En la localidad española de Calanda, situada a una distancia de 118 Km. de Zaragoza, tuvo lugar « el milagro de los milagros ». Cuando tenía 23 años, a Miguel Juan Pellicer le fue restituida, de forma milagrosa, la pierna derecha que le habían amputado. Fruto de muchos años de investigación y de análisis de la documentación histórica vinculada a este acontecimiento insólito, fue la publicación del libro titulado: El gran milagro (1999), escrito por el famoso escritor y periodista italiano Vittorio Messori.

El 29 de marzo de 1640, antes de la medianoche, mientras dormía en casa de su familia, Miguel Juan Pellicer recobró de forma milagrosa su pierna derecha, que le había sido amputada en el hospital público de Zaragoza veintinueve meses antes. Miguel Juan, milagrosamente curado, le tenía una gran devoción a la Virgen del Pilar y precisamente a Su intercesión le atribuyó su sanación.

Así se resume la sensacional noticia sobre este milagro conmovedor, que fue conocido por los vecinos de allí como « el milagro de los milagros ». Vittorio Messori, escritor y periodista de renombre internacional, durante muchos años estuvo investigando en varios archivos los múltiples documentos relacionados con este acontecimiento y afirmó que, desde el punto de vista científico, es cierto que toda esa documentación describe un hecho histórico.

Se habla de la « restitución » de la pierna amputada, un acontecimiento único, cuya existencia no se puede cuestionar. Esos acontecimientos se han podido reconstruir detalladamente gracias a los testimonios que, cinco días después de que ocurriera el milagro, fueron presentados bajo juramento y recogidos en un acta notarial, así como a partir de los protocolos del proceso canónico que se inició 68 días más tarde.

El accidente

A finales de Julio, Miguel Juan conduce un carro de trigo tirado por mulas. Él va montado sobre una de ellas; el camino es largo y monótono, con el traqueteo la somnolencia se apodera del joven que se cae de la caballería y el carro le pasa por encima, agarrándole una rueda la pierna derecha, justo por debajo de la rodilla. La herida es gravísima. Completamente gangrenada, le fue amputada la pierna cuatro dedos por debajo de la rodilla en el hospital público de Zaragoza. 

Los cirujanos que le atendieron se pusieron manos a la obra para cauterizar el muñón con un hierro al rojo vivo. La pierna fue enterrada, como era costumbre, en el cementerio del hospital. En aquella época había un acentuado sentido espiritual por el cual se consideraba que el cuerpo estaba destinado a la resurrección, así como todos sus miembros, y que por lo tanto las partes mutiladas debían ser tratadas con respeto, y no como simple elemento de desecho. Por ese motivo se encargó al practicante del hospital Juan Lorenzo García, enterrar la pierna "en un hoyo como un palmo de hondo", de unos veintiún centímetros, medida típica aragonesa. 

A ser mendigo en el Santuario

Tras abandonar el hospital con una pierna de madera y dos muletas, Pellicer se vio abocado, para poder sobrevivir, a pasar del prometedor oficio de agricultor a un mendigo de los muchos que había por entonces. Logró el permiso de los canónigos del Pilar para pedir limosna a la puerta del Santuario, siendo provisto de un documento especial que le asignaba la categoría de "mendigo de plantilla". 

Cada mañana Miguel Juan realizaba el mismo ritual. Tras asistir a la Eucaristía en la llamada Santa Capilla, se acercaba a una de las lámparas de la Iglesia, cogía un poco de aceite y se frotaba el muñón varias veces a modo de masaje. Salía a la calle y se colocaba en la puerta del templo con la prueba de su desgracia bien descubierta, lo cual despertaba la compasión y simpatía de las cerca de ocho mil personas que se acercaban todos los días a visitar a la Pilarica. 

Para una ciudad tan pequeña como la Zaragoza de entonces, con una población que apenas llegaba a las 25.000 personas, no era de extrañar que Pellicer, colocado siempre en la arteria principal de circulación, como era el Pilar, con su muñón al aire en un cuerpo joven y robusto, llamará la atención y fuera conocido por casi todos los vecinos del lugar. 

El milagro de los milagros

El joven lisiado decidió un buen día poner fin a la dura vida de mendigo que había llevado durante dos años, para tomar rumbo a la casa de sus padres en Calanda e intentar reconducir su existencia con más dignidad. Ya en su hogar, el 29 de marzo de 1640, sucedería algo extraordinario que más tarde sería calificado como el gran milagro, o el milagro de los milagros. Entre las diez y las once de la noche, mientras dormía plácidamente, le fue reimplantada repentina y definitivamente la pierna derecha que dos años antes le habían amputado. No tuvo lugar un crecimiento de la pierna, sino una reimplantación de su miembro. Un suceso único en el mundo y difícil de asimilar. 

¡Tiene las dos piernas!

Miguel queda profundamente dormido y sueña que está en el Pilar de Zaragoza, untándose el muñón con aceite de las lámparas. Transcurrido como un cuarto de hora, a todos les entra sueño y deciden retirarse.

