Las frases del hombre común no sólo tienen fuerza, sino que además son sutiles: y es que más de una vez una metáfora puede meterse en una hendidura demasiado estrecha para una definición. Frases como "fulano está sacado" o "tiene mal color" podrían haber sido acuñadas por el Sr. Henry James después de agonizar largamente a la caza de la mayor precisión verbal. Y no hay verdad más sutil que en aquella frase que usamos corrientemente para designar a un hombre "con el corazón bien puesto". Connota la idea de proporciones normales; no sólo cierta función existe, sino que además se relaciona correctamente con otras funciones.

Más aún, la negación de esta última frase describiría, con singular precisión, la compasión algo morbosa y esa especie de perversa ternura que tan bien representa a la mayoría de los modernos. Si fuera obligado, por ejemplo, a describir con ecuanimidad la personalidad del Sr. Bernard Shaw, no podría expresarme más exactamente sino diciendo que tiene un corazón heroicamente grande y generoso; pero en modo alguno tiene el corazón bien puesto. Y esto se aplica típicamente a la sociedad de nuestro tiempo. No es que el mundo moderno sea inicuo; en algún sentido el mundo moderno es excesivamente bueno. Está lleno de salvajes y malgastadas virtudes. Cuando se hace añicos un sistema religioso (como le sucedió a la Cristiandad cuando la Reforma), no se trata solamente de que los vicios se desencadenan. En efecto, los vicios se ven desencadenados y vagabundean haciendo daño. Pero las virtudes también se vieron desencadenadas; y las virtudes también vagabundean, más erráticamente aún que los vicios, haciendo un daño más terrible todavía. El mundo moderno está lleno de viejas virtudes cristianas vueltas locas. Las virtudes han enloquecido porque se han visto aisladas las unas de las otras y vagabundean a solas. Y así, a algunos científicos les importa la verdad; y su verdad es inmisericorde. Pero así también a algunos humanistas sólo les importa la misericordia; y su misericordia (mucho siento tener que decirlo) a menudo es falsa. Por ejemplo, el Sr. Blatchford ataca al cristianismo porque él está enloquecido con una virtud cristiana: la meramente mística y quasi-irraccional virtud de la caridad. Tiene la rara idea de que se nos hará más fácil perdonar los pecados diciendo que no hay pecados que perdonar.

El Sr. Blatchford no es sólo un cristiano primitivo, también es el único cristiano primitivo al que debieran haber devorado los leones. Pues en su caso, la acusación pagana es enteramente verdadera: su misericordia equivaldría a la disolución y a la anarquía.

Él es en verdad el enemigo de la raza humana — por ser tan humano. Nota: Parte inicial del capítulo III, de su libro: Ortodoxia.