La imagen en cuestión, que representa a Nuestra Señora del Rosario (María sosteniendo el rosario en una mano y su hijo Jesús en la otra), reproducida sobre la superficie de una roca, sería de origen celestial, como la de Nuestra Señora de Guadalupe en México (ver San Miguel de octubre-noviembre-diciembre 2022), y no obra de mano humana, ya que no contiene pintura, pigmento o tinte de ningún tipo, como lo han demostrado estudios científicos. Es más, nadie puede explicar cómo esta imagen pudo haberse conservado en un lugar tan húmedo, durante más de tres siglos desde su descubrimiento (en 1754), sin deteriorarse. Esto explica por qué los fieles se esforzaron tanto para construir una basílica tan magnífica para honrar la imagen milagrosa de Nuestra Señora.

La imagen milagrosa del santuario de  Nuestra Señora de Las Lajas en ColombiaEn la década de 1940, durante la construcción de la actual basílica (la cuarta, construida en la ladera de la montaña, con la imagen milagrosa en la roca que forma el fondo de la nave), geólogos alemanes tomaron muestras de rocas en varios lugares de la imagen, cavando a una profundidad de más de un metro (3 pies), y descubrieron, para su asombro, que era toda la muestra de roca que era del mismo color que la que se mostraba en la superficie, que el color no solo estaba en la superficie, sino que había penetrado en la roca a más de un metro de profundidad. ¿Cómo puede alguien pintar un cuadro y lograr que el color penetre en la roca a un metro de profundidad ? Es humanamente inexplicable. 

Se trata de una imagen extraordinaria y los hechos que la rodean son igual de extraordinarios. A lo largo del camino hacia el santuario, hay más de 7,000 exvotos que dan testimonio de curaciones milagrosas desde el primer milagro en septiembre de 1754 hasta el día de hoy, miles de peregrinos visitan este lugar de peregrinación a diario, uno de los más concurridos de América del Sur. 

El descubrimiento de la imagen

Así que volvamos al origen de este santuario, el famoso hallazgo de la imagen milagrosa de la Virgen María. En 1754, María Mueses de Quiñónez, de Potosí, un pueblo a 3 km del actual santuario, caminaba sola, dirigiéndose a un pueblo cercano. Mientras caminaba por el desfiladero formado por el río Guáitara, un lugar llamado en el idioma local Las Lajas (que significa  "Losas de piedra"), se desató una fuerte tormenta. Temerosa y aturdida, María se refugió en una cueva natural junto al río. Tenía miedo, porque la gente decía que el diablo se apareció en esa cueva y que estaba embrujada. Al entrar en la gruta, María hizo la señal de la cruz e invocó la protección de la Virgen del Rosario. Luego sintió que alguien le tocaba el hombro y la llamaba por su nombre ; llena de miedo, María echó a correr y rápidamente abandonó la escena.

Tiempo después, la señora Mueses, cargando a la espalda a su pequeña hija Rosa, sordomuda de nacimiento, volvió a hacer el mismo camino y cuando llegó a la altura de la cueva, se sintió terriblemente cansada y se sentó sobre una roca cerca de la cueva para descansar. Un momento después, su pequeña hija le dijo : "Mamá, mira a esa mujer mestiza que está ahí en la cueva con un niño en brazos y dos mestizos a su lado". María se sorprendió mucho al escuchar hablar a su hija por primera vez en su vida ; la pequeña Rosa comenzó a correr hacia la aparición, pero su madre, al no ver nada de lo que su hija estaba describiendo, tomó a su hija y salió corriendo de la cueva, temiendo nuevamente alguna manifestación diabólica. Salieron del lugar y caminaron hasta Ipiales, donde María informó a sus patrones lo sucedido, pero estos no le creyeron.

Luego de cumplir allí sus deberes, regresó a su casa en Potosí, pasando por Las Lajas. Al pasar, María escuchó a Rosa gritar ¡Mami, la mujer mestiza me llama ! pero, temerosa, María siguió su camino con su hija. Este episodio pasó desapercibido porque a la señora Mueses no le creyeron.

