Cuando la realidad nos confronta, y aparecen las disfunciones, las dislocaciones teóricas y las ideologías reinantes, la cuestión comienza a teñirse de "alta complejidad".

Lo que hace instantes parecía ser obvio, ahora ha dejado de serlo. Aquello que un momento antes sólo nombrábamos al pasar, creyendo en la unanimidad de criterio entre nosotros y nuestros interlocutores, se desmorona y nos colma de desconcierto escuchar la más amplia gama de ropajes que va vistiendo a la misma idea que creíamos categóricamente precisa, permanente, acabada, completa.

Si esto nos sucede a diario con infinidad de cuestiones menores el problema es verdaderamente menor, y hasta enriquecedor en tanto la mirada del otro puede abrir un nuevo camino a la mía. Pero el problema resulta una cuestión crucial, de vida o muerte si se trata de la definición del hombre, el matrimonio o la familia.

Y decimos entonces que lo obvio se resquebraja a punto tal, que hace prácticamente insalvable el abismo que nos separa de los otros.

El problema de la familia en el presente

La primera necesidad que nos plantea la labor intelectual acerca de los principios que rigen el orden familiar pasa necesariamente por agotar el estudio de sus cuestiones propias. Mal podremos hacer algún aporte si no despejamos la oscuridad de nuestra inteligencia sobre el designio que ha permitido -y esperamos nos siga permitiendo-nacer, crecer y desarrollarnos en plenitud como personas, encaminándonos al encuentro con el Autor de la vida.

Pero bien, entre aquellos que profesamos el mismo credo, y compartimos los mismos principios religiosos, la unidad de criterio nos permite coincidir rápidamente en los conceptos fundamentales, aún cuando siempre sea buena la hora de releerlos y meditarlos nuevamente.

La preocupación más prioritaria para la Iglesia hoy pasa por una ciclópea tarea re-evangelizadora de los suyos que en muchos casos han abandonado el depósito genuino y completo de la Fe, a la vez de llevar las enseñanzas bi-milenarias al resto de la humanidad.

La familia como punto de partida y retorno de la vida comunitaria

En el matrimonio y en la familia se implican un conjunto de relaciones interpersonales -relación conyugal, paternidad, maternidad, filiación, fraternidad- por las cuales toda persona humana queda introducida en la "familia humana" y en la "familia de Dios", que es la Iglesia. El sacramento del bautismo es el pórtico por el cual se ingresa al Cuerpo Místico de Cristo porque, una vez engendrada la persona humana, adquiere la nueva vida de la gracia y pertenece, por dicho sacramento, a la familia de Dios que es la Iglesia. El Santo Padre Benedicto XVI lo ha manifestado claramente:

"[...] la edificación de cada una de las familias cristianas se enmarca en el contexto de la gran familia de la Iglesia, que la apoya y la acompaña, y garantiza que hay un sentido y que en su futuro se dará el « sí » del Creador. Y recíprocamente la Iglesia es edificada por las familias, « pequeñas Iglesias domésticas », como las ha llamado el Concilio Vaticano II (« Lumen gentium », 11; « Apostolicam actuositatem », 11), redescubriendo una antigua expresión patrística (san Juan Crisóstomo, « In Genesim serm. » VI,2; VII,1). En este sentido, la « Familiaris consortio » afirma que « el matrimonio cristiano… constituye el lugar natural dentro del cual se lleva a cabo la inserción de la persona humana en la gran familia de la Iglesia » (n. 15)

La Doctrina Social de la Iglesia

La Doctrina Social de la Iglesia es una respuesta a los desafíos del mundo actual, sus errores y desaciertos basados en ideologías ajenas al hombre o que conllevan visiones antropológicas erróneas o parciales, insostenibles a la hora de afrontar el desafío de la construcción de una ciudad humana que tenga por fin el bien común y la realización personal de cada uno.

La familia como piedra basal y sociedad primera no escapa a los desafíos del tiempo que nos toca vivir y en el que se espera nuestro obrar. Es por ello que se hace necesario e imprescindible un estudio profundo y riguroso de cuáles son sus fundamentos, su origen, naturaleza y finalidad, a la hora de sostener el orden familiar y social.

