariamente requiere el derecho al uso de bienes externos para vivir de acuerdo con las normas de la naturaleza. Y a este derecho corresponde una obligación muy seria, la cual requiere que, en la medida de lo posible, sea dada a todos la oportunidad de poseer la propiedad privada… Por tanto, es necesario modificar la vida económica y social para que se haga más fácil el camino hacia una extendida posesión privada de tales cosas, como bienes perdurables, hogares, jardines, herramientas necesarias para empresas artesanales y granjas familiares, inversiones en empresas de mediano o gran tamaño. »

La crítica de la Iglesia al sistema capitalista es precisamente que no todos los seres humanos del planeta tienen acceso a los bienes materiales mínimos necesarios para una vida digna, y que incluso en los países más avanzados hay miles de personas que no tienen suficiente para comer. Es el principio del destino universal de los bienes lo que no se cumple: la producción es abundante, pero lo que falla es la distribución.

Y en el sistema actual, el instrumento que permite distribuir bienes y servicios, el signo que permite obtener productos, es el dinero. Así pues, es el sistema monetario, el sistema financiero, el que falla en el capitalismo. Los males del sistema capitalista no provienen de su naturaleza (propiedad privada, libre empresa), sino del sistema financiero que utiliza, un sistema financiero que domina en lugar de servir, que vicia el capitalismo. El Papa Pío XI escribió en Quadragesimo anno: « El capitalismo en sí no debe ser condenado, Y seguramente no está viciado en su misma naturaleza, pero ha sido viciado. »

El dinero debería ser un instrumento de servicio, pero los banqueros, al reservarse el control sobre la creación del dinero, lo han convertido en un instrumento de dominación: como el mundo no puede vivir sin dinero, todos -gobiernos, empresas, particulares- deben someterse a las condiciones impuestas por los banqueros para obtener dinero, que es el derecho a vivir en la sociedad actual. Se establece así una verdadera dictadura sobre la vida económica: los banqueros se han convertido en los amos de nuestras vidas, como denunció el Papa Pío XI en Quadragesimo anno, como ya se ha mencionado.

Dado que el dinero es un instrumento esencialmente social, la doctrina de la Democracia Económica propone que el dinero sea emitido por la sociedad, y no por banqueros privados para su propio beneficio. Fue Pío XI quien escribió, de nuevo en Quadragesimo anno: 

« Hay ciertas categorías de bienes por los que uno puede alegar con razón que deben ser reservadas a la colectividad cuando confieren tal poder económico, que no puede, sin peligro para el bien común, dejarse al cuidado de individuos privados. »

Como vimos en el artículo anterior, el objetivo del sistema económico es satisfacer las necesidades humanas. Pío XI nos lo recordó en su encíclica Quadragesimo anno:

« El organismo económico y social será sanamente constituido y logrará su fin, solamente cuando les garantice a todos y cada uno de sus miembros, todos los bienes y los recursos que la naturaleza y la industria, así como la organización verdaderamente social de la vida económica, están en capacidad de procurarles ».

« Estos bienes deben ser lo suficientemente abundantes para satisfacer las necesidades de una subsistencia honesta, y para elevar a los hombres a un grado de confort y de cultura que ojalá sea usado sabiamente, que no obstaculiza la virtud, sino que facilita su ejercicio de forma singular. »

Los bienes de la tierra son para todos 

El Papa habla de « todos y cada uno » de los miembros de la sociedad que tienen derecho a los bienes materiales. Se recuerda así otro principio fundamental de la Doctrina Social de la Iglesia: los bienes de la tierra son para todos. La idea fue recogida por Pío XII en su radiomensaje de junio de 1941, y retomada por el Concilio Vaticano II. 

Y san Juan Pablo II retomó la misma idea en su encíclica Centesimus annus (nn. 31 y 34): « Dios dio la tierra a todo el género humano para que sustentara a todos sus miembros, sin excluir ni privilegiar a nadie. Éste es el origen del destino universal de los bienes de la tierra... Es un estricto deber de justicia y de verdad velar para que las necesidades humanas fundamentales no queden insatisfechas y no perezcan los que sufren esas carencias. »

El Dividendo del Crédito Social, un ingreso garantizado otorgado a cada uno de los ciudadanos del país, aseguraría que los bienes se distribuyan universalmente. Cada persona se convertiría en un verdadero capitalista cuyas necesidades básicas se cumplirían sin saquear a los ricos o mediante impuestos. El dividendo se justifica en una doble base: Dios nos dio abundantes recursos naturales y porque cada uno de nosotros somos beneficiarios de los avances en la tecnología que se comparten de una generación a otra. Juan Pablo II dijo lo mismo con sus propias palabras en su encíclica Laborem exercens, sobre el trabajo humano (15 de septiembre de 1981, n. 13):

« El hombre, con su trabajo entra en un doble patrimonio, es decir, en el patrimonio de lo que ha sido dado a todos los hombres con los recursos de la naturaleza, y de lo que los demás ya han elaborado anteriormente sobre la base de estos recursos, ante todo desarrollando la técnica, es decir, formando un conjunto de instrumentos de trabajo, cada vez más perfectos: el hombre, trabajando, aprovecha el trabajo a los demás. »

Se podrían seguir a lo largo de varias páginas las citas de los Papas en acuerdo con la democracia económica, y sólo se puede concluir, con Douglas, que la democracia económica es cristianismo aplicado. Como dijo el Papa Pío XII a un obispo canadiense en 1950, la Democracia Económica « crearía en el mundo un clima que permitiría el florecimiento de la familia y del cristianismo ». v

                                                       Alain Pilote