Tiempos graves y hombres mediocres: la hora del cristianismo.

Mientras algunos se empeñan en hacer mofa de lo católico y otros en hundir no en catacumbas, sino en el exterminio, a todo lo católico, constatamos día a día como culturalmente occidente no sólo ha perdido el alma sino que se empeña en combatir crudamente lo católico. Porque ambas cosas van de la mano: primero se pierde el sentido del bien y del mal, y luego se combate a quien sólidamente ofrece un bien y denuncia un mal. Pero la sima en la que yace occidente es más profunda de lo que aparenta. Y es que quien podría iluminar el alma perdida, devolver el sentido de lo bueno y lo malo, tampoco se encuentra en posición de fuerza: los males en la Iglesia son manifiestos. Hoy, institucionalmente, la Iglesia tampoco es una fuerza regeneradora. Y las almas se encuentran, tantas veces, sin pastores. Y las sociedades sin guías.

Es necesario en estos tiempos una buena formación de los laicos. Como ha señalado el escritor Aquiló-Pastrana,  con el saber entendido como un serio compromiso de búsqueda de la verdad, vienen siempre al hombre grandes bienes.

La ignorancia, por el contrario, está casi siempre en el origen de los comportamientos autoritarios, de los conflictos absurdos, de las descalificaciones necias, de los insultos y las agresiones. Sobre todo cuando se trata de una ignorancia no reconocida, ya que, como señaló Sócrates, lo peor del ignorante no es que no sepa, sino que no sepa que no sabe.

La ignorancia es siempre simplificadora, drástica en sus afirmaciones, muy amiga de trivializar, poco aficionada a matices o aclaraciones. Por eso, ganar terreno a la ignorancia mejorando la formación es uno de los grandes retos para la vida de cualquier sociedad, de cualquier institución, de cualquier familia, de cualquier persona.

La formación debe llevar al hombre a profundizar en su conocimiento y en su identificación con la naturaleza que le es propia. Así tendrá una mejor visión de lo que es oportuno para sí mismo y para la sociedad, y un estímulo para dar lo mejor de sí mismo.

La formación debe despertar en lo más profundo del corazón del hombre una atracción hacia los valores. Debe descubrir la vida como un proyecto que parte de una plataforma que no hemos escogido, pero que discurrirá por los cauces que nos marquemos, puesto que, como afirmaba Ortega, la vida nos ha sido dada, pero no nos ha sido dada hecha.

No hay luz suficiente para iluminar un norte perdido, pero el camino por el que transita nuestra modernidad se encuentra, a día de hoy, en una encrucijada desconcertante, inesperada. El corazón de occidente se desmorona, entendiendo por corazón el lugar de los tesoros, de las motivaciones e ilusiones: bienestar, riqueza, placer. Quisimos abandonar a Dios por las riquezas, ahora, sin riquezas, hemos perdido nuestro dios y las sociedades económicamente colapsadas, empezarán a manifestar su colapso moral. ¿En qué sentido? Lo irá descubriendo en nuestras ediciones.

Ahora bien de nuevo el futuro revelado puede elevar los ánimos esperanzándonos de nuevo: y es que nos ha sido prometido el triunfo de María.