El mundo de hoy propone como válidos modelos diferentes al que ha fundado y sostenido la sociedad humana. También pregona la libertad de decisión de los esposos en cuestiones relativas al vínculo que los une y en todo lo relacionado con la generación de nuevas vidas, incluso en cuanto a las alternativas sobre la educación de los hijos. La familia es hoy un verdadero laboratorio de ensayos de cuanta ocurrencia tienen sus integrantes, dirigentes, científicos, médicos, juristas y políticos, entre tantos otros.

La familia natural, en cuanto comunión intima de vida y amor, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es el « lugar primario de "humanización" de la persona y de la sociedad » la « cuna de la vida y del amor ». Con razón, pues, se ha calificado a la familia como la primera sociedad natural, « una institución divina, fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización social.

Ciertamente, la familia es anterior al cristianismo. La importancia de la familia en la vida de la persona y de la sociedad es una enseñanza constante de la Sagrada Escritura. En la Biblia se describe el origen del hombre en orden a la familia (Gn 2, 27; 2, 24), y la cultura ha descubierto en la familia una institución que responde a la naturaleza humana. La familia es la más natural de las instituciones, pues el hombre nace en el ámbito de la familia y ésta se encuentra en todas las culturas como elemento básico de la sociedad y de las relaciones sociales entre los distintos grupos.

La comunidad familiar nace de la comunión de las personas. Así lo manifiesta el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia:

"La comunidad familiar nace de la comunión de las personas: « La "comunión" se refiere a la relación personal entre el "yo" y el "tú". La "comunidad", en cambio, supera este esquema apuntando hacia una "sociedad", un "nosotros". La familia, comunidad de personas, es por consiguiente la primera "sociedad" humana »".

Si es en la familia la comunidad natural donde se experimenta la sociabilidad humana, es evidente que el buen funcionamiento de la sociedad está estrechamente ligado a la prosperidad de la comunidad familiar y conyugal.

La familia, comunidad de varón y mujer, basada en el matrimonio, constituye la célula primaria de la sociedad civil y de la comunidad política, origen y fundamento de ambas. Ella es previa a todas las grandes formaciones sociales porque reside en las inclinaciones naturales de la persona humana, trasuntada en la ley natural. Sobre ella se apoya toda la amplia gama de las relaciones sociales y es el sujeto activo en el establecimiento de la justicia social, en los impulsos culturales y en el desarrollo y mantenimiento de un humanismo auténtico.

Los Derechos de la familia - Principio de subsidiariedad

La familia precede, por su importancia y valor, a la funciones que la sociedad y el Estado deben desempeñar. Es titular de derechos inviolables, legitimados en la naturaleza humana y no el reconocimiento del Estado y, en consecuencia, el Estado y la sociedad están en función de la familia.

El principio de subsidiariedad en la comunidad política significa el grave deber de la acción permanente, exclusiva y obligatoria de servicio, ayuda y protección, que pesa sobre todas las autoridades públicas, dado que su misión no es sólo presidir sino servir al gobernado. A disposición de las personas, de las familias y de las entidades intermedias, debe estar el Estado, con sus tres poderes porque está para ayudar y servir al individuo y la familia.

El Beato Juan Pablo II lo manifestó claramente en la luminosa Exhortación Post-Sinodal Familaris Consortio:

"[...] la sociedad, y más específicamente el Estado, deben reconocer que la familia es una « sociedad que goza de un derecho propio y primordial » y por tanto, en sus relaciones con la familia, están gravemente obligados a atenerse al principio de subsidiaridad. En virtud de este principio, el Estado no puede ni debe substraer a las familias aquellas funciones que pueden igualmente realizar bien, por sí solas o asociadas libremente, sino favorecer positivamente y estimular lo más posible la iniciativa responsable de las familias. Las autoridades públicas, convencidas de que el bien de la familia constituye un valor indispensable e irrenunciable de la comunidad civil, deben hacer cuanto puedan para asegurar a las familias todas aquellas ayudas — económicas, sociales, educativas, políticas, culturales — que necesitan para afrontar de modo humano todas sus responsabilidades".

El Estado, en virtud de dicho principio, debe reconocer, garantizar, promover y fomentar la subjetividad creadora de la institución familiar y el rol de sujeto que posee en la vida social.