Santa Faustina asegura que: «  Dios no le negará su misericordia a nadie. El cielo y la tierra podrán cambiar, pero jamás se agotará la misericordia de Dios  » [Diario, 72).

La Pasión y Muerte de Jesucristo nos muestran qué terribles son las consecuencias de nuestros pecados. Cometiendo faltas o eligiendo una vida en pecado grave, a menudo no somos conscientes de a qué inmensidad de sufrimiento puede conducirnos eso. Si todos tuviéramos que experimentar todo el mal que hemos cometido, obrando en contra de la voluntad de Dios, ninguno de nosotros tendría la menor oportunidad ante Él: «  Así lo afirma la Escritura: "No hay ningún justo, ni siquiera uno; [...] nadie practica el bien, ni siquiera uno solo"  » (Rm 3,10-12). El hombre pecador no está en condiciones de presentarse ante el Dios Santo con el equipaje de sus pecados, por eso Dios advertía a Moisés: «  ningún hombre puede verme y seguir viviendo  » (Ex 33,20). Santa Faustina Kowalska escribe en su Diario: «  En un instante el Señor me hizo saber los pecados cometidos estos días en el mundo entero. Me he desmayado de espanto, y a pesar de conocer todo el abismo de la Divina Misericordia, me he sorprendido de que Dios permita existir a la humanidad  » (Diario, 926). Sin embargo, el Señor en su amor infinito «  tiene paciencia con ustedes porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan  » (2 P 3,9).

Cuando Moisés vio la gloria de Dios que pasaba delante de él, exclamó: «  El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad  » (Ex 34,6).

El atributo más importante de Dios es Su Misericordia, porque nos está ofreciendo la última oportunidad de conversión y salvación. El Señor Jesús le dijo a Santa Faustina: «  Antes de venir como el Juez Justo, vengo como el Rey de Misericordia  » (Diario, 83), porque en Dios «  la misericordia triunfa sobre el juicio  » (St 2,13).

A través de su misericordia, Jesús desea entablar una relación personal con cada ser humano. Una vez, sor Faustina mantuvo esta conversación con una de las Madres superioras, que le dijo: «  "Quítese de la cabeza, hermana, que el Señor Jesús trate con usted tan familiarmente, con una persona tan mísera, tan imperfecta. El Señor Jesús trata solamente con las almas santas, recuérdelo bien". Reconocí que tenía plenamente razón, porque yo soy miserable, sin embargo, confío en la misericordia de Dios. Cuando me encontré con el Señor, me humillé y dije: "Jesús, según dicen, ¿Tú no tratas con las personas miserables?". "Quédate tranquila, hija Mía, precisamente a través de tal miseria quiero mostrar el poder de Mi misericordia"  » (Diario, 133). Así le respondió el Señor Jesús a la hermana Faustina, confirmando que quiere abrazar a cualquier pecador y miserable para tratarse con él.

Santa Faustina asegura que: «  Dios no le negara su misericordia a nadie. El cielo y la tierra podrán cambiar, pero jamás se agotará la misericordia de Dios  » (Diario, 72). Lo único que tenemos que hacer para alcanzar la misericordia y la salvación, y poder relacionarnos con Jesús, es reconocer nuestros pecados. El Señor Jesús le dice a Santa Faustina, pero también a cada pecador que acude al sacramento de la Reconciliación: «  Mí Corazón ha sido conmovido por una gran compasión hacia ti, hija Mía queridísima, cuando te he visto hecha pedazos por el gran dolor que sufrías mientras deplorabas tus pecados  » (Diario, 282).

Cada ser humano puede aprovecharse de la Misericordia Divina, para Jesús no hay personas que no estén abarcadas por la gracia. Independientemente de la lengua, de la cultura, del color de la piel o incluso del número de pecados cometidos, cada uno de nosotros tiene derecho a confiar en Jesús, arrepentirse de sus pecados, confesarse y alcanzar la Misericordia de Dios. Jesús le dijo a santa Faustina: «  Deseo la confianza de Mis criaturas, invita a las almas a una gran confianza en Mí misericordia insondable. Que no tema acercarse a Mí el alma débil, pecadora y aunque tuviera más pecados que granos de arena hay en la tierra, todo se hundirá en el abismo de Mi misericordia  » (Diario, 1059). «  Hija Mía, escribe que cuanto más grande es la miseria de un alma tanto más grande es el derecho que tiene a Mi misericordia e [invita] a todas las almas a confiar en el inconcebible abismo de Mi misericordia, porque deseo salvarlas a todas  » (Diario, 1182). «  El alma que confía en Mi misericordia es la más feliz porque Yo Mismo tengo cuidado de ella  » (Diario, 1273). «  ¡Oh, ¡cuánto amo a las almas que se Me han confiado totalmente, haré todo por ellas!  » (Diario, 294).

La propia santa Faustina escogió precisamente ese camino de confianza sin límites en Jesús y Le entregó su vida. Ella oraba así: «  Guíame, oh Dios, por los caminos que Tú quieras; tengo confianza absoluta en Tu voluntad que es para mí el amor y la misericordia mismos  » (Diario, 1264). Gracias a esta confianza no le tuvo miedo ni al dolor físico, ni a la enfermedad, ni a la misma muerte. El 5 de octubre de 1938 les anunciaba a sus hermanas con gran alegría: «  ¡Hoy me va a llevar Jesús!  ». Sufría terriblemente a causa de la enfermedad e incluso pidió que le pusieran una inyección contra el dolor, sin embargo, al rato renunció a ello deseando ofrecerle su sufrimiento y su dolor a Jesucristo. De esta manera había confirmado su elección de años antes: «  Oh, Jesús mío, prefiero agonizar en los más grandes tormentos hasta el fin del mundo, que ofenderte con el menor pecado  » (Diario, 741).

Confiemos, pues, en la Divina Misericordia, alentemos la aversión al pecado, arranquemos de cuajo de nuestra vida todo aquello que nos incite a pecar, para que podamos rezar con las palabras de santa Faustina: «  Por eso, confiando en Tu misericordia, / Camino por la vida como un niño pequeño / Y cada día Te ofrezco mi corazón  » (Diario, 2).

Editado de la revista Amaos, no. 7.


« Escribe de Mi Misericordia... »

                (Diario, 441, 1728 y 1107)

"A través de ti, como a través de esta Hostia, los rayos de la misericordia pasarán al mundo". "Di a los pecadores que ninguno escapará de Mis manos". 

Si huyen de Mi Corazón misericordioso, caerán en Mis manos justas". "Dios nunca violenta nuestro libre albedrío. De nosotros depende si queremos recibir la gracia de Dios o no; si vamos a colaborar con ella o a malgastarla".


¿Cómo rezar la coronilla a la Divina Misericordia?

(Usando un rosario común)

Se inicia con:

  • Un Padre nuestro
  • Un Ave María y
  • Un Credo

En las cuentas grandes,  antes de cada decena:

Padre eterno, yo te ofrezco el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, en propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero.

(En las diez cuentas pequeñas de cada decena)

¡Por Su dolorosa pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero!

(Al final de las cinco decenas se repite tres veces)

¡Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten misericordia de nosotros y del mundo entero! (3 veces)

¡Jesús, en Tí confío! (3 veces)