Iniciamos este año 2015 con escandalosas declaraciones de varios Prelados y Sacerdotes de varios países y algunas puntuales declaraciones de Obispos y Cardenales en defensa de la Fe.

"En el seno de la Iglesia, hay personas que socavan las enseñanzas de Nuestro Señor." Estas palabras no son mías, son de un Obispo: Monseñor Athanasius Schneider.  Y continúa:

"Fariseos y escribas clericales modernos, aquellos obispos y cardenales que lanzan granos de incienso a los ídolos neo-paganos de la ideología de género y del concubinato, no convencerán a nadie a creer en Cristo o a que estén listos a ofrecer su vida por Cristo."

Él continuó diciendo que esta podredumbre demoníaca dentro de la jerarquía "se ha convertido en un hecho evidente que todo el mundo lo ha podido ver gracias al Internet y al trabajo de algunos periodistas católicos que no han sido indiferentes a lo que ha estado sucediendo a la fe católica a la que ellos consideran como el tesoro de Cristo."

El obispo Atanasio Schneider hablaba del Sínodo de octubre sobre la Familia en Roma y la traición que fue revelada contra las enseñanzas de Nuestro Señor.

Y añadió: "Me complace ver que algunos periodistas católicos y bloggers de Internet se comportaron como buenos soldados de Cristo y llamaron la atención sobre esta agenda clerical de socavar la enseñanza perenne de Nuestro Señor."

Los fieles católicos deben enfrentar ahora la realidad de que la iniciativa para la preservación de la fe ahora recae en ellos.

Demasiados obispos -no todos, sin duda, pero muchos, se han vuelto ineficaces porque han perdido su fe sobrenatural, si es que alguna vez la tuvieron en absoluto. Ellos predican un Cristo de su propia invención.

Esta situación es tal que muchos católicos de buen corazón no quieren oír, porque es difícil de soportar. Pero, mis queridos hermanos, tan terrible como es, debemos enfrentarlo. Debemos estar dispuestos a soportar la realidad amarga y no alejarnos porque es desgarradora.

Somos los laicos quienes ahora debemos dar un paso adelante viviendo y anunciando la verdad de la fe católica.

El Bienaventurado John Henry Newman señaló que los laicos del siglo IV tuvieron que asumir un manto de protección cuando una mayoría de obispos cayó presa de la herejía arriana.

"Fue principalmente gracias al pueblo fiel que el paganismo fue derrocado. El cuerpo del episcopado fue infiel a su encargo, mientras que el cuerpo de los laicos fue fiel a su bautismo." Ahora está claro que, una vez más, ese tiempo ha llegado en la Iglesia.

Este mal debe ser enfrentado, y nosotros los laicos hemos sido encargados de llevar la antorcha de la fe, porque, para decirlo claramente, los buenos obispos son simplemente superados en número y necesitan la ayuda de todos nosotros en denunciar las contradicciones y la falta de claridad.

Un cristiano no puede marchar como un borrego que sólo atiende a gritos de pastores, ladridos de perros y piedras lanzadas por el hondero. En una borregada nunca deberíamos encontrar cristianos. 

Los católicos debemos atenernos a la doctrina bíblica y a las enseñanzas de la Iglesia, que, por ejemplo, en el Concilio Vaticano II afirma que « a través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final » (GS 37). En esa enorme e incesante batalla necesariamente « los hijos de la luz » combatimos contra « los hijos del siglo » (Lc 16,8), como « fuerza antagonista » de los poderes mundanos del Anticristo. Nos revestimos de « la armadura de Dios », tanto para defendernos de ellos y de las insidias del diablo, como para convencer a los mundanos de la verdad y del bien (Ef 6,10-20). De este modo los cristianos, en medio de « esta generación mala y perversa, hemos de aparecer como antorchas en el mundo, llevando en alto la palabra de vida » (cf. Flp 2,15).

En la guerra espiritual, como en toda guerra, el precio de la cobardía es la muerte. 

Ya nos lo enseña el Catecismo en el numeral 675 sobre "La última prueba de la Iglesia": Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el "misterio de iniquidad" bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).

¡El único camino es la Santidad!