Ave María

Queridos lectores y suscriptores

Estoy escribiendo con zozobra y estupor. El decir que me encuentro cada vez más asombrado, es poco. De un tiempo atrás, en muchos sectores de nuestra amada Iglesia Católica se ve y se oye de todo. Y claro es que no todo es bueno.

Somos ya multitudes de fieles que observamos con temor, pena, a veces desánimo e incredulidad el derrumbe del edificio de la moral católica. Tanto la Sagrada Escritura, como la Tradición y el Magisterio perenne, están siendo no solo cuestionados, sino en muchos casos opuesto y ridiculizado, por aquellos quienes tienen el sagrado deber de custodiar el depósito de la Fe. Obviamente esto afecta de igual o peor manera a aquellos que defendemos las enseñanzas de siempre, a quienes se nos cataloga con una infinidad de epítetos.

Hay muchos que callan, ya sea por una prudencia mal entendida o por cobardía, ya que hay un temor a la Cruz -esto sólo Dios lo sabe- mientras el pequeño remanente de quienes cumplen fielmente el ministerio que les ha sido encomendado y combaten el buen combate de la fe, son tremendamente penalizados, como por ejemplo: en un caso con doble pena de excomunión (como el de un sacerdote en Italia).

Muchas veces lo que se lee y se oye dentro de la Iglesia es contradictorio: sobre un mismo tema se dice una cosa y su contraria y nadie con el poder de aclarar, lo aclara. Me pregunto, por ejemplo ¿qué hace un protestante de director de L´Osservatore Romano en Argentina? ¿Por qué hay algunos Obispos que en su diócesis han dicho ya públicamente que allí se va a dar la comunión a todo el mundo?; otros como es natural, han dicho lo contrario.

¿Por qué el Vaticano publicó un sello conmemorativo con los herejes Lutero y Melanchton al pie de la Cruz? ¿Debido a que el Vaticano invita a proabortistas y defensores de un Nuevo Orden Mundial al congreso de La Pontificia Academia de Ciencias?  Y me voy a detener aquí, para no ser causa de escándalo para nadie.

Me gustaría recordarme y alertar de la advertencia que nos hace San Pedro sobre las enseñanzas de san Pablo:

Vosotros, en otro tiempo, estabais también alejados y erais enemigos por vuestros pensamientos y malas acciones; ahora en cambio, por la muerte que Cristo sufrió en su cuerpo de carne, habéis sido reconciliados para ser admitidos a su presencia santos, sin mancha y sin reproche, a condición de que permanezcáis cimentados y estables en la fe, e inamovibles en la esperanza del Evangelio que habéis escuchado: el mismo que se proclama en la creación entera bajo el cielo, del que yo, Pablo, he llegado a ser servidor.

Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado servidor, conforme al encargo que me ha sido encomendado en orden a vosotros: llevar a plenitud la palabra de Dios. (Col 1,22-25)

Y consciente de que debemos, si Dios nuestro Señor nos concede la Gracia, de permanecer fieles al Evangelio, la Tradición y el Magisterio, y de resistir a quienes lo manipulan, a quienes están mancillando a la Iglesia, con falsas misericordias y con la herejía, recuerdo:

Pues bien, aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os predicara un evangelio distinto del que os hemos predicado, ¡sea anatema! Lo he dicho y lo repito: Si alguien os anuncia un evangelio diferente del que recibisteis, ¡sea anatema!

Cuando digo esto, ¿busco la aprobación de los hombres, o la de Dios?, ¿o trato de agradar a los hombres? Si siguiera todavía agradando a los hombres, no sería siervo de Cristo. (Gal 1, 8-10)

!O ser del mundo o ser total y radicalmente de Dios!