Un día, la pequeñita desapareció de su madre. La buscaron por todos lados sin encontrarla. Con la intuición que siempre caracteriza a las madres, corrió a buscarla camino al lugar donde habían ocurrido los extraños hechos, la famosa cueva de Las Lajas. ¿No había dicho Rosa un par de veces que la señora la estaba llamando ?

Ella tenía razón, pues cuando María llegó a la gruta, encontró a su hija arrodillada a los pies de la mujer mestiza, jugando cariñosa y familiarmente con el niño mestizo que se había soltado de los brazos de su madre. En ese momento, María se dio cuenta de que estaba en presencia de la Virgen María y de su hijo Jesús. Cayó de rodillas y disfrutó de la vista ante sus ojos. De ahora en adelante, nunca volvería a tener miedo de este lugar. 

Sin embargo, por miedo al ridículo, María no se lo dijo a nadie. A partir de ese día, María y Rosa llevaban rosas y velas a la gruta de vez en cuando, en agradecimiento, porque, después de todo, su hija había recuperado milagrosamente el habla y la audición.

No hablaron de eso, hasta el día en que Rosa enfermó gravemente y murió. María lloraba desconsoladamente, pues acababa de perder el único fruto de su matrimonio, así como el sustento de su viudez. No obstante, decidida y llena de fe, decidió recoger el cuerpo sin vida de su hija e ir a la cueva de la "Mujer mestiza". Al llegar ahí, depositó el cuerpo de su hija a los pies de la Reina del Cielo y, recordándole todas las velas y flores con que Rosa y ella misma la habían adornado, le pide la resurrección de su hija. La Virgen, tocada por las súplicas maternas y filiales de María, dio vida a la niña.

Con gran emoción y alegría, la mujer de origen indígena y su hija corrieron al pueblo de Ipiales para anunciar lo sucedido. Cuando llegaron, ya era de noche y las campanas de la iglesia parroquial comenzaron a sonar milagrosamente. Curiosos, los fieles comenzaron a acercarse a la pequeña iglesia y, una vez reunida la multitud, escucharon la historia de María y vieron que la pequeña niña, que había muerto anteriormente, estaba allí, con vida.

Esta vez la noticia corrió como un rayo. A la mañana siguiente, muy tempranito, muchas personas llegaron en procesión al sitio y fue allí donde María notó la imagen en la piedra por primera vez.

En la imagen, (de 3mt x 2mt) se puede ver a Nuestra Señora, su cabello castaño oscuro cayendo hasta los codos, y su divino Hijo, sonriendo levemente, magníficamente vestido, Santo Domingo, a la derecha, a los pies de María y San Francisco de Asís, a la izquierda. La Virgen entregando un rosario a Santo Domingo y el niño Jesús entregando el cordón franciscano a San Francisco. Ellos fueron los fundadores de las órdenes que primero habían evangelizado al pueblo colombiano, quienes siempre habían mantenido una devoción muy especial a estos dos santos.

Entonces, se organizó una peregrinación con una cantidad de gente de Ipiales bastante numerosa, fueron a la gruta, a unos 7 km de distancia, y vieron con emoción, por primera vez, la imagen de la Virgen de Las Lajas en una gran roca plana, tal y como se ve actualmente, el 15 de septiembre de 1754, fecha en la que se celebra cada año su tradicional fiesta.

Alrededor de la imagen, los fieles han construido a lo largo de los siglos cuatro iglesias cada vez más grandes para poder dar cabida al flujo de peregrinos que cada vez es mayor. Se erigieron tres versiones antes de la construcción de la iglesia actual. El primer santuario fue construido con paja y madera en 1754. 

Fue reemplazado por un santuario más grande, en forma de domo, hecho de ladrillo y cal en 1769. Este templo incluía la pasarela que conduce a la iglesia. En 1893, el santuario se amplió para dar cabida a los visitantes.

El actual santuario (cuarto templo) de estilo neogótico, cuya construcción demoró 30 años, fue terminado en 1949 ; la maravilla arquitectónica fue construida por agricultores locales, quienes aprendieron técnicas a medida que se iba construyendo.