La democracia no implica que todo se pueda votar, que el sistema jurídico dependa sólo de la mayoría y que no se pueda pretender la verdad en la política. Por el contrario, es preciso rechazar con firmeza la tesis, según la cual el relativismo y el agnosticismo serían la mejor base filosófica para la democracia, ya que ésta, para funcionar, exigiría que los ciudadanos admitieran que son incapaces de comprender la verdad y que todos sus conocimientos son relativos, varios o dictados por intereses y acuerdos ocasionales. Este tipo de democracia correría el riego de convertirse en la peor tiranía, pues la libertad, elemento fundamental de una democracia,'es valorada plenamente sólo por la aceptación de la verdad'(CA, 46) (Discurso de Juan Pablo II a Obispos portugueses, VAL, 27-11-1992).