Al entrar sus padres en el dormitorio notaron una extraña fragancia; la madre se aproximó con el candil al hijo, y vio, muda de asombro, que le salían de la ropa no una, sino las dos piernas cruzadas.

"¡Hijo, que tienes dos piernas!", repetía la madre sin cesar. Éste no daba crédito a lo que le había ocurrido.

Además, cosa curiosa, la pierna al principio no estaba bien del todo. A la iglesia tuvo que ir todavía con la muleta. Pero lo más asombroso es que era la misma pierna cortada, allí estaban las señales del antiguo mordisco que le propinara un perro en su niñez y otras cicatrices. Era pálida y débil, con poca sensibilidad y más corta que la otra; en los días sucesivos fue desarrollándose hasta quedar totalmente normal. Sin embargo se conservaba la tremenda cicatriz que, "cuatro dedos por debajo de la rodilla", marcaba el lugar por donde había sido amputada.

Sin explicación científica

Pellicer no dudó un instante en atribuir la reimplantación de su miembro a la intervención de la Pilarica: "Antes de dormir me he encomendado muy de veras a la Virgen del Pilar". Dos cirujanos, Juan de Rivera y Jusepe Nebot, fueron los primeros médicos en certificar, en la propia casa del protagonista, que ese suceso extraordinario e inverosímil no tenía explicación científica. 

A las pocas semanas la historia de Calanda era la comidilla de media Europa y se reclamaba más información de los hechos. Se configuró como el tema estrella en muchas de las tertulias de entonces, aunque la transmisión oral de la misma no se ajustaba siempre a la realidad de los hechos, siendo enriquecida o transformada según la habilidad creativa del orador. 

Una investigación en toda regla

Ante la magnitud del asunto, el alcalde de Zaragoza, respaldado por todos sus regidores, solicitó formalmente a la Iglesia que abriera una investigación para esclarecer esos hechos, y se calificara de milagro "hecho por la madre de Dios del Pilar; de la restitución de una pierna, que a un pobre mozo de Calanda le cortaron en el Hospital de Nuestra señora de Gracia…". 

Un proceso público y transparente

El arzobispo de Zaragoza, Don Pedro de Apaolaza, aceptó la petición del municipio y abrió formalmente el Proceso a dos meses y una semana de transcurrir el suceso. Su preocupación por la transparencia hizo que el Proceso fuera público y que la transcripción de todos los interrogatorios, objeciones, deducciones y otros testimonios fueran publicados con celeridad, y en lengua vulgar, o sea el castellano, para que toda la población tuviera acceso directo a esas investigaciones, pudiendo intervenir en el mismo para matizar o contradecir datos o testimonios. 

Declaración formal del arzobispo en favor del milagro

El 27 de abril de 1641 el arzobispo de Zaragoza firmaría la sentencia: "Declaramos que a Miguel Juan Pellicer, de quien se trata el presente Proceso, le ha sido restituida milagrosamente la pierna derecha, que antes le habían cortado; y que no había sido obra de la naturaleza, sino que ha obrado prodigiosa y milagrosamente; y que se ha de juzgar y tener por milagro por concurrir todas las condiciones que para la esencia de verdadero milagro deben concurrir…". 

Ante semejante relato es comprensible adoptar una cierta incredulidad, un arqueo de cejas o un semblante taciturno. Rompe todos los límites naturales y mentales. Es como un puñetazo que va directo a la razón. Es la manifestación del poder de Dios en toda su plenitud. 

Como decía Pascal: "El Dios cristiano ha determinado dar la suficiente luz a quien quiera creer, pero también el proporcionar la suficiente oscuridad a quien no quiera hacerlo. Si se nos descubriera por entero, no tendría mérito alguno por nuestra parte adorarlo. Si se escondiese del todo, la fe resultaría imposible…". 

El milagro de Calanda es, posiblemente, el suceso más claro en donde Dios abandona su continuada penumbra para hacerse visible a la humanidad.

Messori rescata la historia, la enmarca en su contexto histórico, siempre reivindicador de la civilización cristiana y desmitificador de leyendas negras. Plantea, además al lector escéptico, el problema -el misterio- de la libertad del hombre para la aceptación o el rechazo de la verdad; descubre un extraño silencio (no lo atribuye a conspiración alguna) sobre este caso prácticamente único por sus características y definitivamente único por el caudal y la calidad de los testimonios documentados. Finalmente concluye sobre la necesidad y la enseñanza del milagro, la libertad del creyente para no dar su asentimiento interno, (ya que no forma parte del dogma) argumentando así contra el mito de esclavitud intelectual del católico.

El valor agregado del testimonio de Messori, más allá de su reconocida calidad intelectual y su indiscutible fidelidad a la Iglesia, está -como en el caso de muchos otros conversos- en la especial sensibilidad frente a hechos que el católico de siempre vive muchas veces con naturalidad y hasta con tibieza, mientras que el que ha llegado a la fe por el camino pedregoso de la búsqueda comprende en toda su maravillosa profundidad.